Isaac Bigio
Politólogo, economista e historiador
Aparte de EEUU, donde Donald Trump ganó con un 51% de los votos, él no es popular en ningún país del mundo, excepto en Israel donde casi el 60% de sus ciudadanos le apoyan. El premier hebreo Benjamín Netanyahu fue el mandatario extranjero que más hizo por lograr que él gane. Un factor clave en la derrota demócrata fue la guerra de Gaza.
Cuando Joe Biden festejaba el asesinato de los jefes del Hizbollah y del Hamás, él estaba ayudando a que Netanyahu torpedee para que su vicepresidenta Kamala Harris sea la primera presidenta estadounidense.
En las elecciones del 2000 la plancha Biden-Harris se convirtió en la única en la historia norteamericana en sobrepasar los 71 millones de votos. En 2024, una quinta parte de quienes antes votaron por los demócratas (14 millones de personas) no lo hicieron. Trump se impuso, aunque con 2 millones de votos menos que hace 4 años. Buena parte del electorado anti-trumpista no quiso sufragar, pues estaban desilusionados con la forma en que Biden-Harris conducían a la economía y las matanzas en Gaza.
Nunca antes en la historia norteamericana se han producido tantas movilizaciones en EEUU contra una guerra dada en otra parte del planeta en la que sus tropas no están directamente interviniendo. Hasta dentro de la comunidad judía (la mayor del mundo fuera de Israel) se ha producido una gran conmoción, pues cientos de judíos han tomado el Congreso, puentes, rutas y plazas demandando detener la guerra.
Mientras los demócratas hablaban de paz y alto al fuego (apuntando a conquistar a la mayoría nacional anti-guerra, a la juventud y a los árabes-americanos), Biden se jactaba de que él es el presidente que más ha defendido y armado a Israel.
Cuando Biden cortejaba a Netanyahu sostuvimos que él estaba trabajando en contra suya. El premier israelí se convirtió en el primer gobernante extranjero en dirigirse al congreso estadounidense, aprovechándose de ello para impulsar el plan republicano de aplicar más sanciones contra Irán. Si Biden le pedía a Israel que lanzase un limitado ataque aéreo contra Irán, Trump apoyaba la ambición de Netanyahu de bombardear las plantas nucleares persas.
Apenas Trump ganó aparecieron cartelones en Israel saludando ello y pidiendo al nuevo mandatario estadounidense que “haga grande a Israel”. Esta consigna ha sido repetida por el nuevo embajador nombrado por Trump para Jerusalén: Mike Huckabee, destacado impulsor de los asentamientos ilegales en Cisjordania.
Antes de dichos comicios, el parlamento israelí rechazó la posible conformación de cualquier tipo de Estado palestino y Netanyahu apareció en TV con un mapa de su país donde se incluía a toda la Cisjordania. Tras su victoria, Bezalel Smotrich, ministro de finanzas, instruyó para que se prepare la anexión formal de dichos territorios durante 2025, el año en que Trump vuelva al poder. Él, sin embargo, promueve ampliar Israel a más territorios, incluyendo Damasco (capital siria).
El sionismo revisionista, la corriente que ha liderado Israel durante su último medio siglo, ha tenido como su símbolo un mapa de Israel y Jordania juntos con un fusil en mano en el medio. El movimiento de colonos que hizo una conferencia en Jerusalén 2024 junto con varios ministros demandando “transferir” (expulsar) a los nativos de Gaza y Samaria tiene como símbolo un mapa del “Gran Israel” que va desde los ríos Nilo al Éufrates, el cual aparece en los uniformes de muchos soldados. Allí se reclama parte de Egipto, Turquía y Arabia Saudita, casi todo Irak y Siria, junto con todo Líbano, Jordania y Kuwait, lugares donde viven más de 150 millones de árabes (mientras que todos los judíos del mundo apenas suman 10% de dicha cantidad). Concretar tal ambición superaría al proyecto pan-germano de Hitler y conduciría a la mayor limpieza étnica de la historia universal.
