Iván Larreynaga,
cuentista
Ahora el señor Coyote nos metió a otros tres migrantes más aquí dentro. Se asomó por esa rendija y nos dijo que donde caben dos, caben otros tres más. El camión tiene buen tamaño y el cajón en donde vamos es seguro. Le llamamos cajón porque parece uno, pero este señor dijo que lo ajustó muy bien.
Íbamos a ir solo tres. Pero uno de nosotros ya no aguantó el calor, o el hambre, o el miedo. Estaba frío y ya no respiró más. Y el señor Coyote se detuvo y lo terminó sacando. En alguna parte del camino lo dejó. Entonces nos tuvimos que acomodar para que entraran los otros tres, y fue cuando escuchamos lo que nos dijo por la rendija.
El señor Coyote arrancó de nuevo el camión, salió a toda prisa y nos gritó que nos calláramos.
Pero nosotros solo escuchamos nuestros pujidos. No alcanza el aire para hablar.
El camino para el norte es muy largo. Muy largo y lleno de muchas piedras. Y vamos aquí acostados en el cajón. Llevamos hasta los huesos embarrados de polvo y sudor. Vamos como untados, uno al lado del otro, y el otro encima del otro. La madera de este cajón tiene astillas pero por eso no nos afligimos. Nuestros ojos están muy abiertos y muy brillosos. Nos miramos porque no sabemos dónde mirar en lo oscuro. Vamos en un camión. El traqueteo es muy fuerte. Y yo veo la rendija ahí.
Aprovechamos el movimiento para acomodarnos. Los codos de uno, las piernas del otro, el pie de aquel, mi cuello. Nos ayudamos para ir menos peor. O sobrevivir. Está caliente aquí; nos falta el aire. Pero ahora la rendija está más cerca.
Cuando el señor Coyote se detuvo, hace un rato, sacó a otro que estaba tieso y frío. Ya no respiraba. “El olor nos puede joder con la migra”, volvió a decirnos por ahí mismo. Lo dejó por el camino. Y después arrancó…
La rendija.
Pero el que va encima de mí creo que está como agarrotado. Pero no sé, porque mis piernas están igual. Entonces nos acomodamos de nuevo con el traqueteo del camión: las rodillas, las espaldas mojadas; un cuerpo caliente hacia un lado, el otro frío que me quito de encima. Porque todos nos ayudamos en este cajón para ir menos peor. Hasta que volvemos a estar quietos. Y yo me quedo más tranquilo.
Porque ahora que llegué a la rendija, ya no me quiero mover de aquí… Aunque mi nariz se esté llenando de polvoecamino y se enfríe.