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La pandemia: ensayo de la tierra sin humanos (2)

René Martínez Pineda

La soledad, en tanto situación individual que se produce por una acción social amplia de la cual somos blanco, puede denominarse como soledad colectiva (la tierra sin humanos sin que éstos se extingan físicamente), la cual surge cuando nos sentimos socialmente poco valorados (socialmente invisibles, socialmente excluidos) por el grupo de personas, significativamente más grande que el grupo íntimo, con las que interactuamos presencialmente en la cotidianidad, en la realidad concreta, a través de relaciones gremiales, religiosas, educativas, lúdicas, deportivas, amorosas, culturales, etc. en tanto que las relaciones sociales presenciales son las que nos convierten en seres humanos, son las que nos hacen portadores de la cultura y de la sociedad.

Está claro, entonces, que vivir solo no implica forzosamente padecer aislamiento social ni soledad (en cualquiera de sus formas), pero cuando eso es impuesto (con razones válidas o no) la situación cambia nociva y radicalmente, sobre todo en el imaginario y en el proceso de construirnos como seres humanos portadores y reproductores de una cultura humanizante, porque ser un ser humano es un proceso social y cultural. Y es que las personas que viven solas por voluntad propia pueden gozar de una activa vida social y familiar, aunque sea de forma esporádica el contacto, cuya regularidad está en sus manos y voluntad aumentar. Hay que añadir, en el análisis de la soledad voluntaria, que algunas personas que viven en compañía pueden sentirse muy solas, ya sea porque tienen malas relaciones con sus cercanos o porque –como en el caso de la virtualidad impuesta por el capitalismo digital- se sienten encarceladas o expropiadas de los espacios culturales y sociales vitales para la socialización y la vida privada, como la casa, que es expropiada para convertirla en oficina o en aula. Hay una frase interesante y aleccionadora de Robin Williams sobre ese tipo de soledad: “yo pensaba que lo peor de esta vida era acabar solo. Y no lo es. Lo peor es acabar con gente que te haga sentir solo”. Siendo así, a la sociología le interesa defender los vínculos presenciales con otras personas, defender la socialización como un proceso cara a cara porque, sólo así, se puede mejorar la calidad de esas relaciones y de las personas; sólo así nos podemos ir construyendo, día a día, como seres humanos portadores de la esencia básica de la sociedad, en tanto una parte de ella. Entonces, los solitarios que voluntariamente deciden aislarse de familiares, amigos y espacios para compartir, incluso con extraños, no pueden ser catalogados como personas en situación de reclusión social, que es la condición a la que nos quiere llevar lo digital. La verdadera reclusión social es totalmente involuntaria, deliberada y promovida desde los intereses de la clase dominante que busca recluir a los trabajadores y sus familias, pero no hace lo mismo con las suyas y los suyos porque su fin fundamental es apropiarse de los espacios de la realidad, limpiarla de aquellos a quienes no considera sus iguales, aunque necesite de ellos para seguir acumulando su riqueza.

Por otro lado, la soledad –o más bien la imposición de encierros (internos y externos) para evadir algunos aspectos o acontecimientos traumáticos de la vida- tiene como víctima coyuntural al ritual colectivo de la resignación adquirida, lo cual en última instancia es valorado de diferente forma por el individuo en particular, pero no trastoca ni inhibe –permanentemente- las relaciones sociales cara a cara, aunque éstas sean muy esporádicas, voluntariamente esporádicas, y esa es la clave de que no sea un proceso de despersonalización ni expropiación de la vida. En el caso de la reclusión social (que quiere instaurar como realidad permanente un mundo virtual –plano, insípido e inodoro- habitado por millones de seres que no existen como cuerpos-sentimientos) tiene como primera víctima a las relaciones sociales y con ella a la socialización que garantiza la reproducción de la especie humana en su talidad objetiva, subjetiva, emocional, dramática y presencialmente vinculatoria, para lo cual usa la coartada de que la realidad es peligrosa y hay que huir de ella y recluirse en el ciberespacio que carece de emociones, tangibilidad y accidentes geográficos con curvaturas, es decir, una tierra digital en la que los seres humanos ya no necesitan usar todos los sentidos, una tierra sin humanos, una tierra sin sentimientos, una tierra sin seres humanos reales con sentimientos reales, una tierra de dementes conformistas (demencia social y cultural que hará del suicidio una normalidad) que se creen cuerdos porque -tal como los seres patéticos que profetizó Aldous Huxley, en su Mundo Feliz- siguen a la tecnología en lugar de que ésta los siga a ellos, lo cual además de ser incorrecto es absurdo debido a que nos pone a merced del depredador moderno que amenaza nuestra existencia: el capitalismo digital.

Hay que señalar que la lucha por la vigencia de las relaciones sociales presenciales como relaciones dominantes es una lucha a muerte por la vida, tanto de los individuos como de la sociedad, debido a que las estructuras sociales que construimos como especie evolucionan de la mano de todos los mecanismos neuronales, hormonales, genéticos y moleculares que le dan soporte, ya que la conducta social que inducen nos ayuda a sobrevivir y a reproducirnos, asegurando así el legado genético y sociocultural. Eso explica que, de forma implícita y justificable, las personas no aceptemos la soledad, y mucho menos la imposición de la reclusión social –al menos así debería de ser- ya que ese es el instinto de autoprotección más humano que nos aviva, simultáneamente, un sentimiento inconsciente de hipervigilancia ante posibles amenazas sociales para protegernos de que cualquier perverso se aproveche de nuestras necesidades básicas para imponernos una reclusión obligatoria y prolongada. Esta situación, que tiene una justificación evolutiva (en lo biológico, sociológico y cultural), actualmente dificulta el objetivo de conseguir una adecuada conexión con otras personas y perjudica la salud y el bienestar a largo plazo.

La sociología, como el conocimiento de lo social a partir de lo social del conocimiento, está obligada a tomar una posición e intervenir en esa lucha por la sobrevivencia, en esa lucha contra la soledad y, sobretodo, contra la reclusión social, pues es una lucha tan primaria como elemental. La familia, la comunidad, los grupos educativos, los rituales culturales, las relaciones sociales cara a cara, el sentir alegría y dolor, sin temerle al segundo –la tierra con humanos- tienen un papel estratégico.

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