Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua
Cada forma de conocimiento tiene su propio y muy particular lenguaje. La ciencia, la filosofía, el mito, la religión, el sentido común mismo, saben expresarse bajo estilos muy propios. El arte hace lo propio, y dentro del mismo, la poética. El lenguaje de la poética es esencialmente bello y debe ser adecuadamente articulado. Sin este, la belleza se esconde; sin aquel, la idea pierde el sentido. Algunas veces, la aridez de la expresión puede negar la correcta interpretación del contenido; pero también, esta aridez es muchas veces inevitable. La ciencia, la matemática, la lógica, son buenos ejemplos de ello. Pero también la filosofía manifiesta esta condición, y ello se acentúa en algunos filósofos. Leer a Hegel no es fácil; no lo es tampoco leer a Kant; de la misma manera, a Zubiri; e incluso Aristóteles. Contrasta esto con la bello y ágil lectura con que supieron expresarse muchos filósofos españoles y latinoamericanos. Leer a Ortega es fácil y reconfortante; leer a Marías, de igual manera; la belleza de expresión de García Morente es singular y única; Frondizi, Pucciarelli, Gaos, Bergson, Unamuno, Vasconcelos, …… supieron aquilatar en el lenguaje la belleza de la expresión. Pero los que he señalado arriba, y no sólo ellos, requieren mucha paciencia y paz espiritual para meterse en sus intrincados conceptos y tratar de sostenerlos.
Cuando Aristóteles, por ejemplo, comienza su Metafísica, (capítulo 1, libro primero), diciendo que “todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber. El placer que nos causan las percepciones de nuestros sentidos es una prueba de esta verdad. Nos agradan por sí mismas, independientemente de su utilidad, sobre todo las de la vista”, uno se solaza y piensa que vendrá una lectura de agradable estar a pesar de su profundo contenido. Pero ya cuando uno se adentra en las categorías de esta “filosofía primera”, como la llamó el estagirita, la cuestión cambia y el sufrimiento debe comenzar a aparecer: la materia y la forma, la potencia y el acto, la sustancia y el accidente, el ser y el ente, etc……. Hegel, el último exponente del idealismo alemán, utilizaba un lenguaje muy complicado y abstruso: “Lo que es racional es real, y lo que es real es racional” es su famosa y complicada frase, “….porque la ‘mediación’ no es otra cosa que la semoviente autoidentidad”, es otra de parecido tono; y si vamos por lo más definitivo, expongo otras dos frías y oscuras expresiones de este gran filósofo alemán: “El ser puro, como incipiente, es al mismo tiempo no-ser (nada); y el ser y el no-ser del comienzo es unidad del ser-diferente y no ser-diferente, es decir, de la identidad de la identidad y la no-identidad”; “el embrión, si bien es hombre en-sí, no lo es todavía para-sí; sólo será para-sí cuando haya formado su razón, (¡no meramente cuando haya alcanzado un uso minimal de la misma!). En ese momento habrá llegado a ser lo que ya era en-sí”.
De Kant, por ejemplo, había que conocer previamente el significado que daba a algunos términos, para intentar posteriormente su comprensión. Para el filósofo de Konigsberg, ‘critica’ significa análisis, ‘pura’ significa independiente de la experiencia, ‘práctica’ quiere decir moral, ‘estética’ es la teoría de la percepción, ‘trascendental’ es aquello que posibilita la experiencia sin provenir de la experiencia, y las ‘categorías’ no son propiedades de las cosas mismas, sino propiedades de las cosas en cuanto estas son convertidas en objeto del conocimiento pero no en sí mismas. Dicho lo anterior, entonces puede intentar descifrarse lo que Kant quiere significar cuando dice, por ejemplo, que “el sujeto cognoscente, o espíritu, no considerado en forma individual sino general, se enfrenta con un mundo exterior que, en su ser-en-sí resulta absolutamente inasequible. Esa cosa en sí, el nóumeno, debe existir porque en el conocimiento que poseo, (conocimiento fenoménico), hay un elemento que no procede de mí sino del exterior. Este elemento es el caos de las sensaciones”; y luego su fundamental afirmación: “El espacio y el tiempo no son en sí sino en mí”. Por ello, cuando Kant titula dos de sus más conocidas obras con los nombres de “Crítica de la razón pura” y “Crítica de la razón práctica”, lo que ha querido significar con tales títulos es lo siguiente: “Análisis de la razón independientemente de la experiencia” la primera, y “Análisis de la razón moral” la segunda.
Zubiri, el filósofo vasco amigo de Ellacuría, y quien ya en sus últimos días no publicaba nada sin antes la aprobación de este último, decía que “trascender es ir del de-suyo al suyo pero en propio”. En su complicado lenguaje, sólo adentrándose en sus particulares significados, puede uno comprender la profundidad filosófica de tal afirmación. Definía al hombre empleando su famoso “constructo del ‘de’ ”: “El cuerpo sólo es ‘cuerpo-de’ esta psique, y la psique es sólo ‘psique-de’ este cuerpo”.
Pero volvamos a la poética: Aristóteles, árido y hasta críptico en el lenguaje de sus obras, también hizo una a la que llamó “Poética”. Esta, junto con la “Retórica”, formaron lo que se llamó su “Filosofía Poyética”. Pero el concepto que el preceptor de Alejandro el Grande tenía de la poética era muy singular, muy particular. La poética es una especie de ontología regional que investiga el ser de lo poético y de sus obras, naturalmente bajo la hipótesis de que “lo poético tiene ‘ser’ ”, y que descubrir su ‘ser’, su ‘qué es’, es poner de manifiesto lo más fundamental, primario y nuclear de su realidad. La poesía, pues, para Aristóteles, “tiene ‘ser’ “, y hablamos aquí del ‘ser’, ontológicamente; por ello, la poesía para él está construida como ontología, como “el estudio del ‘ser’ de las obras poéticas”.
Aristóteles tenía un concepto muy propio de la belleza, y con ello, de la poética. Para él, todo lo bello es como un “animal viviente”, como un “animal superior”, cuyas partes han de tener un determinado orden y una proporcionada magnitud. “Su esqueleto, decía, es la trama, intriga o argumento; y habrá que rellenarlo con otros elementos como elocución, episodios, reconocimientos, “que hagan de carne tal animal literario”. Por ello se considera que esta obra de Aristóteles es “un plan hylozoísta. La obra poética es una cierta manera de animal”.
El orden especial de la poesía, decía, y en general, del arte, es un orden especial, y no por sus ideas sino por su belleza.
La poesía , pues, ‘tiene ser’, es una categoría ontológica; y como he dicho al comienzo, debe ser bella y conjugada, armónica y rítmica, porque, siguiendo al discípulo de Platón, la poesía vale, no por la idea sino por la belleza.