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La residencia de Antonio en El Salvador (1)

René Martínez Pineda

Sociólogo, UES

Sin embargo, compañeros… corriendo el riesgo de seguir siendo lo que siempre he sido (un utopista, un indigente de la palabra), debo decirle a los indoctos y feroces detractores del compromiso social con el pueblo que para comprender a Gramsci -desde lo académico, que conste- hay que tener las premisas teóricas y, ante todo, las bases político-prácticas dadas por Marx en la onceava tesis sobre Feuerbach, la que puede formularse bajo la forma de preguntas retóricas e incómodas: ¿cómo podemos comprender al Estado sin haber sido presa de sus cuerpos de seguridad o al menos un testigo directo de su represión militar?, ¿cómo comprender de forma amplia la hegemonía sin haber sido parte orgánica de los movimientos populares contra-cultura que fueron reprimidos a plena luz del día en las calles, cantones y cerros del país?, ¿cómo comprender la sociedad civil que existe y subsiste en eterna lucha con la sociedad política sin haber sentido el frío y la nostalgia de los barrotes que se agigantan en la cárcel clandestina?, ¿cómo aprender a codificar y decodificar creativamente la realidad y las ideas sociológicas si no sabemos lo que implica ejercer la libertad de expresión y de pensamiento por medio de las ilustres “pintas” en las paredes ajenas?, ¿cómo deslindar el horizonte teórico de una ciencia social comprometida, tal como la sociología, si jamás hemos luchado por los intereses del pueblo y jamás hemos dicho esa palabra por simple roña epistémica y escatológica?, ¿cómo ser un fiel promotor de las ideas libertarias del Gramsci que escribía en “El Grito del Pueblo” –o de cualquier otro sociólogo con pensamiento crítico y argumento cítrico- si somos un “hostes populi” consumado?

Quienes amamos la matemática imaginamos -sin caer en el positivismo puro- las propuestas teóricas de Gramsci como ecuaciones sociológicas. Por ejemplo, al estudiar su concepto de hegemonía, la pensamos como la ecuación: sociedad política + sociedad civil = Hegemonía. En una misma notación están presentes los abecés teóricos del pensamiento político-social de Gramsci, el sociólogo que usó los barrotes de la cárcel como corrector de estilo para garantizar que sus ideas remontaran la censura sin dejar de ser revolucionarias, aunque para ello tuvo que recurrir a rebuscados códigos que la hermenéutica sociológica devela que están en clave marxista. Debido a lo anterior, leer a Gramsci es un arduo proceso de decodificación que obliga a desarmar pieza por pieza, todos los conceptos que usa, para rearmarlos desde la lógica de Marx y de Lenin (aunque a este último no lo invita a sus libros de forma explícita), lo cual debe constituir un proceso de sociología forense para no caer en la ambigüedad comprensiva.

La densidad teórica del Gramsci bajo la lupa del censor de la cárcel, lleva a muchos a pensar que es un sociólogo ambiguo, cuando en realidad su propuesta teórica es una novedosa ampliación de las nociones y lógicas de funcionamiento del Estado, la política, la hegemonía y del sistema económico, teniendo como criterio de autoridad marginal el haber sido diputado del Parlamento Italiano. En el caso específico del Estado, Gramsci lo define como una inevitable coercitividad jurídico-estatal (la que guarda el orden a través de la sociedad política –el ámbito público y jurídico que está hecho a la medida del patrono- sin que eso implique, necesariamente, estabilidad democrática), pero le añade el papel de constructor de hegemonía política y cultural en todos los sectores sociales de la nación, y esa es su doble condición y actuación, la cual no es una condición neutral ya que los intereses de clase siguen latentes en el análisis bajo la forma de “bloque histórico”, porque ese símil le sugirieron los bloques de los muros de la cárcel y el cemento del temor que se respira en los juzgados. Se deduce que el constructo del Estado gramsciano se erige sobre dos columnas: sociedad política y sociedad civil, que por su naturaleza antagónica, son un binomio cuadrado imperfecto en su pensamiento político, en tanto son conceptos sociológicos desiguales y parejos en un placentero concubinato, lo que es en sí una paradoja de la razón política. Lógicamente, el bloque histórico es la estructura y la superestructura sobre la que escribió Marx.

Lo que mantiene funcionando esa paradoja -sin problemas aparentes, tal como lo demuestra la realidad salvadoreña de los últimos cincuenta años- es el hecho de que sociedad civil y sociedad política (mediadas hábilmente por el ancho aparato coercitivo del Estado), realizan la función vital de construir la hegemonía de la clase dominante sobre las clases dominadas y montar, así versiones específicas del Mundo Feliz que ironizó Huxley. En tal sentido, la hegemonía -según Gramsci- no es más que el aparato ideológico del Estado, es decir: la escuela, la iglesia, el arte, los partidos políticos, las organizaciones sociales, los sindicatos, la historia oficial, etc. y todas esas instancias están adheridas a intereses de clase concretos (casi siempre inamovibles), aunque no necesariamente con conocimiento de causa… Y esa es la magia sociológica de la hegemonía: que las personas defiendan, a capa y espada, los intereses políticos de una clase social a la que no pertenecen; que mantengan un orden socioeconómico que lesiona sus bolsillos; que vanaglorien la historia de los victimarios olvidando que ellos son sus víctimas estructurales; que se cobijen por la noche con la bandera patria, en cuyo nombre la burguesía les roba la cama. Parafraseando a Gramsci en las calles de El Salvador, diremos que el capitalismo “crea un sistema de representación política, creencia jurídica y valoraciones culturales destinado a enaltecer la represión social, moral y psicológica, todo ello mediante la producción-reproducción de una consciencia social falsa (la conciencia espejo) que garantice de forma casi incondicional la dominación instaurada”. De esa forma, el Estado se hace praxis en el resto de la sociedad y la cultura es la mano dictatorial que mece la cuna, es la nana del imaginario popular.

Lo anterior nos señala que la hegemonía es una forma –sutil o burda, eso no importa- de la dictadura de la clase burguesa, la cual puede ejercer usando los partidos de la izquierda oficial, o sea aquellos partidos que pasaron de ser “la ala derecha de la izquierda para convertirse en la ala izquierda de la derecha”, lo cual es un proceso de claudicación fulminante como abanderados de la utopía, o sea que no es un simple juego de palabras como podrían creer, al reflejo, los teóricos más reaccionarios de la sociología.

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