Los dolorosa y reciente guerra en Ucrania, no pueden despertarnos otra cosa, más que una profunda tristeza. Tristeza porque se vuelve a utilizar a una nación, a un pueblo, como patio de disputa de ambiciosos intereses económicos y políticos, entre el bloque occidental y la Rusia contemporánea.
Pareciera que los poderosos del mundo, que ponen y quitan gobiernos, están otra vez enfrascados en el relanzamiento de un escenario bélico que sólo recuerda las vergonzosas épocas de la guerra fría. Muy lamentable, muy cruel para la población civil, que viene sufriendo históricamente el azote de las guerras inmisericordes. Y muy perversa la tragedia en que los señores de este mundo, lanzan a los jóvenes de uno y otro bando, enlistados en los fieros ejércitos, a la locura de la violencia.
En sus conferencias espirituales, antes multitudes, el Sabio de Ojai, Krishnamurti, decía en ese 1940, cuando el mundo se encontraba en los inicios del horror de la Segunda Guerra Mundial: “Ahora no voy a contestar las preguntas que inevitablemente surgen cuando interesan de modo inmediato los problemas de la guerra, la actitud y la acción que uno debiera sumir en relación a ésta, etc. Pero vamos a considerar un problema mucho más profundo; porque la guerra es solamente una manifestación externa de la confusión y de la lucha interna de odio y antagonismo. El problema que debiéramos discutir, que es siempre actual, es el del individuo y de su relación con otro, que es la sociedad. Si podemos comprender este problema complejo, entonces tal vez estaremos en aptitud de evitar las múltiples causas que en último término conducen a la guerra. La guerra es un síntoma, por más que brutal y morboso, y ocuparse con la manifestación externa sin tener en cuenta las causas profundas de ella, es fútil y carece de propósito; cambiando fundamentalmente las causas, quizás podamos producir una paz que no sea destruida por las circunstancias externas”.
De tal manera, que, incluso, aunque muy nobles parezcan ser los ideales que nos conducen a la guerra, sí no hay un cambio efectivo en nuestras individualidades, si no existe una voluntad férrea de analizar las causas que motivan los conflictos (internos o externos) repetiremos hasta la saciedad los errores que hemos venido cometiendo como seres particulares y sociales, y estaremos eternamente en guerras monstruosas y estériles.
Por lo general, los pueblos van a las guerras, empujados violentamente, hinchados de fanatismo e intolerancia, ideologizados por los falsos discursos del nacionalismo. Y mueren siempre los más jóvenes, en guerras que luego negocian y finalizan, los poderes fácticos que gobiernan el mundo.
De igual manera, don Alberto Masferrer, escribía en su periódico “Patria”, en 1929: “. Para nosotros, guerra, empréstitos y concesiones, equivalen al suicidio”. Justísimas palabras que no han perdido su vigencia de cara a nuestra siempre convulsa realidad nacional.
Uno de los grandes científicos de todos los tiempos, el profesor Albert Einstein, dejó escritas unas luminosas palabras para la posteridad, donde condena enérgicamente la carrera armamentista mundial, efectuando un imperioso llamado al desarme y al derecho a negarse al servicio militar obligatorio, impuesto en la mayoría de países del mundo: “Los jefes de Estado actuales parecerían tener como meta el logro de una paz duradera. Sin embargo, al ver cómo se acelera la carrera armamentista es obvio que los países están decididamente abocados a preparar una guerra. Creo que la única forma de resolver esta situación tiene que salir del pueblo. Es éste quien debe decidirse por el desarme general, si quiere sacudirse la esclavitud del servicio militar. Si así no lo hace, cada conflicto lo sumergirá en una guerra.
Una actitud pacifista no podrá conseguir resultado alguno si no ataca enérgicamente el armamentismo de los Estados.
Los países se prepararán para la guerra minuciosamente y con la intención de enfrentarla exitosamente, en tanto no descarten las posibilidades del belicismo. Del mismo modo, es inevitable que si los jóvenes reciben educación dentro de la tradición militar y orgullo nacional continuarán sumergidos en el mismo encuadre cultural frente a la guerra.
Cuando un pueblo se arma, no está yendo hacia a la paz sino hacia la guerra, y de esta situación no se sale paso a paso: es ahora o nunca”.
Por supuesto, que, ante los entornos de inseguridad interna y de violencia criminal, delictiva, la respuesta del Estado debe siempre estar encaminada a preservar la vida y garantizar los patrimonios de los ciudadanos. Sin embargo, en cuanto a las naciones civilizadas, siempre existen los mecanismos diplomáticos y de diálogo para dirimir las diferencias; pero no es con escaladas genocidas e irracionales, como la paz se consolidará ni nacional, ni mundialmente.
Ojalá que, nuestro mundo contemporáneo lo entienda; ojalá, que otra vez, no sea demasiado tarde.