Álvaro Rivera Larios,
Escritor
Edgar Allan Poe dejó escrito un ensayo sobre la forma en que componía sus versos. Este ensayo lo desmintió un T. S. Eliot sorprendido de que las ideas de Poe influyeran tanto a Baudelaire y los simbolistas. Eliot ofrece ejemplos de la poesía de Poe que no se ajustan a lo que Poe predica en su filosofía de la composición. Según el autor de los «Cuatro Cuartetos», ni Baudelaire ni Mallarme captaron esa discordancia porque no dominaban el inglés. El influjo positivo de Poe sobre la poesía francesa de la segunda mitad del siglo XIX, se habría debido por lo tanto a una mala lectura.
Sin embargo, hay un relato del autor de «El cuervo» que bien podría guardar un mensaje oculto para aquellos poetas que, de manera muy enfática y con recursos demasiado obvios, ponen de manifiesto su objetivo de ir en pos del misterio. A veces, quienes sin el más mínimo sentido de la precisión y la gradación retuercen el lenguaje desde el primer verso hasta el último terminan pareciéndose a esos personajes de “La carta robada” que la buscan en los sitios más recónditos y difíciles, es decir, en aquellos más alejados de la luz solar y de lo que está a la vista.
El detective de Poe (el padre de Sherlock Holmes) lo que nos dice es que la carta robada está a la vista, en la superficie, expuesta a la luz, y que por eso nadie la encuentra. En la poesía hay dos maneras de acceder al misterio: explorando el subsuelo con una elocuencia de telas oscuras o rastreando en la superficie del mundo con un lenguaje engañosamente claro. Esta última vía fue la que adoptó William Carlos Williams en ese poema que reza así: So much depends/upon/ a red wheel/ barrow/ glazed with rain/ water/ beside the white/ chickens.
Cualquiera diría que solo es una breve acumulación de imágenes cotidianas precedida por una advertencia enigmática. Cualquiera diría que el poema nos lanza sin más a una desnuda referencia exterior. Pero el poema, al apartarse de la métrica convencional, tampoco la sustituye por la transcripción de una muestra del lenguaje de la calle. Este, en el poema, es objeto de una reelaboración en la que las palabras se someten a pausas que las obligan a detenerse y a cobrar conciencia de sí mismas. La descomposición del lenguaje coloquial sirve para componer otro ritmo y para descomponer los datos de los sentidos articulándolos en una nueva estructura. Ni la referencialidad ni el significante del poema, tan abiertos a la luz, son lo que parecen. El poema puede parecer anodino, pero es esa normalidad aparente la que oculta su carta robada.
La intuición artística de que en las escenas de la vida cotidiana se oculta el tesoro de la trascendencia ya se encuentra en la pintura holandesa del siglo XVII. De esta idea se nutre la novela como género literario emergente entre los siglos XVIII y XIX. La sacralización de la naturaleza y la dignificación estética de la vida de la gente común preside los temas y el lenguaje llano de un poeta como William Wordsworth. Si se vive en medio de un soleado misterio, se comprenden perfectamente estos cuatro versos de Baudelaire:
“Naturaleza es templo donde vivos pilares
dejan salir a veces sus confusas palabras;
por allí pasa el hombre entre bosques de símbolos
que lo observan atentos con familiar mirada”
La de William Carlos Williams es una de las maneras que hay de acercarse al misterio. Luego está esa otra que enfáticamente se viste de empresa iniciática, de aventura hermética. A ella se adscriben Rimbaud, Rilke, Celan, Holan. Poetas a los que podríamos llamar visionarios, chamánicos. Por la boca de ellos habla la noche y les creemos aunque muchas veces no los entendamos. Como todos los grandes modelos, estos poetas, sin que sea culpa suya, han dado pie a una industria de las falsificaciones y las malas imitaciones. Como lo mismo le ha sucedido a William Carlos Williams con los mediocres imitadores de su profunda claridad, se puede decir que no cualquiera puede hallar la carta robada, se oculte donde se oculte y sean cuales sean los métodos que se utilicen para encontrarla. Pero, y aquí está la cuestión, a los poetas salvadoreños que consideran que la única manera de acceder al asombro es poniendo en movimiento las sílabas más oscuras, hay que recordarles que hay oscuridades que a fuerza de frecuentarse demasiado se vuelven tópicas y recordarles también que adentro de la luz hay esquinas ocultas.