German Rosa, s.j.
Vivimos en un mundo donde se propagan mitos, leyendas, se inventan historias de las personas, etc. Pero, la resurrección, ¿es una invención para huir del sufrimiento, de los grandes retos de la historia y calmar el dolor de las tragedias, o tranquilizar las conciencias? ¿Es la resurrección una concepción alienante que nos ayuda para bajar el estrés cotidiano ante tantas cosas que nos afectan? ¿Es la resurrección una droga que nos aliena y nos hace escapar de nuestra situación deplorable que vivimos en el presente y nos transporta siempre al más allá? Todas estas preguntas son importantes en un mundo inundado de víctimas y victimarios, de ganadores y perdedores, de triunfadores y fracasados, etc.
O podemos preguntarnos, ¿es la resurrección una experiencia real en la que sí podemos fundar las esperanzas humanas? ¿Qué puede ofrecer esta esperanza para los pueblos crucificados por tantos problemas y situaciones inhumanas? Pensemos en el contexto de la celebración de la Semana Santa sobre el tema de la resurrección.
1) ¿Por qué hablar de resurrección en nuestros días?
La respuesta es evidente. Porque existen tantas personas, comunidades y pueblos que de manera semejante viven y sufren en carne propia la pasión, la crucifixión y la muerte de Jesús. Porque vivimos en un mundo donde la experiencia de la muerte se hace presente en todas partes. La muerte no es solamente un proceso biológico terminal, es un proceso que se desarrolla en cada acontecimiento, en cada evento y se va expandiendo en todas aquellas situaciones donde se va extinguiendo la vida humana, de los ecosistemas, de la creación. No solamente es un hecho personal sino también social. Por ejemplo, nos podemos referir a dos realidades que nos afectan constantemente: la violencia y la pobreza.
La violencia se ha convertido en un infierno y por eso todos clamamos por la paz en el país y en el mundo. La pobreza se ha convertido en una verdadera pandemia social; esta se complica cuando no encontramos empleo, no tenemos acceso a los servicios de salud, educación, etc., generando una espiral social, causando verdaderas crisis familiares y comunitarias. Los males de la violencia y de la pobreza atentan directamente en contra de la vida de las personas, destruyen y contaminan la ecología social. Realmente estas realidades se convierten en verdaderas cruces colectivas con las que cargan la inmensa mayoría de las sociedades latinoamericanas. Y también en otros hemisferios del mundo.
Pensar y escribir sobre la resurrección no es para que se asuma la vida con fatalismo, ni conformismo, ni tampoco de forma derrotista sino todo lo contrario, es un esfuerzo para actualizar una experiencia real de alguien que pudo resistir activamente a la violencia con la no violencia, y también que acompañó siendo solidario a quienes más sufrían la pobreza. La resurrección es el final de una persona que ha vivido proféticamente su vida con un horizonte utópico.
La resurrección tampoco es un analgésico ante el dolor y el sufrimiento desesperado de la vida, no es un consuelo para aprender a soportar pacientemente el sufrimiento, todo lo contrario la resurrección provoca una esperanza contra toda desesperanza, potencia la capacidad humana y el corazón en el compromiso de cambiar las circunstancias y las situaciones que causan el sufrimiento y el dolor de la humanidad. La resurrección es el final de alguien que se entregó cargando con el dolor y el sufrimiento de los demás y aprendió a sufrir con los demás. La resurrección no es solo un acontecimiento histórico meramente humanista, sino que también es un acto trascendente y salvífico, es la palabra de Dios que dice “vive” desde la trascendencia, desde la ultimidad de la historia para alguien que fue víctima de la injusticia y que murió en la cruz. El resucitado es el carpintero de Nazaret que aprendió a caminar humildemente con su pueblo, entregando absolutamente su vida, poniendo el corazón, todo su haber y su poseer al servicio del proyecto del Reino de Dios Padre.
2) La resurrección de Jesús de Nazaret una experiencia real que engendra vida y esperanza
La vida de Jesús solo se puede entender desde la experiencia auténtica de la fe. Y se entiende siempre de manera novedosa y aproximada. El misterio de Jesús no lo podemos abarcar con nuestra inteligencia. En los evangelios nos damos cuenta que Jesús no vino a anunciar un evangelio de la muerte, no vino para sufrir, para anunciar malas noticias, y decirnos: “¡Síganme y sufran con migo!”. Tampoco dijo: “he venido al mundo porque Dios quiere que yo sea una víctima y muera en la cruz”. Si su mensaje hubiera sido este, entonces, habría predicado un mensaje masoquista, una glorificación del sufrimiento, una cultura de la muerte. Pero definitivamente, Jesús no se presentó así (Cfr. Lohfink, G. 2014. Gesù di Nazaret. Cosa volle – Chi fu. Brescia (Italia/UE): Editrice Queriniana, p. 316).
