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LA POLÍTICA DE GOBIERNO DE BUKELE: CONTROL SOCIAL E INFUNDIR EL TERROR

Por David Alfaro

En el panorama sociopolítico salvadoreño, la administración de Bukele ha marcado un cambio radical, pero preocupante. Examinemos el oscuro trasfondo de la transición de un estado marcado por el miedo inducido por las pandillas hacia un régimen de control estatal autoritario y restrictivo. Analicemos cómo este cambio ha transformado no solo la naturaleza del temor en la sociedad, sino también la dinámica de la acción colectiva y la cohesión social. Desde el declive del miedo a las pandillas hasta el surgimiento de un nuevo temor a un estado autoritario, exploremos cómo este cambio ha reconfigurado la capacidad de la sociedad para organizarse y desafiar las injusticias estructurales.

Bukele y sus cómplices saben perfectamente que es crucial mantener el terror estatal para impedir la organización social reivindicativa, que podría ser un gran contrapeso político contra ellos. El pueblo salvadoreño ha cambiado de secuestradores: de las maras a los militares y policías, los «jueces de la calle».

Durante casi tres décadas, la población salvadoreña vivió bajo la constante amenaza de las pandillas, fenómeno que tuvo un efecto devastador en la cohesión social. El miedo se apoderó de la gente, llevándola a evitar el contacto con sus conciudadanos y a dejar de buscar soluciones conjuntas a sus problemas más apremiantes, como la escasez de agua, la ruina de las escuelas, la carencia de equipos y medicamentos en los hospitales, la falta de empleo, el alto costo de la vida, los salarios miserables y la migración forzada, entre otros.

Las pandillas se convirtieron en un elemento disociador, disgregador y desorganizador de las posibilidades de acción colectiva y reivindicativa en la sociedad salvadoreña. En resumen, actuaron como una fuerza contrainsurgente interna, minando la solidaridad y la capacidad de la comunidad para enfrentar estos desafíos estructurales conjuntamente.

Sin embargo, con la ascensión de Bukele al poder y su declaración de «guerra contra las pandillas», un tema que suscita debates considerables, se ha desarticulado en gran parte a estas organizaciones delictivas. Aunque persiste la incertidumbre sobre si esta desarticulación será permanente, las causas estructurales que propiciaron el surgimiento de las pandillas aún persisten y se han agravado: pobreza, marginación y la negligencia del Estado en sus responsabilidades sociales.

Paradójicamente, la eliminación del miedo que las pandillas imponían a las comunidades abre la puerta a un nuevo temor: el autoritarismo estatal y la restricción de libertades civiles. Este régimen de excepción, que ya no es excepcional sino permanente, acompañado por el crecimiento del militarismo y la represión de la sociedad civil promovidos por Bukele y sus aliados legislativos, amenaza con sofocar cualquier intento de organización social, movilización y reivindicación.

Es evidente que los gobernantes actuales reconocen la importancia de mantener un clima de temor estatal para evitar la emergencia de una fuerza contrapuesta de carácter político. Así, el pueblo salvadoreño ahora sólo ha cambiado de secuestradores.

En conclusión, el miedo no ha desaparecido; solo ha cambiado de rostro. Si antes las comunidades temían a las pandillas que sembraban el terror con la violencia explícita, ahora enfrentan un miedo diferente pero igual de paralizante: el del Estado. Con el pretexto de mantener la seguridad, Bukele ha implantado un régimen que sofoca cualquier intento de organización y desmantela la cohesión social, diseminando el miedo a la represión, la vigilancia y el castigo. Este nuevo miedo, tan eficiente como el de las pandillas, tiene como objetivo evitar que las comunidades se organicen, se unan y desafíen al poder.

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