Claraboya
LA ROSA DE LA PAZ
Por Álvaro Darío Lara
La situación actual, en esta zona del mundo, nos trae a diario, decenas de malas noticias. Son las noticias terroríficas que nos hablan de atentados terroristas, de adolescentes desaparecidos o asesinados, de mujeres ultrajadas y de niños torturados, sin piedad, hasta la muerte.
Estas noticias hacen engordar las ganancias jugosas del sensacionalismo periodístico: escrito, radial, televisivo o electrónico.
Lamentablemente, se difunden con lujo morboso, las peores escenas de la barbarie humana, los groseros y bajos fondos, que arrastran a sus víctimas hacia el pozo siniestro. Vivimos en medio de una violencia estructural: política, cultural, social, económica, y por si fuera insuficiente, también nos envenenamos a diario consumiendo, y luego reproduciendo la misma violencia.
Violencia que no sólo se explaya, en estos solares de la dolorosa Centroamérica del llamado Triángulo Norte, basta dirigir la vista al entorno mundial, y encontrar al convulso Medio Oriente y a otras zonas del orbe antiguo, donde arde el odio, el separatismo, el cáncer de los modernos autoritarismos, de la intolerancia y de la profunda desunión.
La pandemia asimismo ha puesto al desnudo el viejo drama de la insolidaridad, de la manipulación política, y del aprovechamiento económico del dolor colectivo.
El tráfico y venta de las armas más letales, sigue produciendo también inmensas fortunas. Y hay naciones que encumbran su macroeconomía gracias a la promoción de las guerras en todo el planeta. Asimismo, el narcotráfico con todas sus formas de ilegítimo comercio asociado, hinca sus dientes en naciones y gobiernos, dictando su agenda enemiga de la paz.
Ante un panorama como éste, pareciera que todo está perdido. Y que otra vez, como en la legendaria historia del globo terráqueo, el bien, la justicia, la paz, no tienen ya cabida.
Dicen los entendidos que gran parte de los patrones conductuales son aprendidos. Aprendemos a amar, y también a odiar. A sembrar rosales o mortíferas bombas.
Pensamos que modificando únicamente las llamadas estructuras, generaremos otras condiciones, que produzcan –mecánicamente- mejores hombres, mejores mujeres. Y esto es falso. Las favorables condiciones externas, por supuesto, que fomentan los cambios positivos, pero ¿qué ocurre, con lo más importante?, ¿qué ocurre con nuestro propio corazón, con nuestra interioridad, que es en definitiva, la única que nos guía y orienta en este plano existencial?
El místico José Luis Aguilar Moreno, nos dice, en un interesante artículo titulado “Paz Profunda”: “Si aquellos que han dado origen a la crueldad, la guerra y los disturbios entre los hombres que nos aquejan ahora, se vieran iluminados por los resplandores de una paz personal interior, como en un tiempo habrán de verse, entonces otra sería la situación que observaríamos. La carencia de concordia se iría disolviendo y la cordialidad y la reconciliación ocuparían el lugar que les corresponde en nuestra Era”.
El camino hacia la armonía interior -con nosotros mismos- y con el principio universal, generador de Todo, tiene que conducirnos necesariamente a no irradiar más violencia ni individual, ni colectiva, sino paz. Ya que el amor es, ante todo, una fuerza en expansión.
Afirmaba, don Alberto Masferrer, en el apartado 22 de su bellísimo libro “La religión universal”: “Deja la filosofía a los filósofos y la santidad a los santos. Si Dios se ha rodeado de tinieblas, reverencia su oscuridad, y vuelve tus ojos al Sol. Tú, sé bueno, sé generoso, sé compasivo, sé fraternal; comparte tu pan, tu alegría, tu canto y tu vestido, y espera con humildad a que Él te llame a más altos destinos”.
Ésa es la ruta. Empezar a generar pequeñas, pero, en realidad, grandes acciones, que nos impidan caer en la tentación de ciegas provocaciones y que vayan conduciéndonos, a encontrar, en nuestro palpitante corazón, la anhelada rosa de la paz ¡Qué así sea!
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