Mauricio Vallejo Márquez
Si no tenemos cuidado es probable que la vida deje de tener sentido. La acumulación de la cotidianidad, la falta de educación y el rumbo del sistema son suficientes para ello. Poco a poco todo deja de ser agradable y una nube gris cubre nuestros días hasta el punto de olvidarnos que existe el cielo, las nubes y el sol. El cansancio nos hace ceder y olvidar a cada paso uno de nuestros sueños, al punto de extinguir nuestras expectativas y en breve tiempo nos asimilamos a ser un número más con el resto del ganado que se ha acomodado a esta realidad. Nos vamos inclinando y presionamos nuestras cervicales porque caminamos con tristeza y resignación con la cabeza inclinada.
Es complejo comprender el rumbo de la vida. Nos vemos forzados a seguir el rumbo que nos imponen los políticos y las personas con poder. Poca decisión tenemos sobre nosotros mismos, dejamos los deseos de la infancia y la niñez porque el aluvión de la edad nos lleva a tener el rumbo que otros imponen para ser aceptados. Tenemos entendido que nacemos, crecemos, reproducimos y morimos; ese es el ciclo al que estamos condenados, una condena que no puede modificarse y quizá sólo el hecho de reproducirnos puede ser obviado en algunos casos, porque de nacer y morir no nos escapamos en esta existencia. Sin embargo en medio de esos verbos existe la vida y la historia, la huella que dejamos y que puede ser sólida y valiosa. ¿Acaso no vale la pena hacer algo en ese momento? ¿Sería lo mismo en nuestro mundo si otros no se hubieran arriesgado a dejar huellas? No me refiero únicamente a seguir el curso del programa: tener un empleo de lo que sea, trabajar y morir con ese sin sentido que nos obligan. Si no a hacer algo que en verdad nos guste, laborar en aquello que nos apasiona y que nos llena desde un punto de vista personal y quizá transformar y reparar el mundo como ese ideal de buscar lo mejor para la humanidad que según los economistas también puede verse como un sentido individual. Esa dulce sensación de hacer lo que amamos es algo que llena más que la libertad financiera, sentirnos dignos y valiosos. No todos disfrutamos de nuestros empleos, nos vemos obligados a desarrollarlos porque no tenemos otra alternativa para tener alguna libertad financiera. Sobre todo cuando debemos tolerar a jefes abusivos y déspotas que desquitan en nosotros todas sus frustraciones o envidias.
La gran mayoría nos vemos condenados a ser empleados para subsistir y somos forzados a cumplir horarios extenuantes de labores o presencialidad obviando las horas realmente productivas, desgastándonos al cumplir esos horarios y en el resto de nuestro tiempo embarcándonos en otros empleos para poder saldar la cuenta y seguir el ritmo que impone la modernidad hasta el punto de sentirnos fundidos y aun así seguir caminando porque no nos queda alternativa. Nos prohíben los permisos para estudiar, tratar enfermedades o desarrollar actividades personales. Todo como parte de generar el valor al trabajo, para olvidar el valor del individuo y su necesidad imperiosa por el ocio, para cultivarnos, para desarrollar pensamiento crítico, para generar pensamiento y obra.
Entonces, sólo queda la resistencia silenciosa de arañar aunque sea a instantes para construirnos en medio de la estoica actitud de enfrentar la vida.