El 15 de octubre de 1979, un movimiento de jóvenes oficiales de la Fuerza Armada, la mayoría capitanes, entre los que se encontraba el capitán Emilio Mena Sandoval, que al ver traicionada la Proclama de la Fuerza Armada que derrocó el gobierno del general Carlos Humberto Romero, se incorporó a la guerrilla, donde fue conocido como el comandante Manolo.
Junto a Mena Sandoval también se incorporaron a la guerrilla otros oficiales de la Fuerza Armada, muchos de ellos murieron en una emboscada al iniciarse la ofensiva final de la guerrilla en el cantón Cutumay Camones, en Santa Ana.
En un reciente artículo de Mena Sandoval, publicado el lunes pasado en Diario Co Latino, en referencia al movimiento de la juventud militar de 1979, y la traición de ese movimiento, pese a que terminó con los 50 años de dictadura militar en El Salvador, expresa: “(…) Hay suficientes y peligrosas señales que, dentro de nuestras instituciones, tanto la Fuerza Armada como la Policía Nacional Civil, por el accionar de sus máximos dirigentes -el señor ministro de Defensa, René Francis Merino Monroy y el señor director de la PNC, Mauricio Antonio Arriaza Chicas- se está produciendo una peligrosa deriva hacia comportamientos del pasado. Con su actuación, más como militantes de un partido político que como los máximos dirigentes de unas instituciones que deben ser garantes del ejercicio democrático en el país, se olvidan de la historia reciente en la que a los militares y miembros de los Cuerpos de Seguridad se nos ocupó como si fuéramos militantes del Partido de Conciliación Nacional (PCN) y en nombre de la Democracia fuimos parte de la creación en nuestro país de un caos político, económico y social que nos llevó a una sangrienta guerra que nos ha dejado resultados difíciles de superar. Hoy bajo el poder de ambos dirigentes, estamos regresando a ese pasado tenebroso, se está violando el Estado de Derecho y se están poniendo en riesgo los avances de ese difícil proceso democrático realizado en estos últimos veinticinco años”.
Nos parece oportuno que a 41 años de esa proclama, e inspirados en el artículo del capitán Emilio Mena Sandoval, la juventud militar de El Salvador, en particular, y la juventud salvadoreña -en general- conozca ese hecho histórico, para reflexionar de lo que ocurrió en el pasado, y que pueda volver a ocurrir en el presente o en el futuro, sobre todo, cuando se ignora la historia y cuando no se miden los límites del poder. Esta proclama puede buscarla en esta misma edición, en un especial para la memoria histórica.
Por el momento, en este espacios solo exponemos los dos primeros párrafos de lo que serían los considerandos de la proclama:
“A. La Fuerza Armada de El Salvador, plenamente consciente de sus sagrados deberes para con el Pueblo Salvadoreño y compenetrada con el clamor de todos sus habitantes contra un Gobierno que: 1º Ha violado los derechos humanos del conglomerado. 2º Ha fomentado y tolerado la corrupción en la Administración Pública y de Justicia. 3º Ha creado un verdadero desastre económico y social. 4º Ha desprestigiado profundamente al país y a la noble Institución Armada.
«B. Convencida de que los problemas anteriormente mencionados son el producto de anticuadas estructuras económicas, sociales y políticas, que han prevalecido tradicionalmente en el país, las que no ofrecen para la mayoría de los habitantes las condiciones mínimas necesarias para que puedan realizarse como seres humanos. Por otra parte, la corrupción y la falta de capacidad del régimen, han provocado desconfianza en el sector privado, por lo que cientos de millones de colones se han fugado del país, acentuándose así la crisis económica en perjuicio de los sectores populares…».
“Por tanto, la Fuerza Armada, cuyos miembros siempre han estado identificados con el pueblo, decide con base en el Derecho de Insurrección que tienen los pueblos, cuando los gobernantes se apartan del cumplimiento de la Ley, deponer al gobierno del general Carlos Humberto Romero e integrar próximamente una Junta Revolucionaria de Gobierno, compuesta mayoritariamente por elementos civiles, cuya absoluta honestidad y competencia estén fuera de toda duda. Dicha Junta asumirá el Poder del Estado con el fin de crear las condiciones para que en nuestro país podamos todos los salvadoreños tener paz y vivir acorde a la dignidad del ser humano…”.
Es de resaltar que este movimiento intentó evitar una guerra civil, pero, quienes tomaron el poder en la primera Junta Revolucionaria de Gobierno, la segunda y la tercera, traicionaron el movimiento de la juventud y por ende echaron al cesto de la basura la Proclama, y así fue como El Salvador se vio obligado a una guerra civil que duró doce años, y que dejó cerca de 70,000 víctimas.
Pero una de las enseñanzas que ha dejado la historia es que la manipulación e instrumentalización de los cuerpos armados de un país termina en graves violaciones a los derechos humanos.