La predicación de Jesús fue desde el comienzo todo lo contrario, tal como lo podemos constatar en los evangelios: “Jesús les contestó: ‘Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan sanos, los sordos oyen, los muertos resucitan, y se anuncia a los pobres la buena nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!’” (Mt 11,4-5; Lc 7,18-23). Ciegos, sordos, leprosos, sordos y muertos representan el sufrimiento de Israel en ese contexto y del mundo de hoy. La miseria y el sufrimiento no corresponden al plan creador de Dios. Jesús quiere hacer realidad la voluntad de Dios y que la creación y la historia de la humanidad se conviertan en lo que debe ser: un mundo donde reina la vida y la felicidad humana. Esto es lo que predicó con sus palabras y sus acciones. El mensaje de Jesús es un mensaje de salvación para vivir la alegría y la felicidad en el mundo presente que se consumará definitivamente al final de la historia.
El modo de vida y la predicación de Jesús, su experiencia de encarnar el Reino de Dios en la historia es lo que lo llevó a la cruz. Así como su muerte cruenta, injusta es real, así también su resurrección es real. Jesús vivió en carne propia la traición de uno de sus discípulos, el abandono del resto de sus discípulos, la negación de Pedro, el castigo inclemente impuesto por Poncio Pilatos, la muerte escarnecida y dolorosa en la cruz.
Pedro, que lo había negado, da testimonio que Jesucristo murió, fue sepultado y resucitó al tercer día (1Cor 15,3-5). Los discípulos experimentaron una experiencia de apertura después de su encierro por el temor a la persecución y a vivir la muerte al modo de Jesús.
Pedro y los otros discípulos fueron testigos de las apariciones frecuentes de Jesús resucitado. Y estas no se reducen a una experiencia sencillamente de una visión subjetiva, convirtiendo la experiencia de la revelación de Jesús resucitado a un fenómeno natural producto de la imaginación o del inconsciente de los discípulos. Tampoco las apariciones de Jesús resucitado se reducen a experiencias sobrenaturales. Las apariciones de Jesús resucitado se basan en la historia, en la experiencia, en el conocimiento que tienen los discípulos sobre Jesús, pero también en la esperanza que ellos tienen.
Dios resucitó al crucificado, Jesús resucitado se reveló empleando las estructuras humanas, sus capacidades de comunicación culturales en la historia. Las esperanzas pascuales de los discípulos se cumplen en Jesús resucitado, el hijo de Dios, en quien se reveló con poder y gloria (Gal 1,16), mostrándose tal como lo describen en las visiones los discípulos al contemplar al resucitado. Estas experiencias están expresadas con toda la capacidad inculturada, con las capacidades imaginativas y lingüísticas de los receptores de entonces. La resurrección de Jesús es real, histórica y es la irrupción escatológica en ese contexto, de quien fue crucificado y que es también el resucitado.
La teología que emplean los discípulos para expresar este encuentro con el crucificado que ha resucitado, tiene tres vertientes que confluyen en la expresión de fe de las primeras comunidades cristianas: Dios eleva a Jesús de la muerte que es el siervo sufriente humillado. Jesús ha sido torturado, traicionado, y ha sido exaltado por Dios a su derecha (Is 52,13-15; Sal 110; Jn 12,32; Hch 2,33); Jesús ha sido elevado al cielo por Dios (Lc 24,51; Hch 1,9; 3,21; 1 Tm 3,16), como ha ocurrido ya con Enoc (Gen 5,24) y el profeta Elías (2Re 2,1-18); pero sobre todo Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos (Lc 24,34; Hch 10,40; Rm 4,24.25; 8,11; 1 Cor 6,14; Gal 1,1; 1 Ts 1,10), y si Jesús es el crucificado que resucitó, la resurrección de los muertos ocurrirá también al fin de la historia, es decir, al fin del mundo (Sal 16,10-11; 17,15; 27,13; 41,13; 73,24; 143,7; 1 Cor 15,20; Col 1,18; Ap 1,5) (Cfr. Lohfink, 2014, p. 353 – 376).
