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La sociedad como profecías “plaga post” (2)

René Martínez Pineda
Sociólogo, UES

Otras de las profecías posibles –aunque es la menos probable debido a las condiciones estructuralmente adversas- es que la pandemia se convierta en una gran oportunidad de transformación social e intelectual que cobre vida propia. Esta profecía nos habla de que podemos arribar a otra forma de actuar, valorar, ver e interpretar el mundo cotidiano: la utopía civilizada y civilizatoria que es antagónica a la visión descivilizatoria que data del siglo XVIII y que se animalizó en los últimos cuarenta años con el neoliberalismo enarbolado por los partidos políticos de todos los países de la región continental. Se trata, entonces, de la leve profecía de la Sociedad del Quijote que descubrió la belleza delirante donde no la había, y que aprendió a vivir de otra manera para evadir la manera en que vivían sus enemigos a costa de su dignidad de loco bueno y entrañable. Con la peste del coronavirus, las clases dominantes y sus vasallos acomodados descubrieron la vida en familia, descubrieron que tienen una familia que en algo se parece a la familia que tiene un pobre, y descubrieron, sobretodo, que pueden explotar y alienar y marginar a los trabajadores sin salir de sus mansiones.

Por supuesto que esos sectores sociales son una minoría, el mundo no está compuesto por masivas clases dominantes, ni los sectores acomodados son un grupo medianamente significativo que puede cumplir con el distanciamiento físico, disfrutar las cuarentenas, usar alcohol gel cada cinco minutos, bañarse varias veces al día, usar mascarillas de buena calidad y dejar de recibir ingresos unos meses… la inmensa mayoría necesita el contacto directo con los otros, depende de ellos, no puede distanciarse, ni puede hacer de la cuarentena un período de convivio familiar. Por tal razón, esta profecía anunciaría la gran oportunidad colectiva para, derrotando a los gigantes de la pobreza que se disfrazan de molino de viento, iniciar una lenta peregrinación hacia una nación civilizatoria de las ciudadanías internas que son degradas y excluidas por el neoliberalismo, lo cual no se puede lograr de la noche a la mañana. Y esa lenta peregrinación tendrá como lugar de partida los territorios-champeríos más pobres y los espacios ideológicos en los que se puede construir un consenso político-cultural básico. Y es que esta profecía –de cumplirse- permitirá comprender que el modelo capitalismo está roto (en lo económico, social, moral, cultural y político) desde hace mucho tiempo, y quien dice “mucho tiempo” dice que no sabe cuántos años son, pero que son demasiados. En ese sentido, la profecía de la Sociedad del Quijote augura una transformación social que abarca lo social, lo intelectual, lo político y lo cultural, en tanto construcción de una cultura política democrática que deje de ser ingenua o benevolente.

Por supuesto que no estamos en condiciones, por el momento, de saber cuál de esas profecías resultará ganadora en “el día después de la peste”, y lo más probable es que se combinen para construir otra profecía que medie entre las necesidades del pueblo y la de los ricos más ricos, lo cual no es tan alentador. La política y la movilización popular después de la pandemia dependerá, en gran medida, de la profecía que triunfe o de la profecía que, en el caso de una combinación de ellas, tenga en su mano la brújula y el mapa. En términos sociológicos puedo afirmar que el próximo conflicto humanitario será decidir cuál profecía vamos a asumir como propia y a defenderla con uñas, dientes y votos, ya que, hoy por hoy, no está a la mano la opción de las armas.

En todo caso, pensar en una lenta peregrinación hacia la profecía de la Sociedad del Quijote es lo único que puede alimentar la ilusión de que la pandemia haya abierto el camino o entreabierto la puerta de entrada a una sociedad distinta, lo cual tendrá como premisa: construir nuevas lógicas políticas que no estén signadas por la corrupción e impunidad; un nuevo paradigma de pensamiento que ponga el mundo “patas abajo” y cierre las venas del país; un nuevo imaginario (la utopía social como alegoría de El Principito) que le de prioridad a la educación no excluyente y a la cultura como derechos universales y referentes de la ideología dominante, la ideología del pueblo; y un nuevo modelo productivo de desarrollo en el que el salario sea una bendición y no una maldición insobornable o un chantaje, como ha sido hasta ahora. Entonces, ¿cuál será la utopía social de la profecía de la Sociedad del Quijote? La utopía será que aún existe la utopía y que es falso que el neoliberalismo es un destino inapelable que no tiene alternativas distintas ni treguas, tal como se pregonó desde los dolorosos escombros del muro de Berlín y se pregona desde las fosas sépticas de las legislaturas.

En El Salvador de los años 90 ya vivimos la horripilante y galopante profecía de la privatización de casi todo lo público que incluyó el irreversible robo de la moneda nacional y la precarización de la educación pública. Lo anterior significa que (como si nos metiéramos en la máquina del tiempo de H. G. Wells) la cuarentena que hemos padecido estos ocho meses es similar a la cuarentena –o es casi la misma- en que nos ha mantenido presos el neoliberalismo los últimos cuarenta años que, por simple aritmética sociológica, se suman a las décadas previas de explotación de la plusvalía absoluta de la primera revolución industrial que dejó al pueblo descalzo y sin pantalones, en tanto que hemos estado: confinados ancestralmente en la pobreza más visceral que se disimula con rezos, banderas y desfiles de independencia; distanciados emocional y físicamente del bienestar económico y social que habita en las colonias de “allá arriba”; infectados por el virus de la apatía que muta constantemente; lavándonos las manos con el alcohol gel de la cristiana resignación para no sentirnos cómplices de la corrupción y la impunidad.

Pero la pandemia nos pone al alcance la profecía de que aún tenemos esperanza de salir de la cuarentena de la exclusión y desigualdad social vivida, debido a que nos está obligando –por simple ahogamiento territorial- a abrir la puerta que nos haga salir de la cuarentena de esta peste que nos ha hecho ver que el modelo capitalista está roto y pervertido, tan pervertido que el arma que sigue usando es la de más exclusión social, tal como evidencia la imposición de la educación virtual que premia la desigualdad social.

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