José M. Tojeira
Comenzó ya el tiempo de propaganda para la elección de diputados. Arena asustada limitando la aparición de su bandera y hablando del Estado de derecho. La izquierda tradicional (no hay otra de momento) hablando del “nuevo Frente”. Nuestro Tiempo apostando por ver si entra en la política con nuevas caras. El PCN y el PDC sin saber mucho qué hacer ni qué decir. Gana aprovechándose de la golondrina y Nuevas Ideas haciendo propaganda de la letra N que comparte con Nayib. Si las elecciones fueran un juego de niños, este modo de actuar de los partidos podría hasta resultar divertido. Pero tratándose de elegir a los representantes del pueblo en el que se suele llamar pomposamente el primer poder de la república, el jueguito parece una burla del ciudadano y la ciudadana, más que un debate serio sobre el tipo de legislación que nos van a ofrecer los diputados en los próximos años.
El problema, parece ser, es que no tienen ni idea de lo que quieren, a parte de lograr posiciones numerosas y de control en la Asamblea o simplemente subsistir como partidos. No hay proyecto, sino simple y vulgar propaganda. El país necesita una reforma fiscal para poder invertir adecuadamente en la población y superar la pobreza y la desigualdad, pero ningún partido tiene un proyecto serio al respecto. Esa estafa a la población que se llama sistema de pensiones ha demostrado su incapacidad para convertirse en un sistema universal. El Estado, dándole una especie de franquicia gratuita a las administradoras de pensiones, viola el derecho de la población salvadoreña a una ancianidad digna. Pero la dignidad humana, más allá del discurso pomposo, no parece ser una prioridad en nuestros partidos políticos. Ningún partido tiene una posición ecológica firme, que se atreva a desafiar la planificación depredadora del medio ambiente que tienen algunas empresas privadas constructoras de viviendas. Y por supuesto guardan un silencio obsequioso respecto al proyecto Valle el Ángel.
La desigualdad, la pobreza, el sistema judicial deficiente que tenemos, la cultura de la violencia, la reforma de la PNC, un proyecto serio de reforma educativa, la importancia de tener un sistema único de salud, universal y de calidad, parecen temas de otro mundo y no de El Salvador. Pero eso sí, el insulto, los ataques personales, el grito y la palabrería, estarán sin duda a la orden del día. Es el estilo tradicional y que incluso ha sido potenciado por el gobierno actual. Nos gusta quejarnos del populismo, pero es lo que hemos vivido siempre en política, con mayor o menor énfasis. Si el gobierno actual es maestro en ese tema, es porque ha aprendido de los anteriores y les ha ganado la partida. El engaño a la población ha sido una tradición demasiado establecida en el país.
Estamos tan acostumbrados a la propaganda vacía y las promesas falsas que confundimos con frecuencia la política con la corrupción de la política. Incluso a quienes criticamos el modo tradicional de hacer política, plagado de inmoralidad y mentira, se nos dice que generalizamos demasiado, que hay excepciones y que hemos caído en la tentación de la anti política. Sin embargo, la política que necesita el país no es la de la propaganda vacía y la mentira. La transparencia, la rendición de cuentas, la verdad, la lucha contra la pobreza, la defensa de los derechos humanos y la promoción de los deberes ciudadanos, son parte imprescindible de una política que ni se quiera ni se pueda confundir con una forma de corrupción. Tal vez sea tarde para decirlo y repetirlo, pero todos los ciudadanos tenemos la responsabilidad de exigir a los políticos que sean decentes en el ejercicio de sus funciones. Las elecciones y los debates que deben acompañarlas son una buena oportunidad para que los políticos nos demuestren a los ciudadanos que no son unos simples charlatanes, sino que buscan el bien de todos y todas, especialmente de aquellos que están peor, sea en la pobreza, el desempleo o que sufren la exclusión y la falta de atención de las instituciones estatales.