Oscar A. Fernández O.
Para continuar el análisis del asunto de las izquierdas en el país, viagra sale sentemos esta premisa: la vacilación ideológica y en muchos casos la no-actualización del conocimiento, amenaza con envolvernos y empobrecernos. De aquí partamos para expresar que las izquierdas tenemos que consolidar nuestra superioridad moral y hegemonía intelectual, no obstante hayamos ganado por la vía electoral, importantes cuotas del poder político. Falta mucho trecho para llegar al objetivo histórico. No olvidemos nunca, que estamos en un terreno dónde nuestros enemigos y adversarios aún tienen la sartén por el mango en el asunto del poder.
La derechas tradicionales o las disfrazadas de progresistas (que parecen abundar estos días), por primera vez, como aseguran muchos, nos pretenden disputar la superioridad intelectual a las izquierdas revolucionarias con su planteamiento populista y caudillista del progreso y usurpar nuestras banderas históricas de lucha social, con lo cual se pretende desactivar el ímpetu de lucha de las masas, además de que deja de lado la justicia y considera la desigualdad social como elemento dinamizador. Los datos están a la vista: una minoría que concentra la riqueza y el poder, frente a una sociedad que inexorablemente empobrece en todo aspecto.
Hoy nos resulta difícil a las izquierdas conformar una visión diáfana de la histórica lucha de clases entre proletariado y capitalistas, aunque ésta no haya desaparecido como esencia de la explotación; muchas izquierdas han perdido la indefectibilidad del socialismo y se nos plantea muy compleja y nebulosa la lucha contra la nueva y excluyente sobre-imposición del mercado, entre otros problemas. Pero aún así, la izquierda está en condiciones de crecer y ganar, atrayendo hacia nuestros planteamientos al espontáneo movimiento social progresista que emerge, para impregnarlo de una forma y un contenido políticos. Obreros, campesinos, agricultores, empresarios medios y pequeños, desempleados, movimientos por la igualdad de derechos, como la colectividad gay, las feministas, comunidades pobres y excluidas en su lucha diaria por una vida digna, movimientos ambientalistas, entre otros, nos muestran a diario una ferviente lucha emancipadora.
La izquierda necesita profundizar en su teoría y en el análisis de la realidad para proponer y realizar los cambios necesarios, integrando en ello a estas nuevas formas de solidaridad y lucha, que actúan dispersas. No se trata de establecer nuestra hegemonía política e ideológica, sino orientarlos en un pensamiento que sintonice su carácter independiente y liberador de lucha, con proyectos transformadores a escala local y nacional.
La renovación ideológica, que es una renovación cultural como se asegura sociológicamente, empieza por entender que la cultura es parte inherente del proceso vital de la sociedad, por lo que no se puede ver como un asunto aparte. También, las izquierdas debemos entender que las ideologías no son procesos acabados y por lo tanto tenemos que permitir el libre flujo de ideas. Así mismo, entender que el futuro no se puede planificar de manera absoluta y tajante, pues los problemas sociales no están estructurados y tienen su propia dinámica causal, interrelacionándose e influyéndose en un contexto determinado que a su vez es mutable. Debemos abrirnos totalmente, sin elitismos, a todo lo que viene de las mayorías y de las minorías marginadas de las decisiones y beneficios del sistema imperante.
Nuestra idea central no es detener el progreso –aunque si tenemos que redefinirlo- sino anteponer la vigencia de los derechos de los pueblos, la equidad y la justicia para que todos podamos gozar de los réditos, inmersos en un mundo engullido por el capitalismo transnacional, que engrandece su poder sin límites, mientras profundiza en la mayoría de los pueblos la miseria, la exclusión y la destrucción de la naturaleza. De manera que la lucha contra el poder concentrado y sin control, no desaparece sino que se reestructura y revitaliza.
En esta realidad de retroceso del Estado, ocasionado por la estrategia neocapitalista y la liberalización de las fuerzas del mercado, muchas izquierdas nos hemos colocado a la defensiva, sin fuerza para ofrecer un proyecto alternativo que redefina las relaciones entre el Estado, el mercado y la sociedad en general. El individualismo que se desarrolla para pelear y sobrevivir en el mercado, hace cada vez más difícil la implantación de una cultura de la solidaridad. Sin embargo, frente a la gran capacidad productiva alcanzada por el mercado, entre otras cosas por la tecnología, la tendencia es producir más desempleo que empleo y los trabajadores se encuentran más desprotegidos que nunca frente a la voluntad de los empresarios. El principal punto en la agenda de las izquierdas debe ser la lucha por los beneficios sociales y por ello la redistribución equitativa de la riqueza generada por el trabajo. Esto es un elemental principio progresista.
