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La “nueva normalidad” y la esperanza desde los últimos

German Rosa, s.j.

El fracaso de los sueños, de las expectativas, de las inversiones afectivas y de las esperanzas, probablemente han sido experiencias muy comunes durante la crisis sanitaria, la cual ha agudizado las crisis socio-económicas, político-jurídicas e ideológico-culturales. Estas experiencias manifiestan la muerte de los horizontes que se habían construido. Pero, ¿se puede vivir sin esperanzas, sin sueños, sin expectativas y sin invertir nuestras fuerzas emocionales en cosas que sentimos que son importantes? Probablemente esto significa la muerte de “la normalidad” a la que habíamos estado acostumbrados. Por otra parte también estamos viviendo el nacimiento de una nueva normalidad con grandes dolores de parto. Es como si viviéramos una “nueva normalidad” que ya está presente pero todavía no está realizada o se está construyendo de manera inadvertida. Hay que ponernos en camino para comenzar una nueva historia con las nuevas posibilidades reales con las que contamos ahora. Así, el futuro se convierte en una promesa, pero que todavía no se ha hecho realidad. Estamos muriendo a nuestros sueños para renacer a la esperanza de una nueva normalidad que rompa con la inercia de la normalidad anterior para así recrear las cosas, las relaciones, la vida, la historia en todos sus ámbitos. Este futuro tiene raíces de la esperanza enraizada en el pasado, actúa en el presente y recibe su energía en lo que imaginamos podría llegar a ser.

La nueva normalidad se construye con la capacidad de hacerse cargo del pasado, hacer duelos por las pérdidas sufridas, retomar las fuerzas y energías, aceptando las condiciones presentes e invirtiendo en las posibilidades que abren al futuro. La nueva normalidad se construye no con esperanzas irrealistas, sino compartiendo y trabajando por los sueños con otros. Hay que atrevernos a soñar en grande y globalmente, sin dejarnos engañar por las decepciones, la resignación ante los fracasos y el egoísmo que nos encarcela en nosotros mismos. A veces la desesperación que podemos experimentar en el compromiso sirviendo a los demás en los grandes proyectos a favor de la justicia, de la paz y la reconciliación, de la ecología, de las migraciones y refugiados, etc., no es el fracaso de nuestras esperanzas, sino de nuestras irrealistas ilusiones. Todos estamos llamados a hacernos cargos de la esperanza. Desde la fe cristiana las esperanzas históricas son penúltimas, porque apostamos por la esperanza última que nutre las esperanzas presentes, fecundadas de compromiso y servicio a los demás, y de manera particular a los últimos de la historia. La esperanza última es anticipada por las pequeñas o no tan pequeñas esperanzas históricas. No podemos negar que el ser humano, siendo finito, tiene una capacidad asombrosa de infinito…

La nueva normalidad bien entendida como realidad en proceso de construcción toma en cuenta seriamente que la vida para muchas personas es un escenario de sufrimiento y dolor, pero tenemos la convicción de que para todas las personas víctimas de tanto mal causado por tantas razones se abren las puertas de la esperanza.

No estamos condenados a aceptar que la nueva normalidad la construyamos como un nuevo escenario trágico para una infinidad de personas. Podemos imprimirle un dinamismo diferente con libertad, voluntad, creatividad y decisión en el sentido amplio del término.

Construir el futuro puede ser predecible, si somos atentos y analizamos las grandes tendencias humanas en la historia. Pero si lo hacemos desde una esperanza radical y última, el futuro absoluto irrumpe de manera inesperada y gratuita, es imprevisible y sobre todo es don, regalo y tarea (Cfr. Giménez, J. 2018. Lo Último desde los últimos. Esbozo de esperanza y escatología cristianas. Maliaño (Cantabria) – España: Editorial San Terrae, p. 43).

La historia es una gran maestra de la vida, y nos damos cuenta de que no existe un tiempo en el cual los pueblos hayan dejado de tener esperanzas. Después de esta experiencia dolorosa de la pandemia del Covid – 19, nuestra postura no puede ser ambigua, ni podemos aceptar conformistamente el retorno a una normalidad injusta, con indiferencia ante el dolor y el sufrimiento de los demás. Hay que decirlo con claridad: No a la Pandemia de la Anemia Utópica. Nos toca asumir la realidad en la cual actualmente se ofrecen utopías anémicas, sueños sin fuerza seductora o propositiva. Utopías tan anémicas que no movilizan ni tampoco comprometen a la gente. No se ofrecen horizontes de mediano ni largo plazo, tampoco compromisos de mediano ni largo plazo… También se nos presentan utopías domesticadas que no proponen soluciones o alternativas a millares de personas vulnerables o invisibles cuyo número se ha incrementado con la pandemia (Cfr. https://www.diariocolatino.com/el-coraje-de-la-esperanza-ante-los-desafios-del-covid-19/). ¿No será esta falta de utopías lo que explica en parte la volatilidad de las preferencias electorales a causa de las propuestas efímeras o fugaces? ¿Cuáles son las propuestas políticas reales que podemos potenciar para el compromiso con los grupos vulnerables y los últimos? Tenemos el derecho a seguir soñando y recreando la historia, aún en medio de la ambigüedad de la misma, en donde existe la presencia del bien y el mal, pero con una esperanza activamente utópica y comprometida desde los grupos más vulnerables y los últimos que no tienen un futuro asegurado.

