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La resurrección de Lombroso

José M. Tojeira

Césare Lombroso fue un médico italiano fundador de la escuela positivista de criminología. Consideraba que a través de la observación física y biológica se podía determinar no solo la tendencia al crimen sino la peligrosidad del presunto delincuente. Pensaba este singular médico que según la observación física y biológica, la apariencia externa y ciertos rasgos, se podía descubrir y determinar la peligrosidad del delincuente e incluso justificar un castigo preventivo. Algo parecido a los discursos de algunos funcionarios actuales que insisten en que, más allá de los delitos cometidos, algunos delincuentes no saldrán jamás de las cárceles porque son incorregibles.

Las escuelas de criminología actuales han desechado las teorías deterministas de Lombroso y estudian más aspectos vinculados con las causas del delito desde la sociología, la psicología, la medicina y otras ciencias. Si Lombroso partía de un determinismo biológico de la conducta delictiva, la criminología actual, mucho más sensata, estudia la interacción social en la conducta del delincuente, así como las dimensiones psicosociales que pueden impulsar hacia el delito y los dinamismo que pueden llevar a la rehabilitación.

En El Salvador, y de un modo especial a partir de la instalación del régimen de excepción, estamos contemplando una especie de resurrección de Lombroso. Para derrotar a las maras no son propiamente los delitos los que se persiguen, sino la caracterización del delincuente realizada desde los perfiles policiales. Recientemente se detuvo a dos hermanos de un futbolista salvadoreño.

Y cuando él trató de asegurar y demostrar la inocencia de sus parientes, la respuesta fue que no se podía hacer nada porque los dos jóvenes estaban “perfilados” por la policía como miembros de maras. Ya no se persigue el crimen ni se necesita imputar un delito para detener a un sospechoso. Basta con estar dentro del perfil de delincuente realizado por la policía para pudrirse sin juicio en la cárcel durante varios años.

Se puede entender que la policía construya perfiles de delincuentes. Pueden ser útiles, si se toman con prudencia, en la persecución del delito. Pero cuando la persecución del delito se cambia por la persecución de los perfiles elaborados a partir rasgos que incluyen chismes, denuncias anónimas, modos de vestir, barrios y zonas de vivienda, relaciones de parentesco, de relación social o cercanía habitacional, la detención ilegal y la injusticia puede ser masivas.

De hecho, aunque se habla mucho de que la policía ha hecho perfiles de mareros, nunca se han hecho públicos los elementos que componen el perfil. Y evidentemente la correspondencia con un  perfil nunca es una prueba definitiva de la comisión de un delito.

Si los perfiles físico-biológicos de Lombroso incluían aspectos como frente hendida, forma y ubicación de las orejas o de las mandíbulas, hoy el perfil policial, sin capacidad de imputar delitos concretos, se fija en otros detalles construidos sobre ciertas observaciones externas que en principio no constituyen delito. Se confunden así, como en Lombroso, una serie de detalles externos con los indicios de una comisión de delitos.

Lombroso pensaba que se podía determinar desde la apariencia física la incorregibilidad del delincuente. Y se podía por tanto, en palabras suyas, “secuestrarlos para siempre o suprimirlos”. Cuando se vuelve a detener a delincuentes, justo en el momento en el que salen de la cárcel tras haber cumplido su condena, queda bastante en evidencia la semejanza entre la desfasada criminología positivista de Lombroso y algunos de los principios que marcan el funcionamiento del régimen. En realidad se está desperdiciando la oportunidad de fortalecer a la policía en el campo de la investigación y de la persecución del delito.

El descenso notable de la delincuencia es siempre una oportunidad para mejorar métodos operacionales de la policía que puedan prevenir e investigar el delito con mayor eficiencia. Dormirse en los laureles y repetir indefinidamente un método injusto no nos llevará muy lejos. Y peor si el sistema de justicia no evalúa y corrija su lento y deficiente modo de impartir justicia, todavía muy lejano de la pronta y cumplida justicia que supuestamente garantiza la Constitución.

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