Jesús de Nazaret no se predicó a sí mismo, sino que anuncio el Reino de Dios Padre. Su predicación profética iba acompañada de: curaciones milagrosas, el perdón y las comidas con los pecadores, la multiplicación de los panes, la resurrección de algunos muertos, la expulsión de los demonios, etc. Todos estos signos mostraron que ya había comenzado la salvación de Dios en la historia.
Jesús no solo predicó el Reino de Dios sino que lo hizo presente con su vida y sus acciones. A tal grado que se convirtió en un problema para las autoridades judías y la administración provincial romana de aquel entonces, que en mutua colaboración lo condenaron a muerte en la cruz. Las apariciones pascuales y la exaltación del Crucificado sobre todos los poderes, confirman la convicción que tuvo Jesús que ya había comenzado el Reino de Dios con un cambio radical en la historia, y que con él quedaba transformada de manera fundamental la relación entre Dios, la creación y los seres humanos (Cfr. Theissen, G. 2003. El Nuevo Testamento. Historia, literatura, religión. Santander: Sal Terrae, pp. 48 – 59).
3) La resurrección fuente de esperanza activa, que nos compromete a hacer posible un mundo donde reine la paz, la justicia y la vida digna
La pregunta es: ¿quién resucitó? Jesús, una víctima, el condenado a la cruz injustamente. La resurrección es una acción de Dios que hace justicia a una víctima a quien se le arrebató la vida, y esto confirma que la vida de Jesús era según el corazón de Dios. Esto confirma que la voluntad de Dios Padre es una opción fundamental por la vida. ¿Por qué resucitó Jesús? Porque vivió entregadamente al servicio del Reino de Dios Padre. La opción fundamental de Jesús fue el Reino de Dios Padre que fue el modo concreto de anunciar y hacer presente la salvación de Dios en la historia. Jesús principió el Reino en la historia, y éste también irrumpió trascendentalmente en la historia de la humanidad con la resurrección del crucificado. La opción por el Reino es la opción por la vida presente y definitiva. El resucitado es también el crucificado que comenzó el Reino de Dios en la historia y su resurrección confirma la dimensión trascendente del Reino de Dios más allá de la historia. Quienes optan por el Reino de Dios y dan testimonio con su vida, han comenzado esta gran peregrinación hacia la vida eterna.
Si Jesús no resucitó, vana es nuestra fe dice San Pablo (1 Cor 15,14), quien no era del grupo de los doce discípulos pero que predicó a Jesucristo crucificado y resucitado (1Cor 15,1.3-7; Rm 10,9-12). Su predicación se fundó en este acontecimiento porque al igual que los otros discípulos experimentó una aparición del resucitado (Hch 9), en su camino a Damasco (Cfr. Theissen, 2003, pp. 85 – 97).
Si Jesús resucitó nosotros también resucitaremos con él (Rom 8,11-13). La presencia de Jesucristo crucificado que también es el resucitado, nos acompaña en el día a día hasta el final de los tiempos para revertir el mal de la pobreza, de la violencia y de los otros males que nos afectan en el presente (Mt 28,20). Cristianamente no podemos vivir dando fe del crucificado que es el resucitado, sin afrontar la triste realidad de estos males para superarlos con todas las capacidades y los recursos que tenemos a nuestro alcance, haciendo realidad el Reino de Dios en la historia abierto al futuro trascendente. De hecho, Jesús históricamente sufrió aquello que muchos pobres y excluidos sienten hoy. Jesús vivió la pasión también en su vida activa (Jn 4,6; 6,6ss; Lc 9,58). A veces pareciera que los esfuerzos y sufrimientos que implica la lucha por un mundo más justo, más solidario y más humano pueden caer en saco roto ante tanta injusticia, violencia, marginación, e incluso el desprecio que estos males hacen sentir por la vida cotidianamente. Pero la vida y el proyecto del Reino de Dios Padre que Jesús crucificado y resucitado nos regala, nos permite dotar de sentido a todos los esfuerzos y luchas que su seguimiento producen pese a la incomprensión, insuficiencia o aparente fracaso de nuestras acciones, porque Jesús nos ha enseñado que detrás de esos aparentes fracasos y sufrimientos siempre hay una victoria prometida por Dios, de modo que la resurrección no solamente impide que claudiquemos ante los desafíos que parecen superar nuestras fuerzas, sino que inflama nuestros corazones de un espíritu que nos impulsa a dar todo de sí, con la certeza de que Dios siempre nos acompaña y nos toma en sus manos.
