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La poesía es un centauro

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

 

Decía el gran poeta norteamericano Ezra Pound que la poesía era un centauro. Un centauro, es decir, una doble naturaleza. Por una parte, humana, dotada de un sensible intelecto; pero por otra, poseedora de la bestial fuerza animal. Porque en la poesía, la emoción, la pasión, se amalgama con la razón de la idea y de la técnica.

En poesía no existen los grandes temas, todos los temas son válidos, son perfectos, el quid del asunto se encamina a la destreza de las formas, y por supuesto, a la hondura de lo que se dice.

Atrás quedaron las épocas, entre nosotros, donde aspectos como  la ideología, la política y el bendito compromiso eran llevados al supremo culto, al supremo requisito que validara la obra. ¿Qué ha perdurado de todas esas letras? Muy poco, posiblemente, sólo aquello que en realidad fue dictado con pleno dominio de “los contenidos y de las formas”, para decirlo en griego,  y en la gracia de un dios y de un demonio, parafraseando a Lorca.

Desde luego el poeta, la poesía, develan el espíritu individual y colectivo, el ambiente y la época, de forma consciente o inconsciente. Esta sensación viví, cuando en una venta de libros antiguos, encontré un poemario descuadernado de cubierta rosa, titulado “Los otros” (Proyecto Editorial La Chifurnia), y cuyo autor es el poeta salvadoreño Edgar Iván Hernández (1965).

Entre los poemas que me conmovieron, comparto con ustedes este “Romance de la muerte”: “/Ha pasado cerca de mi casa el crimen/ asustando a mis muertos/ un joven ha muerto/ uno que no fue a las universidades/uno que no conoció la libertad/que lo aplastó el monstruo de cobardía/ que lo atropelló el caballo de la noche ebria/ y deja mujer e hijos para el luto y el duelo/ aquí se muere como viviendo/ aquí se agoniza de espanto/ aquí dan ganas de matar a la muerte/ de polo a polo crece el dolor/de las madres demasiado madres/ de las jóvenes que están pariendo un puñal/ de los jóvenes que están comiendo pólvora/ ha pasado la vida frente a mi casa/ regando flores y la muerte está en celo/ un muchacho y dos mujeres han muerto/ a una le faltan las fuerzas para llorar/ a la otra le sobra llanto para amar/ y dos jóvenes asesinos corren/ calle abajo de la noche/van huyendo del sueño/ y otra pesadilla les pisa los talones”.

Esa es la auténtica pesadilla que destruye, de la que no podemos escapar jamás, pues nace de la oscuridad del propio corazón. El poeta lo sabe por su intuición, y nosotros, también lo sabemos, por la  fuerza de la verdad vital.

Sin embargo, el día llegará en que de esta derramada sangre se alce la rosa inmaculada de la paz. Por ello el poeta ora en su “Salmo de los Niños”: “Quita tu poderío/ de las manos que asesinan/Quítales tu imperio/y da la paz al más pequeño” ¡Que así sea!

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