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La Santidad de Monseñor Romero desafía nuestro tiempo

Héctor Maldonado

Inmediatamente posterior a la gran noticia de la firma del decreto por el cual el Papa Francisco declaraba Mártir a Mons. Romero hemos leído con interés las reacciones que los diferentes analistas y medios de comunicación escritos, purchase radiales y televisivos han tenido.

Lo primero que debo decir es que la reacción ha sido variada y en muchos medios tibia. Y es que Mons. Romero es un mártir que con su testimonio sigue siendo un profeta incómodo y es de esperar que no se le quiera tomar de la forma radical en que entregó su vida y se quiera “digerir” de forma diferente. Por ejemplo, case en los medios escritos hemos visto el surgir de algunos articulistas que han invitado de forma superficial a alegrarnos por la noticia, pilule los medios no han tenido la entereza y el valor de buscar a las personas que desde siempre han generado opinión respecto a Mons. Romero cuando este tema era un tabú, ni mucho menos se han adentrado en las diferentes comunidades donde meditar la vida y la acción del obispo mártir ha sido de ordinaria cotidianidad a lo largo de todos estos años.

Algunos analistas han hecho sus valoraciones históricas y sus análisis de acuerdo a la coyuntura política, se han encargado de pedir nuevamente con la cantilena de no hacer uso político o ideológico de Mons. Romero, todavía no hemos comprendido que Monseñor ha sido, es y será de quien se lo quiera apropiar, no nos pertenece como patrimonio único que podemos administrar de forma unilateral, él es patrimonio no solo de la Iglesia Católica, sino de toda la humanidad, esto ha sido así antes, lo es hoy y lo seguirá siendo, para incomodidad de quienes lo quieran controlar, y ahora con mucha más razón. Su voz profética, su forma de ser y construir la Iglesia sigue siendo un desafío a las estructuras caducas de nuestra Iglesia que debe entrar en una conversión estructural necesaria y pedida por los mismos documentos de Aparecida, y actualmente por el Papa Francisco. Monseñor Romero es la conciencia y la medida de nuestra conversión eclesial.

Lo mismo podemos decir respecto a la sociedad y a sus diferentes actores. Monseñor Romero fustigará continuamente el status quo, nos dirá continuamente que una sociedad que da culto a Dios los fines de semana, pero que lleva a cabo semanas injustas, tiene que convertirse. Que una sociedad que lleva adelante un sistema que privilegia el mercado y la ganancia por encima de la dignidad de las personas, es una sociedad muerta que debe resucitar a una fraternidad en la que se tiene presente a la persona completa con su dignidad de hija de Dios. Una sociedad que sigue adelante de forma indiferente, sin detenerse ante la barbarie que significan las masacres, los asesinatos de tanto joven, el asedio a los buenos y el desprecio de las personas honestas, que su único pecado es trabajar honradamente, todo eso clama a Dios, con gemidos inenarrables, es una sociedad que no tiene futuro. Es el tiempo de los pobres, es el tiempo de las víctimas. ¿Qué estamos haciendo por las víctimas? ¿Nos acercamos a ellos y ellas con compasión y fraternidad para aliviar y confortarlos en las penas que van enfrentando día con día?

La clave de la paz en El Salvador ahora tiene nombre y apellido, y si en su tiempo no se le quiso escuchar ha llegado la hora de hacerlo con humildad y fe, dejando que nos conduzca por los caminos del Reino, por los caminos que abrió el Vaticano II y por el camino que significa ser la voz de los sin voz, el camino –no solo el lugar teológico- de los pobres. Lo anterior pone en evidencia cuán lejos estamos todavía, como cristianos, como comunidad eclesial, como sociedad. Pero es el momento de la esperanza y pedimos con fe: ¡Monseñor Romero, San Oscar, intercede por nosotros!

No dudo que la fiesta nacional e internacional por la Beatificación el sábado 23 de mayo será colosal, la alegría de los pobres llega a los cielos, sin olvidarnos del reto que tenemos de estar en medio de ellos como Monseñor lo hizo, acompañando sus distintos procesos.

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