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La residencia de Antonio en El Salvador (3)

René Martínez Pineda
Sociólogo, UES

Es necesario resaltar que Antonio hace un análisis histórico del comportamiento colectivo bajo la tiranía de la coerción o de la hegemonía (y la manipulación del imaginario, debemos agregar) de una clase sobre la otra, de un grupo sobre el otro, a partir de lo cual construye su noción de sociedad civil como un tiempo-espacio ideológico de producción de “la hegemonía de los más fuertes”; tiempo-espacio que puede ser rastreado en detalle a través de las luchas populares (de las protestas de calle hasta las guerras civiles o las insurrecciones) y de las rupturas ciudadanas (del abstencionismo cíclico hasta las votaciones masivas con la bandera única de “sacar” a los partidos políticos y a los políticos tradicionales de los templos de la corrupción).

Es edificante la lucha que los pueblos de todo el mundo –al menos desde la historia escrita de la lucha de clases- han impulsado con el objetivo de romper o fundir los herrumbrosos grilletes que les han puesto los patéticos monstruos con ansias de dominio personal de los que tanto habló Gramsci; los monstruos como personajes teatrales en la ópera de las clases dominantes. Por simple instinto de sobrevivencia, o por conciencia social llana, los pueblos han renegado de sus crueles destinos, y siempre que han triunfado ha sido sobre la base de la unidad del pensamiento y de la acción social de los que son tan distintos e iguales al mismo tiempo cuando deambulan descalzos en el ámbito cotidiano de la tupida propaganda ideológica, cuya función vital es la producción de necesidades, delirios e ilusiones falsas con relación a la realidad y la libertad civil. Eso explica la ferocidad de la nueva colonización del intelecto que se evidencia en las tendencias sociológicas que se han vuelto sumisas, y explica, además, por qué los medios de comunicación social son tan determinantes –por encargo y a destajo- en la formación de la que llamo “opinión pública prejuiciada” (la que es más bien una opinión de clase desfigurada) que, obviamente, se adscribe y describe a la clase políticamente hegemónica.

En tal sentido, la hegemonía política de la clase dominante que despoja y pone a su nombre la condición de exclusivo sujeto político, cultural, histórico y económico (y que manipula a todos los grupos restantes de la sociedad como si fueran cosas o simples números usando todos los instrumentos de manipulación que tiene en su arsenal: ejército, policía, partidos políticos, grupos de presión, la historia oficial, instituciones educativas); busca lograr que la opinión pública dominante sea la de la clase dominante, en la misma lógica que Marx planteó el tema de la ideología: un monopolio que está sujeto a gruesas contradicciones en las relaciones sociales de producción que conforman un bloque histórico que solo es posible descifrar en la cotidianidad, pues en ella se reproduce la contradicción salario-plusvalía con la misma fuerza con que se produce-reproduce la contradicción entre las vendedoras ambulantes que están ubicadas en la misma acera, ya que para ellas esa es una cuestión de libertad humana, es decir, el paso del acto económico al acto ético. Lo anterior también implica pasar, en un mismo momento, de lo objetivo de la necesidad de vender a lo subjetivo de la necesidad de ser la única en la acera.

Para Gramsci (estudiado desde lo que yo denomino como epistemologías de la cotidianidad), las “clases subalternas” pueden arribar a una fase superior frente a la “clase dirigente” en la medida en que su autonomía de clase (como conciencia de lo contra-hegemónico que se toma las calles) se despliega más allá de las fronteras del imaginario y se funde con otros grupos en similares condiciones de vida para convertirlos en sus aliados, dando paso a la revolución, la que puede ser silenciosa o bulliciosa, eso dependerá -en última instancia- de las condiciones políticas, culturales, ideológicas y sociales heredadas, las que, por lo general, son bien leídas por el sentido común de la gente cuando la desilusión y el desencanto toman la palabra en el púlpito de la coyuntura. Ese tipo de reflexiones explican el motivo por el cual Gramsci le dio tanta importancia al análisis de la ideología, ya que ella es el cemento del alto y grueso muro de la hegemonía de la clase dominante, o sea que es la territorialidad del imaginario donde impera el dominio burgués a través de un “consenso impuesto o tutelado” que se materializa en torno a la formación de una opinión pública a la deriva que anula y destruye todo intento, por pacífico que sea, de transformación de las estructuras políticas, económicas, culturales y sociales que pondrían en peligro siglos de dominación.

Visitando la residencia de Antonio en El Salvador, nos damos cuenta con facilidad de que la  burguesía mantiene en la esclavitud (en su versión moderna) a los trabajadores no solo por la fuerza o la disciplina ejemplarizante, sino también por medio de las falacias refinadas que son redactadas y difundidas por los oscuros historiadores de derecha y de la derecha. La escuela, la Iglesia, la literatura, la historia oficial y la gran prensa cotidiana son -vuelvo a recalcar- algunos de los muchos instrumentos poderosos de que se vale la burguesía (y la izquierda domesticada) para embrutecer o cegar a las masas, y lograr que penetren las alucinantes ideas burguesas en el alucinado mundo de los empleados.

En El Salvador (que transitó por una larga y muy cruenta guerra civil atiborrada de sucios crímenes de lesa humanidad -masacres atroces, en verdad- y por magnicidios sin victimarios) se ha puesto en evidencia que el enemigo de la justicia social es poderoso e impune, porque tiene tras de sus espaldas siglos de hábito mal sano del poder que crearon lentamente en él la conciencia de su fuerza hegemónica y la férrea voluntad de mantener el poder y mantenerse en el poder. Sin embargo, creo que estamos a las puertas de una nueva racionalidad política basada en la epistemología de la cotidianidad; creo que estamos a las puertas de una revolución silenciosa, la que será tal independientemente de los resultados, positivos o negativos, que tenga el actual gobierno porque esa revolución se está construyendo en el imaginario del pueblo.

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