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La Cripta de Catedral Metropolitana, lugar donde reposan los restos del beato Monseñor Romero fue abarrotada por centenares de feligreses, este 24 de marzo, día en que se conmemoró el 37 aniversario de su asesinato.
Con una solemne eucaristía se culminaron las actividades conmemorativas en la Cripta de Catedral, donde el sacerdote Vicente Chopín recalcó que la figura de Monseñor Romero eleva y pone en alto el nombre de El Salvador.
“Monseñor Romero también vivió su Calvario, pero resucita de la muerte, y así como los escribas, sumos sacerdotes y fariseos no pudieron evitar que los discípulos de Jesús proclamaran su resurrección, así tampoco la oligarquía no pudo evitar que Monseñor Romero resucitara en su pueblo, si Monseñor Romero no hubiera tenido razón, ustedes no estuvieran aquí”, afirmó Chopín.
Asimismo, dijo que como la historia confirma que el obispo mártir tuvo la razón, de los acontecimientos de la vida, obra y muerte de Monseñor Romero, todo el pueblo es testigo y es necesario sostenerlo en la historia.“Monseñor Romero viene a ser en nuestros días el testigo fiel que dice el Apocalipsis, es decir el primogénito de entre los muertos salvadoreños, es el ángel de la Iglesia salvadoreña, porque Dios conocía su tribulación y pobreza y las calumnias de sus adversarios, que son cristianos sin serlo, que son una sinagoga de Satanás”, expresó el religioso.
Uno de los aspectos destacados durante la homilía por el padre Chopin es que este año será el centenario del natalicio de Monseñor Romero, por lo cual es importante celebrarlo con amor y fervor, pues son 100 años de ser testigo de la verdad y la justicia, de entrega y servicio a los más pobres y necesitados.
El Papa Francisco ha hablado en reiteradas ocasiones sobre el martirio de este “servidor de la Iglesia”, concretamente el 30 de octubre de 2015 en su encuentro con los Obispos de El Salvador en el Vaticano, quienes agradecieron la Beatificación celebrada el 23 de mayo de ese mismo año.
“El Martirio de Monseñor Romero continuó tras su muerte, porque una vez muerto fue difamado, calumniado y ensuciado, incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el Episcopado. O sea que es lindo verlo así: un hombre que sigue siendo mártir. Después de haber dado su vida, siguió dándola, dejándose azotar por todas esas incomprensiones y calumnias”, manifestó el Papa Francisco.
Monseñor Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980, cuando celebraba una misa en la capilla del Hospital La Divina Providencia, del asesinato se identificó en el Informe de la Comisión de la Verdad, la autoría intelectual del fundador del partido ARENA, Roberto d´Abuisson, quien utilizó a un comando de sicarios de la Guardia Nacional (GN) para ejecutar el magnicidio.
Ningún obispo sufrió tanto, trabajó tanto y gozó en un solo año. Monseñor Romero predicaba con pasión, pero, ninguna cosa dijo que no partiera de la fe, del Evangelio, del magisterio y de la vida. Es evidente que la gran causa del beato era la santidad en el seguimiento de Cristo, pero esa causa adquiría matices muy concretos en su diario vivir.
El obispo mártir siempre se dedicó a defender a los pobres y ser voz de quienes no tenían voz para defender sus derechos. En un momento en que la dignidad humana se negaba con facilidad, exigir respetarla se mostraba indispensable desde la vivencia cristiana.
Romero estaba afianzado radicalmente en el mensaje evangélico que considera a todas las personas hijos e hijas de Dios, con una dignidad inalienable, por eso insistía en el “no matarás”. Ese “no matarás” que cuando se lo dijo a los soldados le costó la vida.
La vida en dignidad de los pobres, le llevaba a ser testigo de la verdad y simultáneamente a luchar para desmontar la serie de mentiras, idolatrías que rompían la hermandad y la vida del pueblo salvadoreño. La idolatría de la riqueza era, según el mártir, la más dura de todas ellas, así como defendía a los pobres, recordaba a los ricos sus responsabilidades; el destino universal de los bienes, la prioridad del trabajo sobre el capital, la hipoteca social del capital, tres afirmaciones clave en la doctrina social de la Iglesia y en el pensamiento de Romero.