Las leyes y fuerzas del mercado de forma invariable, producen distorsiones y grandes desequilibrios económicos y sociales: el problema del empleo es uno de ellos. Las izquierdas deben de legislar para que el Estado controle este fenómeno y que además se convierta en fuente generadora de empleo estable, por ejemplo disminuyendo las subvenciones a privados y dejar de estar salvando empresas de la quiebra, que generalmente son causadas por las malas decisiones o la corrupción de sus propietarios. Algunos estudios de actualidad evidencian que lo que algunos Estados dejan de ingresar en la hacienda pública al subvencionar empleos en la empresa privada, perfectamente puede crear cuatro empleos si invierte en servicio público para satisfacer necesidades ingentes, como salud, educación, seguridad, etc. No caigamos en la trampa de un falsa “austeridad”, como quieren los dueños del gran capital.
Así mismo, la acción del Estado debe dirigirse a la facilitación para crear pequeñas empresas y trabajadores autónomos, que es la mayor cantera de empleo. Además, esta lucha inclaudicable por lograr que el Estado desarrolle políticas públicas eficaces para la generación de empleo, estrechará las relaciones de la izquierda revolucionaria con el movimiento sindical, a través de la concienciación política y la lucha por sanear y reivindicar el sindicalismo para la defensa de los derechos laborales.
En este contexto, la izquierda debe propugnar y desarrollar en la sociedad la idea de que el Estado puede y debe regular los precios de los productos de la canasta básica ampliada y los precios de la vivienda y las medicinas, entre otros, para que la mayoría de personas puedan tener mejor calidad de vida.
Frente al problema del grave debilitamiento de las instituciones públicas, la izquierda debe sostener y desarrollar su lucha a favor de rediseñar y reforzar un Estado con énfasis en el desarrollo social (que significa saldar la deuda con el pueblo salvadoreño, heredada de veinte años de neoliberalismo brutal de ARENA), para que las instituciones que proveen los servicios públicos básicos, como la salud, la educación, el agua potable, la electricidad, la seguridad pública y la justicia, funcionen eficazmente.
Sigue siendo importante y actual que el Estado controle y dirija monopolios naturales y empresas autónomas solventes y competentes, por ejemplo una parte de las comunicaciones, los puertos y el transporte público básico en las urbes más populosas.
La izquierda revolucionaria debe de pasar la página sobre el carácter diabólico del mercado, pues éste con todo y sus incongruencias, es una actividad de los seres humanos desde mucho antes de que existiese el capitalismo. Debe propugnarse y luchar junto a los empresarios progresistas y honrados, por una economía que derrote los monopolios y oligopolios que constituyen la causa fundamental contra la verdadera libertad de movimiento en el mercado. Este también ha de ser el principio con el que debe desarrollarse una propuesta para la integración económica de los pueblos.
Sobre las políticas de justicia y seguridad pública, que se sitúan entre las demandas sociales más importantes por la poca eficacia del sistema de justicia y el incremento galopante de la criminalidad, la corrupción estatal, las grandes empresas del crimen organizado y el tráfico de drogas, las izquierdas deben pasar de la unilateralidad de la defensa de los derechos y las libertades, a la creación de una teoría de las acciones jurídicas del Estado contra las fuentes de corrupción. La respuesta a la inseguridad debe convertirse en un punto de agenda capital de las izquierdas revolucionarias.
Debe quedarnos claro a las izquierdas y todos los sectores progresistas de la sociedad, es que la historia no termina en el neoliberalismo y mucho menos en un sistema de poder oligárquico oprobioso que aún domina nuestro país. Que los seres humanos seremos capaces de crear sistemas mejores, pues de lo contrario negaríamos la historia y la civilización.
Que la travesía por esta desorientación que cunde entre los sectores democráticos y algunas izquierdas debe desembocar más temprano que tarde, en el renacimiento del pensamiento liberador, humano y revolucionario que sea capaz de conducir la política de este país en los próximos años de un siglo que apenas inicia. Hace falta que creamos en ello y seamos capaces y eficientes para sacar a flote nuestro proyecto histórico, rejuvenecido y vital. Hoy más que nunca, la definición entre izquierda y derecha es más oportuna y necesaria, «el árbol de las ideologías está siempre reverdeciendo» dice Bobbio (1995), pues no hay nada más ideológico que afirmar el fin de las ideologías, por que más allá de las ideas políticas, están los intereses y valoraciones de hacia dónde debe caminar nuestra sociedad.
La ideología es un sistema de ideas o conceptos donde un partido político o fuerza social da expresión a su concepción del mundo. Esa concepción del mundo debe incluir en la actualidad dos partes: por un lado, la concepción del mundo existente o capitalista, y por otro lado, la concepción del mundo futuro o socialista.