Jorge Vargas Méndez
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Al respecto del papel de los grandes medios de comunicación en El Salvador, case dos cuestiones son objetivamente demostrables: uno, que han pasado de ser conductos de información para convertirse en instrumentos de propaganda y contra-propaganda del poder capitalista y dos, que su ideología es claramente militante es decir, con un astuto pensamiento neoconservador y fascista. Su ataque permanente al actual gobierno del FMLN que trata de corregir las descomunales fallas heredadas de la crisis capitalista, es la mejor prueba de ello.
La prohibición del debate verdaderamente público de cuestiones relativas a la democratización de las comunicaciones por los grandes grupos dominantes de los medios, funciona como una censura disfrazada. Este es el “efecto silenciador” que el discurso de los grandes medios provoca exactamente en relación a la libertad de expresión que simulan defender.
Su estrategia ideológico-propagandista hoy reforzada con los adelantos tecnológicos de la llamada mass media, sostiene un discurso de justificación de la concentración de la riqueza, claramente a favor de la clase dominante a la cual pertenecen sus dueños y accionistas mayoritarios. Con la misma intensidad con que satura la opinión de los salvadoreños acerca de un pretendido fracaso en las políticas sociales recientemente impulsadas (por primera vez en la historia) y clama por la consolidación del poderío del mercado, arremete contra cualquier manifestación de cambio, incluso progresista.
Desde la firma de los acuerdos de paz que propician la participación política legal del FMLN, la gran empresa de los medios escritos, radiados y televisivos ha mostrado una marcada tendencia a desacreditar la acción propositiva del gobierno actual, ligándole a la violencia, a la desestabilización nacional y hoy, al fracaso de un devastado modelo económico. La tendencia a distorsionar la realidad obedece a una estrategia política del poder económico, elaborada por los costosos equipos de mercadotecnia política de ARENA, en asociación con los llamados “expertos” en guerra sucia, intoxicadores, rumorólogos (sic!) y toda suerte de “plumas fáciles” que se ofrecen al mejor postor. Los grandes medios de comunicación de la oligarquía, utilizan para esto la información desfigurada, la falsa información o la información con una clara tendencia conspirativa.
En este contexto, es oportuna y apropiada la lectura de “La ironía de la Libertad de Expresión”, revelador libro escrito por Owen Fiss, uno de los más importantes y reconocidos especialistas en la “Primera Enmienda” de los Estados Unidos. (Lima: 2010)
Fiss introduce el concepto de “efecto silenciador” cuando discute que, al contrario de lo que pregonan los capitalistas, el Estado no es un enemigo natural de la libertad. El Estado puede ser una fuente de libertad, por ejemplo, cuando promueve “la robustez del debate público en circunstancias en las que los poderes fuera del Estado están inhibiendo el discurso. Puede tener que asignar recursos públicos – distribuir megáfonos, conceder frecuencias de radio, TV – para aquellos cuyas voces no serían escuchadas en la plaza pública de otra manera. Puede incluso tener que silenciar las voces de algunos para que se oigan las voces de los otros. Algunas veces no hay otra forma” (Lima, V.: 2010)
Fiss usa como ejemplo los discursos de incitación al odio, los discursos de miedo, la pornografía y los gastos ilimitados en las campañas electorales. Las víctimas del odio tienen su autoestima destrozada; la mayoría de las personas viven con temor, las mujeres se transforman en objetos sexuales y los “menos poderosos” quedan en desventaja en la arena política.
En todos esos casos, “el efecto silenciador viene del propio discurso”, esto es, “la agencia que amenaza el discurso no es el Estado. Corresponde, por tanto, al Estado promover y garantizar el debate abierto e integral y asegurar que el público oiga a todos los que debería oír, o más aún, garantice la democracia exigiendo “que el discurso de los poderosos no entierre o comprometa el discurso de los no poderosos”. (Fiss: 2005)
Específicamente en el caso de la libertad de expresión, existen situaciones en las que la “medicina” liberal clásica de más discursos, al contrario que la regulación del Estado, simplemente no funciona. Los que supuestamente podrían responder al discurso dominante no tienen acceso a las formas de hacerlo.
La campaña de mentira e intoxicación propagandística que mantienen los grandes medios contra el gobierno del FMLN, consiste en presentar un panorama ficticio de la realidad social, económica y política, pretendiendo efectos sicológicos y no materiales. Así, para lograr votos se presenta una realidad engañosa, propagandizando hechos deformados y culpando a la izquierda de una “caótica” situación económica y social.
La libertad de expresión tiene como fin asegurar un debate público democrático en donde todas las voces sean oídas. Al usar como estrategia de oposición política la repetición de la amenaza constante de volver a la censura y de que corre riesgo la libertad de expresión, los grandes grupos de los medios transforman la libertad de expresión en un fin en sí mismo.
Como verdaderos agentes del libre mercado, los grandes medios están creando valores y normas que aumentan y alimentan falsas expectativas de un modo irreal especialmente en los pobres y marginados, contribuyendo a la frustración de millones y por consiguiente a la agresión y a la violencia que pueden derivarse de ello. Desigualdad, marginación y frustración, son elementos constitutivos de la violencia.
Cuando los medios condenan la violencia, lo hacen selectivamente. No se condenan todas las formas de violencia ni todas las conductas violentas. Los grandes medios adoptan un enfoque negativo y punitivo frente a otros problemas sociales y a todas las formas de protesta social. Son partidarios de la pena de muerte, de los castigos corporales, del disciplinamiento social y las “manos súper duras”. En general, expresan su ideología fascista; se oponen a un derecho penal civilizado, evidencian opiniones racistas y se muestran contrarios a una sociedad de iguales.
La situación actual, reforzada por la gran empresa de medios de comunicación, se caracteriza por un extraño hiato: se exige la “calidad” académica supeditada al mercado, se proclama la “organización racional” de las empresas y la “austeridad” del Estado, pero de lado del consumo, se explota la irracionalidad e inconciencia del “consumidor”.
La mentira oficial y la propaganda negra de los medios, están al servicio de la destrucción de cualquiera que se oponga a su ideología ultra-conservadora. El problema moral de esta actitud es que una mentira es mucho menos tolerable cuando se le emplea para un fin peor.
Nos encontramos ante un nuevo reto, buscar el método para que los ciudadanos hagan valer su derecho a la información mediante un Estado al que debemos exigir que cumpla con su obligación de garantizarlo. A ese Estado los ciudadanos debemos darle poder y el Estado a los ciudadanos, darles control. Esa es la verdadera libertad de prensa en una democracia.