Ningún otro presidente norteamericano ha sido tan generoso con la derecha sionista como Trump, quien fue el primero en reconocer la anexión israelí de Jerusalén este (donde está la Ciudad Vieja) y del Golán sirio. Trump nombró como su nuevo Secretario de Estado a Marco Rubio, quien pedía rechazar cualquier cese al fuego en Gaza hasta eliminar a los “viciosos animales” del Hamás, al cual responsabiliza 100% por todos los palestinos muertos.
Con la nueva administración Trump, Netanyahu ha producido 2 grandes cambios. Su nuevo embajador ante Naciones Unidas será Yechiel Leiter, un colono ilegal de Cisjordania quien fue parte del movimiento del Rabino Meir Kahane (designado como terrorista racista en EEUU). El día de los comicios Netanyahu echó a Yoav Gallant como su ministro de defensa para reemplazarlo por Israel Katz, partidario de anexar territorios ocupados. La purga de Gallant produjo grandes protestas en las calles, pues él representa un ala del aparato militar que estima que ya son más de 400 días de guerras en 7 frentes y que no se puede continuar sin hacer una tregua en Gaza debido a que faltan reclutas (muchos no quieren volver al frente o se van del país, mientras que Netanyahu no quiere perjudicar a sus socios ultraortodoxos haciendo que estos sirvan en el ejército). Esto implica el triunfo del ala pro-genocidio sobre el ala pro-Apartheid según Daniel Lévi, ex-negociador de paz de Israel.
La victoria trumpista ha envalentonado a los sectores más xenofóbicos del sionismo. En la misma semana del triunfo republicano, Maccabi Tel-Aviv fue a jugar en Ámsterdam. Miles de sus hooligans llegaron a Holanda (donde hay un gobierno con islamofóbicos) atacando casas con banderas palestinas y coreando “olé, olé, dejar que el ejército israelí joda a los árabes, olé, olé, ya no quedan escuelas en Gaza porque allí ya no quedan niños”. Esto condujo a peleas callejeras. Luego en un estadio de Jerusalén hinchas de Maccabi Haifa prendieron fuego a banderas de Palestina y Holanda coreando “Gaza es un gran cementerio”. Ni siquiera los nazis han agitado tales lemas genocidas contra los judíos en las Olimpiadas de Berlín 1936. En vez de pedir perdón por ello y por haber interrumpido el minuto de silencio por las víctimas de Valencia, el oficialismo israelí habla de un pogromo, cuando la violencia la provocaron ellos y no tuvo un sesgo antisemita.
Pese a que Netanyahu se siente fuerte con el respaldo de Trump no es seguro que Washington endose sus planes. El vicepresidente electo JD Vance ha indicado que no necesariamente van a identificarse con todas las medidas de Netanyahu y que buscan la paz.
Cuando Trump llegó por primera vez al poder (1996), a quien primero fue a visitar fue a los sauditas. Durante su primer periodo él impulsó el “acuerdo de Abraham” para buscar que varios Estados árabes reconozcan a Israel creando una entente anti-Irán. Esta vez, sauditas, emiratíes y egipcios ya no consideran que Teherán es su enemigo central. Con Irán se han incorporado al BRICS y a la semana del triunfo trumpista animaron una conferencia de gobiernos árabes y musulmanas para demandar parar las guerras de Gaza y Líbano y concretar un Estado palestino. Trump no puede enajenarse de aliados tan importantes.
Pese a estar unidos por el autoritarismo, conservadurismo y deseo de escapar a la justicia, Trump y Netanyahu no necesariamente coincidirán en todo. Israel no ha eliminado a la resistencia en Gaza o Líbano, su economía está arruinada, su país anda dividido, no ha rescatado a sus rehenes y los planes anexionistas chocan con grandes aliados de EEUU en el Medio Oriente y Europa. Trump no quiere más guerras costosas. En EEUU Netanyahu es cuestionado por haber empujado a su país a las billonarias aventuras militares de Irak, Siria y Libia.