Las cruces en el mundo de hoy son personales y sociales. En nuestras sociedades latinoamericanas el rostro sufriente de Jesús ha sido un tema que se ha reflexionado en la Conferencias del Episcopado Latinoamericano y Caribeño en Puebla, Santo Domingo y Aparecida (Brasil). Entre los rostros sufrientes se destacan: los rostros desfigurados por el hambre, consecuencia de la inflación, de la deuda externa y de injusticias sociales; los rostros desilusionados por los políticos, que prometen pero no cumplen; los rostros humillados a causa de su propia cultura, que no es respetada y es incluso despreciada; los rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada; los rostros angustiados de los menores abandonados que caminan por nuestras calles y duermen bajo nuestros puentes; los rostros sufridos de las mujeres humilladas y postergadas; los rostros cansados de los migrantes, que no encuentran digna acogida; los rostros envejecidos por el tiempo y el trabajo de los que no tienen lo mínimo para sobrevivir dignamente (Cfr. Documento Santo Domingo, Conclusiones Nº 178).
Además en el proceso de la globalización se descubren otros rostros que vale la pena mencionar: los migrantes, las víctimas de la violencia, desplazados y refugiados, víctimas del tráfico de personas y secuestros, desaparecidos, enfermos de HIV y de enfermedades endémicas, tóxicodependientes, adultos mayores, niños y niñas que son víctimas de la prostitución, pornografía y violencia o del trabajo infantil, mujeres maltratadas, víctimas de la exclusión y del tráfico para la explotación sexual, personas con capacidades diferentes, grandes grupos de desempleados/as, los excluidos por el analfabetismo tecnológico, las personas que viven en las calles de las grandes urbes, los indígenas y afroamericanos, campesinos sin tierra y los mineros (Cfr. V Conferencia del CELAM, Documento de Aparecida, 2007, Nº 402).
Todos ellos nos interpelan para que la acción humana y la acción de Dios hagan una sola, expresando una esperanza activamente comprometida por la vida con dignidad porque la muerte no tiene la última palabra.
Vivir como Jesús asumiendo hasta las últimas consecuencias llevó al P. Rutilio Grande al martirio. Así mismo ocurrió con Mons. Romero. Pero también vivir como Jesús nos impulsa a acompañar comunidades y pueblos que sufren el peso de la cruz de situaciones inhumanas e injustas así cómo vivió Jesús de Nazaret.
Este dinamismo desde la experiencia de la encarnación en las realidades más deplorables de la pobreza y de la violencia, está animado y potenciado por una fe cristiana activa y comprometida a bajar de la cruz a los pueblos crucificados. La pobreza y la violencia son cruces que infligen la muerte a la humanidad, y más a los que las sufren directamente. Nos hemos referido a los males de la violencia y de la pobreza, pero esto no significa que no existan otros males que crucifican a la humanidad, y sobre todo a los pueblos empobrecidos. Muchas otras cruces existen dónde debemos y tenemos que comprometernos para dar testimonio de una fe auténtica en el crucificado que es el resucitado. Si nosotros los cristianos vivimos una experiencia real y auténtica del encuentro con Jesucristo Crucificado y Resucitado, podremos transformar este mundo con un rostro desfigurado por la violencia y por el mal, en un mundo de hermanos.
Además, el encuentro con Jesucristo crucificado y resucitado es una experiencia real en el presente, de manera análoga o semejante al que vivieron los discípulos y los apóstoles. El encuentro con el crucificado y resucitado no se vive solamente como una experiencia interior profunda, sino que además se actualiza cuando se buscan los medios y los recursos para superar la violencia, la pobreza y los males sociales que nos afectan haciendo posible el Reino de Dios. La resurrección es una experiencia real de quien ha optado por el Reino de Dios que implica necesariamente una opción por la vida, y en el contexto de la violencia, esto solo se concreta haciendo justicia a las víctimas de la injusticia de manera esperanzada y esperanzadora que tanto hace falta hoy. Resucitar es salir del sepulcro, salimos del sepulcro cuando vivimos el presente anticipando la promesa del mundo futuro donde seremos plenamente resucitados, donde reinará la justicia, la paz y la vida digna.