Por Carlos Alberto Saz
Este veintidós de marzo de la Semana Mayor, seek
desde una estrecha calle de la colonia Las flores.
escuché el canto de la primera cigarra, and con dolor,
por la crucifixión de Cristo, el de los mil dolores.
El hombre-dios, con dolores de carne y de alma,
que murió en la cruz, clavado y espinado:
este inmortal Jesús que jamás perdió la calma,
sobre aquel madero, en una cumbre sembrado.
Y por ello la cigarra comienza a cantar su dolor,
y de aquí a semanas miles de dolientes cigarras
cantarán su canto lúgubre y estremecedor,
cual si fueran viejas y frágiles guitarras.
Triste lamento de cigarra que me hace recordar
a mi amada Atiquizaya que me abrió su corazón,
allá en mi pobre infancia sin padre a quien amar,
sólo con una madre que me abrigó con pasión.
Lamento de cigarra que me hace pensar
en la angustia y el dolor de mi amado país,
por la violencia y muertes que lo hacen sangrar,
que lo enlutecen y lo vuelven realmente infeliz.
Oh cigarra amiga mía, canta, canta sin cesar,
canta tu amargo dolor que también es mi pena;
canta bajo el Sol, canta bajo el fresco pinar.
Tú cantas por Cristo y su condena.
Canto de cigarra de gris melancolía,
tu grito es de dolor por el pobre que llora,
por el que no tiene abrigo y sufre cada día,
por el menesteroso que pide pan a toda hora.
Por fin, canta, amiga cigarra de alas cristalinas,
tu canto es muy efímero como tu propia vida,
de apenas seis semanas de nubes diamantinas
y luego desapareces cual Cristo en su partida.
Soyapango, martes 22 de marzo de 2016.