Caralvá
Fundador
Suplemento Tres mil
La madrugada fue un mandato insuperable del viaje programado para las 07:55 am, por la condición de llegar con tres horas de anticipación, aunque el vuelo salga a las 08:30 am, éramos como pájaros madrugadores. Imaginaba un aeropuerto desierto, con algunos fantasmas recorriendo las pistas de aterrizaje, pero al llegar a la terminal… oh sorpresa, aquella estación aérea estaba abarrotada, con autos en fila con familias que reclaman el abrazo final, estacionarse era un acto temerario, con policías desplazados en los puntos estratégicos, no obstante con un poco de suerte logramos encontrar un pequeño espacio.
Comenzaba la aventura del registro previo al vuelo, la fila de viajeros era precedida por las maletas que ordenadamente eran colocadas una tras otra mientras se abría la ventanilla de atención al público, las maletas padecían de orfandad instantánea, parecía que cada una transmitía la personalidad de los futuros pasajeros, mientras unas eran sobrias con piel negra y acerada, otras eran una familia completa con pequeñas mochilas de Bob Esponja o Star Wars, las siguientes desaliñadas y desteñidas connotaban a los mochileros despiadados con sus sacos y peor con su traje de fatiga, colmados de juventud y sonrisas.
Por fin llegó mi turno, una simpática señorita atendió mi solicitud, me indicó colocar la primera maleta la cual para mi infortunio sobrepasaba todo, caí en un vacío profundo e interminable, luego me indicó colocar la maleta de mano, la cual le faltaban unas cuantas libras, así en plena sala abrí las maletas y transferí algunos libros de una a otra, hasta lograr el peso adecuado, a lo mejor esa chica me absolvió el sobrepeso… quisiera encontrarla un día a las puertas del cielo.
Ingresamos a la sala de espera D 24, una hora más tarde aquella desértica sala estaba completamente abarrotada, por alguna circunstancia los pasajeros con destino a Los Ángeles y Houston coincidían; el procedimiento era riguroso, registro de rayos x de maletas de mano y personas, no faltó el sujeto que riñó por un perfume o sus geles líquidos… no le perdonaron nada, al final perdió la batalla, un amable policía le indico donde tirar sus perfumes o vaciarlos en una bolsita transparente. Al ingresar no se permite salir, la policía advierte que salir equivale a pasar de nuevo el scanner… en mi caso hubo que pasar de nuevo el examen… ahí estaba en la fila de ingreso con la llamada de mi grupo, por orden de llamada: Primera Clase etc… yo al final como en los tiempos del Titanic. Noté cierto nerviosismo en la sala, las chicas hablaban en secreto, cuando de pronto un escuadrón de policías con perros rodeó la sala, en cuestión de segundos, un perro recorrió uno a uno la fila, una señora adelante hizo una maniobra de defensa ante el formidable perrito pastor alemán, paso frente a mí con sus ojillos de alerta y atención, paso otro, pero al tercero después de mí, el perro tomó asiento y reclamó su juguete… los policías le rodearon, no valió la protesta, un par de esposas brillaron en la sala D 24… en aquél avión repleto, viajé con una silla vacía a mi lado…