Carlos Mendoza Álvarez/Boston College & México
Tomado de Agenda Latinoamericana
La Ruah aleteando sobre el caos “La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas”
Génesis 1: 2
En tiempos de incertidumbre a escala global por el cambio climático, la injusticia creciente del capitalismo y la violencia de las mafias criminales persisten luces de dignidad y esperanza que mantienen encendidas las personas y comunidades en resistencia a la violencia sistémica que aqueja a la humanidad y a nuestra casa común.
A contracorriente del desánimo, el miedo y la confrontación que promueven muchos líderes políticos, sociales y religiosos en el mundo, es crucial volver hoy a las fuentes de la vida donde la Ruah divina sigue aleteando como desde los inicios del mundo. Pensemos en los oasis en medio del desierto sobre los que revolotea una paloma: son lugares de vida que permiten a los nómadas sobrevivir en su ruta como pueblos en movimiento. ¿Dónde están ubicados hoy esos oasis y qué creaturas del cosmos y pueblos en movimiento nos indican la ubicación de los oasis aleteando sobre esas fuentes?
Desde hace más de medio siglo, Frantz Fa-non, un pensador caribeño de la isla de Martinica “descendiente de lo que hoy llamamos “pueblos afrodiaspóricos”, es decir, pueblos africanos obligados hace cinco siglos por el sistema de esclavitud colonial moderna a la movilidad forzada de África hacia Abya Yala” nos ayudó a abrir los ojos y el corazón a “los malditos de la tierra”, fuerte expresión para hacer visibles a los pueblos sometidos por el poder racista y colonial moderno. Desde entonces, el pensamiento descolonial ha surgido con fuerza desde las re-sistencias múltiples de personas y comunidades que enfrentan la violencia que nos amenaza por todos lados. Este pensamiento quiere estar al servicio de los cuerpos y territorios negados, pero que resurgen con digna rabia por medio de resistencias, generando así nuevos modos de vida, organización comunal, espiritualidad liberadora y, de ese modo, creando una verdadera re-existencia.
Gracias a este enfoque descolonial, hoy sabemos que lo más importante para vivir con dignidad en medio de la violencia sistémica es reconocer la potencia que surge de las víctimas mismas: aquellas que dicen basta al patriarcado que asesina a las mujeres por ser mujeres, quienes enfrentan al capitalismo que invade territorios para devastarlos, quienes detienen en su corazón y en su imaginación al colonialismo externo que controla la economía y las redes digitales, así como el colonialismo interno que se apodera de la imaginación de los pueblos. Se trata de aprender de los cuerpos que se reinventan, de los territorios que de manera resiliente resisten a la invasión y la destrucción del capitalismo extractivista, de los pueblos que inventan nuevos modos de gobierno y de espiritualidad.
En estos tiempos de devastación de la tierra y de violencia contra los pueblos, los oasis se encuentran precisamente en la resiliencia, resistencia y re-existencia de las mismas víctimas que dejan de ser víctimas, acuerpándose, cuidándose mutuamente, tejiendo redes de solidaridad. Ahí aletea la Ruah divina como desde los orígenes del cosmos porque es expresión del ser profundo de Dios el ser fuente de vida.
El mutuo acompañamiento en la Ruah divina
“El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es quien nace de la Ruah.”
Juan 3: 8
Gracias a las espiritualidades diversas de los pueblos ancestrales y del legado hebreo y cristiano de fe en el amor creador de Dios sabemos que estamos sostenidos por esa fuerza divina que nos arropa, nos acuerpa y nos mantiene en la resistencia enfrentando las violencias múlti-les de nuestros tiempos.
Pero no es una experiencia solitaria, aislada, como si fuera un narcótico que nos saca de manera artificial del mundo del sufrimiento, la desesperación y la muerte. Por el contrario, la inspiración de la Ruah divina es un aliento de vida que nos habita como aire de vida que inhalamos hasta lo profundo de nuestros pulmones, y al mismo tiempo una fuerza de comunión que nos conecta con otres cuando compartimos tanto su inspiración como su expiración, inhalando y exhalando vida.
En ese movimiento vital de inhalar-expirar se juega el ritmo de la Ruah divina que nos acompaña a vivir con dignidad y esperanza en tiempos de horror. Sobre todo, en las situaciones donde es preciso enfrentar la violencia alcanzamos a percibir esa fuerza transformadora que nos acuerpa. Eso aprendí de las madres de personas desaparecidas en México quienes, a pesar del vacío inmenso que padecen por la ausencia de su hija, hijo, esposo o hermano desparecido por las mafias criminales, encuentran fuerza cuando ellas se juntan con otras madres para buscar en vida, en cárceles, en casas de trata de personas o en fosas clandestinas. Entonces comienzan a respirar de nuevo un aire de vida y dignidad. Se acompañan en su dolor y, cuando logran identificar a una persona en vida o en sus restos mortales, celebran ese regalo como “promesa cumplida”. Luego vendrá la larga tarea de la memoria, la justicia y quizás el perdón. Pero por ahora, en ese “instante que detiene el tiempo” de la fatalidad, ellas son como la paloma que revolotea sobre el oasis: han transformado un lugar de muerte en lugar de vida.
Caminar con otres por los desiertos de hoy, buscando esos manantiales, es un modo de reintentar la existencia para transformar la violencia que tiene rostros de machismo, clasismo, racismo y odio a lo diferente. Acompañarnos en este camino para percibir las señales de la Ruah divina aleteando sobre el caos antiguo y nuevo es la ruta de la espiritualidad en clave descolonial.
Más allá de las religiones y del mercado, más allá de los miedos que paralizan y los resentimientos que envenenan el cuerpo y el alma, la espiritualidad como resistencia y re-existencia es hoy camino de liberación de cuerpos y te-rritorios oprimidos en camino de liberación y plenitud gracias a quienes reinventan el mundo desde sus propias heridas, conectándose con otres en el camino de la Vida.
La espiritualidad descolonial es don y tarea. Don porque la recibimos de quienes resisten a la violencia, quitando poder a sus verdugos. Tarea porque es camino compartido con quienes han transformado su dolor en dignidad, esperanza y nuevos modos de vida.