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La pandemia de la pobreza

José M. Tojeira
José M. Tojeira

José M. Tojeira

Este domingo recién pasado se beatificó en Roma al Papa Pablo VI. De él son algunas frases que se han multiplicado y convertido en parte del lenguaje social como “si quieres la paz, remedy unhealthy trabaja por la justicia”, o “el camino de la paz pasa por el desarrollo”. Este Papa era muy claro a la hora de percibir la interdependencia de naciones entre sí y animaba a construir “un mundo más humano para todos, en donde todos tengan que dar y recibir, sin que el progreso de los unos sea un obstáculo para el desarrollo de los otros”. Animaba a todos a “agrandar el círculo de sus prójimos” y buscaba “un mundo donde la libertad no sea una palabra vana y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico”.

Hablando de los países ricos decía que si no multiplicaban su generosidad, “su prolongada avaricia no hará más que suscitar el juicio de Dios y la cólera de los pobres, con imprevisibles consecuencias”. En otras palabras se oponía radicalmente a que en el mundo se caminara hacia una desigualdad creciente. Proponía en contra de la desigualdad, que las relaciones comerciales estuvieran siempre sometidas a “las exigencias de la justicia social”. Veía intolerable, y claramente reñido con los principios cristianos, tanto a  nivel de países como de personas, que los pobres permanezcan pobres mientras “los ricos se hacen cada vez más ricos”.

En este contexto, y a partir de palabras de Pablo VI pronunciadas hace casi medio siglo, podemos reflexionar sobre el Ébola. En África está muriendo más gente de paludismo y de cólera que víctimas del virus del Ébola. ¿Por qué no se habla en los grandes medios de comunicación de esas enfermedades pandémicas en África y sí se habla de esta última y terrible epidemia? En el fondo hay una razón clara. Los países de desarrollo medio y, todavía más, los países desarrollados no ven peligro para ellos en el paludismo y el cólera. Saben cómo detectarlo, controlarlo, y tienen las medicinas pertinentes a mano. El Ébola no lo controlan. Y puede llegar, y de hecho llega, hasta sus puertas. No les importa que la gente muera en África y por eso no apoyan un desarrollo que posibilite la eliminación de la pandemia de cólera, ébola o paludismo. Pero tienen miedo a que la muerte toque a sus puertas con una epidemia, la del Ébola, que traería terribles consecuencias humanitarias e incluso políticas. Cínicamente, y por supuesto no creemos que el cinismo sea solución, podría pensarse que es bueno que se propague en el mundo rico, porque sólo de esa manera se avanzará rápidamente en la investigación y puesta en venta de la medicina que lo controle. Pero muy probablemente, aunque eso sucediera, en África seguiría muriendo la gente de Ébola. Porque las medicinas serían caras o simplemente no llegarían. Igual que no llega el suficiente apoyo contra otras enfermedades.

Un misionero religioso, que en la actualidad trabaja en Benin, decía que “la gran pandemia de África es la pobreza extrema, de la que se desentienden todos los países ricos”. Uno se puede preguntar qué es lo que pasa en el mundo cuando al mismo tiempo que en algunos países hay hambre, la FAO afirma que una tercera parte de los alimentos que se producen en el mundo se tiran. Pero también podemos preguntarnos qué es lo que pasa entre nosotros que, teniendo suficientes recursos, no terminamos de erradicar la pobreza, ni hemos sido capaces de desarrollar la suficiente voluntad política para enfrentarla en serio. Orgullosos de haber reducido la pobreza, no nos damos cuenta de que hemos creado una clase media vulnerable que se ve presionada enormemente por los vaivenes de nuestra economía y por la sociedad de consumo y teme volver a la pobreza, de la que hay todavía altos márgenes entre nosotros. Y el temor a una pobreza posible y cercana aumenta la agresividad para defender lo poco conquistado. Si la pobreza extrema puede provocar la cólera de los pobres, también la vulnerabilidad puede impulsar la tendencia a formas antisociales de conseguir dinero.

Al final, la enfermedad más fuerte que podemos tener no es ni el Ébola ni la “Chik”, ni cualquier otra, de las que permanecen ocultas por ser endémicas en el mundo de los pobres. Nuestra enfermedad mayor es la pobreza de muchos y vulnerabilidad de otros, unida a la falta de sensibilidad de las élites. Un cóctel explosivo que nos convierte en pueblos récord en violencia. ¿Cómo es posible que haya entre nosotros potentados que tienen miedo a las palabras “justicia social”? Gente buena, visionaria, no ha faltado. Pablo VI, que este domingo ha sido beatificado, era profundamente admirado y querido por Monseñor Romero. Muchos en El Salvador han luchado y dado la vida por buscar y procurar paz con justicia. Detenernos en nuestro caminar, reflexionar sobre nuestra propia historia, dialogar sobre las grandes necesidades de nuestra población y establecer grandes acuerdos que busquen la erradicación de la pobreza son tareas que deberían unirnos a todos. Y si la erradicamos, el control de las enfermedades será mucho más fácil.

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