René Martínez Pineda
(Sociólogo, UES y ULS)
En El Salvador, ese país que estamos descubriendo bajo las ruinas dejadas por la delincuencia, tenemos una oposición política que recurre a lo que se conoce como necrofilia política, que es el amor por las ideas muertas (o asesinadas) y por las situaciones perversas del pasado que no se quiere que pase; ideas y situaciones que han sido falsamente probadas una y otra vez y por eso siempre fracasaron y provocaron daños colectivos casi irreparables, tanto en el imaginario del pueblo como en sus condiciones de vida. Basta oír los discursos viscerales de los líderes pétreos de la oposición para saber cuál es su posición necrótica, y lo es porque desconocen que la oposición no es la que se opone sólo porque sí, sino la que propone pensando en las necesidades del pueblo.
Entonces, cuando la política se reinventa a partir de las cuatro C es porque: la ciudadanía recupera la Confianza en el régimen político (prácticamente lo resucita y reconstruye desde sus ruinas) a partir de una rebelión electoral que fue capaz de hechos inéditos en materia electoral; el pueblo da por sentado que existe, en verdad, un Compromiso de parte del nuevo gobernante y de la nueva fuerza social gobernante por resolverle sus problemas principales (la delincuencia, pongamos por caso) y por hacerlos pasar de la triste condición de beneficiarios (de súbditos) a la de protagonistas directos de todo; el Estado recupera el Control del territorio y la ciudadanía recupera el Control de su comunidad al combatir la delincuencia; la ciudadanía ve como factibles y beneficiosos los Cambios (y con ello redescubre el país que estaba enterrado bajo sus pies), cambios que, al ser llevados a cabo de forma continua, se convertirán en transformaciones sociales para que no sean reversibles.
En términos conceptuales y prácticos, esas cuatro C son las que están refundando todos los criterios a partir de los cuales se puede definir la ideología como un hecho más allá de sí misma, y de lo mismo, porque al igual que todo lo demás -eso que los sociólogos llamamos “mundo sociocultural”- se va rearmando con el paso del tiempo. En ese sentido, las cuatro C son la caja de herramientas (y ya no la caja de Pandora) de la revolución democrática, o sea que son las herramientas de la gobernabilidad al interior de la democracia electoral cuyos protagonistas (que son los ciudadanos en su talidad y no los partidos políticos se ha querido hacer creer, ese es otro cambio elemental y fundamental) reconocen su precariedad, su condición de indefensa y su vulnerabilidad frente al Estado y al mercado, y concluyen, al reflejo, que eso sólo se puede resolver si el primero llega a la condición de sujeto social para que lo público sea igual o mejor a lo privado, y para que en la cotidianidad del comedor impere la gente y no la mercancía. En medio de las cuatro C -o como condición indispensable para que éstas se den a plenitud- debe surgir y consolidarse un nuevo liderazgo -un liderazgo de otro tipo- que personifique la coyuntura de transición y tenga la aceptación mayoritaria suficiente como para atreverse a impulsar los cambios necesarios e ineludibles sin estar pensando en si estos le afectarán negativamente su popularidad, es decir el conteo de votos.
Esa conjunción de las cuatro C en el contexto de una singularidad sociológica son las que permiten llegar a la transformación o reinvención del país escribiendo un nuevo libro de la historia (no pasando la página del libro usado hasta ahora) usando como correctora ortográfica y geográfica la nueva verdad de la transición, y usando los datos como mejor retrato. Por el lado contrario están los que Gramsci llama los monstruos que surgen en el claroscuro entre la nueva sociedad y la vieja, quienes bajo la forma de oposición política (la distorsionalidad sociológica) pugnan por revertir los cambios usando la gran mendacidad como táctica.
Como condición heredada -los obstáculos objetivos- de las cuatro C que debe tener la nueva política salvadoreña, se parte de un Estado delincuencial de larga data que, de facto, convirtió a los delincuentes en sus funcionarios invisibles. No se trataba, ciertamente, de simples, comunes o blandas bandas de delincuentes organizadas, solapadas o asociadas con funcionarios y políticos para robar, para delinquir, para controlar la población, para expropiar la cotidianidad y para ser nichos electorales en constante migración. En todo caso, independientemente de que nos guste o no nos guste, la coyuntura actual es la de la transición de los cambios hacia las transformaciones sociales postergadas en el atardecer de la pólvora, y eso es posible debido a la transformación de la política salvadoreña a partir de las cuatro C, en tanto son éstas -y sólo éstas- las que le dan y darán consistencia a la rebelión electoral de 2019 y 2021 en función de construir una cultura política democrática más allá de la retórica y más allá de las decepciones heredadas.