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La nueva normalidad vista desde la superficialidad y el interés

EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.

 

 

LA NUEVA NORMALIDAD VISTA DESDE LA SUPERFICIALIDAD Y EL INTERÉS.

 

Eduardo Badía Serra,

Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

 

 

Los datos nacionales sobre el Covid 19 han mejorado sustancialmente en los últimos quince días. Oficialmente se registra una disminución de los casos confirmados, desde el ámbito de los 400 diarios a comienzos de agosto hasta menos de cien a finales de dicho mes. También el orden de las personas fallecidas ha caído desde más o menos diez o doce hasta unos cinco o seis. Calculando a partir de dichos datos, el censo de casos confirmados este sería del orden del medio millón, y la pendiente de la curva va disminuyendo drásticamente, modificando su intercepto favorablemente. Hay, pues, razones reales para poder pensar que el problema está mostrando visos de disminución en su intensidad, al margen de lo que puedan decir los diferentes modelos con los que se intenta interpretar su realidad. Debo recordar aquí que la ciencia afirma que cuando se trata de interpretar a la naturaleza, todos los modelos fallan. Esto lo dice la ciencia, está en los libros.

 

Hay razones entonces para el optimismo y la esperanza; y con ello, las hay más aun para intentar recomenzar las actividades de una manera “normal”, pero bajo el signo de lo que se ha dado en llamar una “nueva normalidad”. Esto de una “nueva normalidad” es, simplemente, una nueva normalidad de la actividad económica. El comercio se abre a la población, la industria pone a funcionar sus procesos, y el hombre, este hombre nuestro, que es un poco ansiedad, un poco prisa, un poco desesperación, y mucho de tristeza y de angustia, retoma su labor de consumista y se vuelca hacia la cosa en la cual ha venido alienándose desde hace ya muchas décadas. El consumo asume de nuevo su majestad, y el hombre se rinde a él, privilegiando las necesidades inducidas por la publicidad y la propaganda, y colocando en último término aquellas necesidades naturales, aquellas cíclicas, recurrentes, que son las que le hacen persona, esto es, alimentación, salud, educación, vivienda, vestido, recreación, cultura. El hombre, pues, invierte perversamente sus valores y se vuelve un predicado de la cosa misma. De ello hemos hablado ya suficientemente en este portal.

 

No hemos entendido el mensaje que nos está enviando tan crudamente la naturaleza. Esto es una pena. ¡Qué precaria la visión de nuestro pueblo, que no piensa por sí mismo y que deja que otros piensen por él! Ya de nuevo surgen los mensajes de los grandes intereses económicos mundiales, en boca de sus grandes representantes, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, el Fondo Monetario Internacional, la Cepal, etc., y nuestros economistas y “tanques de pensamiento”, recogen bravamente las nuevas recetas de Rabí para ponerlas en el orden de nuestra realidad, sumiéndonos lamentablemente en el subdesarrollo y la pobreza e incrementando violentamente esa brecha nefasta entre los que tienen y los que no. Es el mismo economicismo economista mecanicista el que se hace representante de esta “nueva normalidad”, que vista en esos términos, sí es normal pero no es nueva. La misma visión sesgada de la vida, la misma cosmovisión, alimentada por un imaginario procaz y perverso. Pasó la pandemia, luego vuelta a lo mismo, más cosas inútiles para hacer que los hombres se subsuman en ellas volviéndose así ellos también hombres inútiles.

 

Frágil humanidad, habría dicho Leonardo Caffo, esta de un antropocentrismo basado en una presunta superioridad del hombre sobre la naturaleza y respecto a las otras formas de vida. La humanidad, hoy frágil como nunca lo había sido, dice este filósofo italiano profesor del Instituto Politécnico de Turín, está a las puertas de una nueva e inesperada era de su evolución. Debe el ser humano diseñar un esquema de comportamiento en relación permanente con el ambiente, en el cual no se coloque él, intransigentemente, en el centro del mundo. Es el “especismo” discriminatorio propio del antropocentrismo más fuerte, que discrimina todo lo que no sea lo humano, y que en el fondo, lamentablemente a muy largo plazo, lo conduce a él mismo hacia su propia destrucción. El hombre, dice Caffo, se ha olvidado de que no está solo, el humano habla, la naturaleza no, el humano piensa, la naturaleza no, el humano es autoconsciente, la naturaleza no. Es un cartesianismo llevado al extremo, que tanto criticó Nietzsche. Aquello que no es humano está simplemente ausente; el especismo es el límite de toda moralidad. En el fondo, lo que nos dice esto es que el hombre siempre mira a través de su propia ignorancia y de su propio miedo.

 

Pero la naturaleza, como decía Da Vinci, no cambia su rumbo, y en su dinámica, observa al hombre y le envía mensajes inequívocos, como el que ahora hemos recibido, esperando que este pueda leerlos, interpretarlos adecuadamente, y con ello, orientar sus acciones en consecuencia. ¿Qué hace el hombre? Ciegamente acude a su mala levadura, neciamente ignora tales mensajes, y continúa en su antropocentrismo desmesurado, provocando inequidad entre los mismos miembros de su especie, sufrimiento en las mayorías, y tristeza y angustia. Por ello, diría Hugo, que la tristeza es el drama de la humanidad.

 

Como Caffo, muchos filósofos tratan de orientar al hombre. He insistido en que este es el momento en que los economistas y los abogados deben callar, ponerse al margen, y escuchar a los filósofos, a los sociólogos, a los psicólogos, a los ambientalistas, a las academias, a los colegios profesionales, a las iglesias, para que estos proyecten una visión holística de lo que debe ser, después de este mensaje que estamos recibiendo de la pandemia, una nueva visión de la vida, del mundo, del papel del hombre en la naturaleza. Una vez proyectada tal visión, entonces, estructurados correctamente los planos estructurales del hombre, la familia, los roles, la sociedad, la participación en primer orden, como planes de los fines que son, hablarían los economistas y los abogados diseñando el sistema que más se adecúe a dicha visión. Esto es, primero los planos de los fines, y sólo después, los planos de los medios, estos, la economía y la política.

 

Parece ser, pues, que la pandemia está cediendo.  El mensaje como que ha sido ya suficiente, aunque, como diría Ignacio Ellacuría, “lo más seguro es que a saber”. Si ello fuera así, dejemos que se proyecte una “nueva normalidad” basada en una nueva visión de la vida, en una nueva cosmovisión. No cometamos el craso error de proyectar una “nueva normalidad” que en el fondo sea la misma vestida con ropas nuevas, basada en el consumismo, en esa penosa inversión de los valores y de las necesidades, que lo único que ha producido es una alienación cada vez más profunda del hombre en la cosa. Es esta la hora de las rectificaciones, y de las rectificaciones correctas y necesarias. De otra manera, un nuevo mensaje vendrá, de eso no hay duda alguna, y de nuevo con Da Vinci, la naturaleza seguirá su rumbo, con el tiempo en una sola y misma dirección, y con el universo entrópicamente tendiendo al desorden.

 

De nuevo, filósofos, sociólogos, psicólogos, ambientalistas; de nuevo, academia, colegios profesionales, intelectuales, iglesias: Es la hora de su palabra. No emitirla será pecar por omisión, pecado grave este que sumirá de nuevo al país en la injusticia y el dolor, en la tristeza y la angustia. ¡Hablen, pues!

 

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