Hay que atrevernos a buscar la vida digna juntos, dónde no exista el exilio de la esperanza, una vida alternativa, dónde nadie se sienta excluido, discriminado y olvidado en su triste y real situación de pobreza y miseria… Podemos construir una nueva normalidad alternativa a la normalidad en la que vivíamos antes de la pandemia del Covid-19, teniendo una esperanza a toda prueba (Rm 4,18), es decir, una capacidad de una inquebrantable esperanza, porque solamente de esta manera podemos construir un futuro esperanzador para la inmensa mayoría de los seres humanos. El mensaje es claro: otra normalidad es posible. Otra normalidad alternativa a aquella que había truncado el camino de gran parte de la humanidad y que la hace vivir en la situación de una constante incertidumbre, porque no tiene la posibilidad de un nuevo día de su vida garantizado a causa de su precariedad…

Una nueva normalidad es posible para dignificar la vida humana y de todos los pueblos de nuestro mundo en la pospandemia. Una nueva normalidad es posible porque es urgente para muchas personas que han sufrido y no encuentran consuelo y buscan salir de su situación inhumana. Recordemos que el mundo no es una gran obra de teatro en la cual nos sentamos como simples espectadores a contemplar el desarrollo de la misma sin implicarnos ni afectarnos; ni tampoco es como una película que pueda distraernos y hacernos olvidar nuestros problemas; o un video de Tik Tok, etc., entendiendo el mundo como un drama cualquiera o una tragicomedia, como si no afectara realmente a los actores. Sin embargo, el mundo es real y en él existe el sufrimiento, existen las víctimas. “Los últimos” son reales. No son roles artísticos en una obra de teatro o en una película. Tienen rostros reales y vidas reales.

Se requiere imaginación esperanzada para recomenzar una nueva normalidad tomando en cuenta a los últimos, los insignificantes, los invisibles, los excluidos y las víctimas. Hay que darles el protagonismo a los que no tienen voz, no porque no hablen, no canten, no escriban poesía, no se expresen en todos los géneros posibles, sino porque no se les escucha y se les silencia (Cfr. https://www.diariocolatino.com/la-democracia-en-el-contexto-del-covid-19-la-voz-de-los-sin-voz/).

Desde la fe cristiana, apostar comprometida y activamente por un mundo con una nueva normalidad es posible porque Dios sigue caminando con todos los pueblos de la tierra. Y además, Dios es el garante de la esperanza última para los últimos… Dios se revela en la historia y también salva históricamente. La fidelidad de Dios es eterna y por eso da confianza para construir y anticipar el futuro, sabiendo que nuestra esperanza no termina aquí, pues, aspiramos a un cielo nuevo y una tierra nueva (Is 65,17). Dios no es ajeno al sufrimiento humano, al de las víctimas y de los más afectados de esta pandemia, que son los más vulnerables, los empobrecidos y los excluidos de los beneficios de la globalización. Por consiguiente, colaborar con la iniciativa de Dios para hacer posible otra normalidad también es un acto de esperanza desde los últimos.  La nueva normalidad se construye con la utopía profética que denuncia el mal y sus consecuencias para la humanidad y nuestra casa común, pero que al mismo tiempo anuncia otro mundo posible y diferente. Un mundo sin los males de la pobreza, la exclusión, la corrupción, la injusticia, la violencia, la contaminación y la depredación ecológica, etc. Desde la perspectiva de la utopía profética podemos avanzar para mejorar el mundo no solamente con palabras, sino con acciones concretas.

La esperanza de los últimos es que sean realmente tomados en cuenta y que no sean marginados sistémicamente como ha ocurrido en otros contextos históricos. Si esto es así, la esperanza de los últimos puede imprimir un carácter diferente a este período de la pospandemia en la realidad política y en todos los ámbitos de la sociedad globalizada.

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