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Fotografía de Rob Escobar

La sepultura es la última casa del hombre

 

Por Wilfredo Arriola

Se le teme y se le espera en silencio, de un modo, quizá religioso, y digo religioso por creer en ella y no hacerse parte del todo de su idea, la muerte. La realidad es un soplo, ayer se celebraban los años que hoy se disimulan, ayer uno se inscribía en cualquiera forma de academia con el derecho a la esperanza. Mirar al pasado se podría decir que puede equivaler a tejer nuestro rostro, como la obra de un escritor, es conformar lo que hemos hecho y seguimos haciendo.

 

La muerte sin lugar a duda convierte a los hombres en héroes o en su defecto: en buenos. A no ser que con el paso del tiempo los convierte en una amenaza del pasado por lo que puede uno recrear en la memoria, y esos episodios se recreen en el silencio de una habitación o en lo lúgubre de la soledad, aunque recordar es de algún modo volver a vivir como la literatura lo sugiere.  Susan Sontag en su libro Ante el dolor de los demás, comenta que “la memoria es, dolorosamente, la única relación que podemos sostener con los muertos”. Donde apela que no es la memoria la esencial para conocer al dolor sino también hacer una pausa en la reflexión del dolor, cuestionarse el porqué de las cosas, qué me hace recordar tanto a alguien luego de su física partida. Detenerse en medio de ese azaroso terreno y buscar entre el ineludible escenario la respuesta y la enseñanza que se me ha otorgado. Reflexionar sobre la muerte hará un reenfoque para vivir mejor o de una manera más lucida los días en homenaje a los que no están, que ese será un tributo al respeto de los que influyeron sobre nosotros.

La vida generalmente no se transforma y la muerte sí, conlleva sacar partido de ella, reparar en ella. La vida puede ser un espléndido sofá con vistas a lo rutinario o a lo maravilloso del descubrimiento, una decisión que puede pasar desapercibida, en cambio la muerte mueve algo, arranca algo, nos da la alerta del presente que se agota en cuotas, unas más grandes que otras, pero cuotas al fin. La muerte es ese interruptor que apaga las luces de la casa de alguien para siempre y que todo lo que había dentro ahora pasará a la imaginación o a nuestra imaginación para que vuelva existir. Borges lo comentaba al contemplar las calles, que estaban tan solitarias, que si él dejaba de mirarlos dejarían de existir, y que eso, se parecía tanto a los humanos. El recuerdo, persistir la mirada en los que no están es la manera de tenerlos entre nosotros. Hay una inscripción del anglosajón que dice: “La sepultura es la última casa del hombre”, la memoria será entonces otra casa para los que no están, y esa casa solo dependerá de quien los invoque.

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