Víctor Corcoba Herrero*
Un gran teólogo alemán, advice Romano Guardini, decía que Dios responde a nuestra debilidad con su paciencia y éste es el motivo de nuestra confianza, de nuestra esperanza (cf. Glaubenserkenntnis, Würzburg 1949, 28). Es como un diálogo entre nuestra debilidad y la paciencia de Dios; es un diálogo que si lo hacemos, nos da consuelo.
Indudablemente, esta paciencia que activo no es dulce ni fácil de sobrellevar, tiene sus amarguras, aunque después sus frutos sean dulces, con razón se dice que con ella, todo se alcanza. Nos conmueve la actitud de los sembradores de certezas, que jamás han tenido palabras de desprecio para ningún ser humano, ni de condena, solamente palabras de concordia, de amor y de compasión. Ojalá esta virtud se extendiese por todo el mundo, serían menos fríos los diálogos y las convivencias más fraternas. Es hermoso, esto de la clemencia, de mirar el campo de nuestra propia existencia, y de ver la manera de que nunca es tarde para rectificar.
Por desgracia, el mundo está crecido de actitudes desesperadas y, lo que es peor, sin intención de corregir esta espiral de hechos violentos que nos circundan. Las simientes de odio sembradas acarrean luchas crueles hasta en las propias familias. Las respuestas a los conflictos (de género-familia, de países o del propio orbe), para que se produzca realmente el cambio social, ciertamente dependen del consentimiento de la población, pero también del valor que le demos al ser humano como tal. Por consiguiente, la paz no puede imponerse en ningún hábitat, la paz llega por la vía del intelecto al servicio del propio ser humano. Resulta que este incondicional amor a la especie, lo hemos abandonado tantas veces en nuestro diario de vida personal, que es menester trabajar por la justicia, defender la existencia humana y abrazar la verdad de una vez por todas. Nos pueden tantas mentiras, que todo se confunde, pero será el tiempo, y sólo el tiempo, el que hará verdadera justicia. Mientras sea más fácil empuñar un arma que olvidar un rencor, encontrar errores que una forma de perdonar, no habrá armonía y todo será un litigio absurdo.
En consecuencia, pienso que el ser humano debe ser capaz de entrar en paciencia consigo mismo, mirando alrededor y dejándose mirar, buscándose y dejándose buscar, encontrándose y dejándose reencontrar, pacientemente ante esta vida, que es más fugaz de lo que pensamos. Tampoco podemos resignarnos y contemplar indiferentes la violencia que golpea a tantos mortales. Esta es una responsabilidad de todos, unos en mayor medida y otros en menor, pero sin excepción hay que ponerse a cultivar otros diálogos que favorezcan el entendimiento, con la convicción de que es posible instaurar en el mundo la cultura de la convivencia, del encuentro, y no del encontronazo de unos para con otros. Los muros tienen que dar paso a los espacios abiertos, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, avivando la idea de paz y no violencia extensible a la protección de los animales y los árboles, reeducándonos en la mediación y el arbitraje, sabiendo que tan importante como el pan de cada día es el sosiego de cada ser humano.
El legado de Gandhi ahí está, dando sus obras en favor de tantos movimientos por la no violencia, generando conciencia social. Los sueños también son posibles. El tiempo los hará realidad. No hay auténtico genio sin paciencia. Junto a ella seremos capaces de dar luz en las sombras, justicia y dignidad a todo ser vivo, y así, -como dijo Neruda-, la poesía no habrá cantado en vano.
* Escritor