René Martínez Pineda
Sociólogo, UES
Si la profecía de la Sociedad del Quijote va tomando fuerza, debe partir de la reinvención de la utopía debido a que ya no se le puede ver como el único sueño y el sueño único, pues eso sería perder de vista la cotidianidad que está hecha de muchas y variadas carencias y utopías que surgen de la diversidad de realidades colectivas y sueños personales. Sin embargo, la resistencia popular unificada es aún un tema político pendiente de cara a construir varias utopías, lo cual fue aprovechado por todos los partidos de derecha y por muchos partidos de izquierda que, de ser anticapitalista, pasaron a ser concubinas del capital.
El problema que tenemos desde antes de la pandemia y sus profecías es el de una dominación capitalista unida orgánicamente frente a una resistencia popular dispersa o nula, y esa dispersión es el arma más letal contra el cambio social. En El Salvador se potenció -desde la izquierda oficial- otra forma de genocidio de los jóvenes: las reformas al sistema de pensiones que jubila por edad y no por años de trabajo, mostrando con ello que la explotación se ejerce por partes para darle coherencia al todo. Lo anterior demanda contar con sujetos políticos que vean la jugada final con anticipación, de tal forma que la reivindicación particular (nacionalización del sistema de pensiones, por ejemplo) lleve por su propio peso a la reivindicación colectiva: erradicación de la exclusión social como utopía de las utopías.
Yo estoy convencido de que tiene que haber un cambio, y de que ese cambio inicia desde lo que llamo el espectro pre-izquierda, espectro que busca su cuerpo en las barriadas, en las aulas, en las maquilas, en los mercados municipales y en las plazas públicas con oradores sublimes, pues esos son los lugares privilegiados para mantenerse en contacto directo con el pueblo. No es casualidad que, en este momento de la digitalización de la conciencia, sean los pastores evangélicos, los corruptos crónicos que piden perdón y los vendedores de autos usados quienes hablan con las personas de carne y hueso, quienes pueden manipularlas o seducirlas y decirles –documento falso en mano- que hay que votar por la extrema derecha y sus aliados sorpresivos. El que exista -después de una guerra civil altamente política- la posibilidad de seducir a miles -el viejo y único recurso usado por la derecha desde los tiempos de conciliación- evidencia que la organización popular masiva será inocua sino cambia radicalmente la cultura política.
La realidad electoral salvadoreña -desde 2014, al menos- le grita, a los grupos de izquierda, que si quieren estar en el alma del pueblo deben cambiar radicalmente su talante; deben aceptar que existen varias izquierdas en el ámbito político; y deben reconocer la traición cometida. Y es que, en América Latina, los partidos de izquierda oficializados se fueron acostumbrando a la dialéctica corrupción-gobernabilidad a la que le dieron continuidad desde la comodidad de ser una oposición al gobierno que no se opone a nada. Por increíble que parezca, esa gobernabilidad no buscaba el bien común, buscaba mantener los cargos y privilegios, simplemente eso, y lo no hecho por los gobiernos salió a la luz con la pandemia, lo que fue un factor precipitante de la urgencia por cambiar la lógica política como mecanismo para descubrir otra forma de ser gobierno como sujeto civilizatorio en materia de cultura política democrática, lo cual –por inverosímil que parezca- no fue contemplado por las dos gestiones presidenciales de la izquierda oficial en El Salvador.
El espectro pre-izquierda parte de la ausencia de la formación en cultura política y es, en esencia, la reconstrucción de la izquierda como muchas izquierdas para aprovechar todas las venas del imaginario de las comunidades que tienen cotidianidades que no son lo mismo, pero que son iguales en la vivencia. La realidad política nos ha mostrado que las calles, las protestas y la indignación no son un enclave bananero de las izquierdas, y que la corrupción no es un vicio exclusivo de la derecha. Entonces, ¿cuál es el signo de un gobierno de izquierda o de pre-izquierda? La instauración de un gobierno progresista que lleva a cabo cuatro tareas urgentes: destierro de la corrupción; minimización de los impuestos regresivos; nacionalización de los servicios básicos y una inversión social superior o igual al 50 % del presupuesto nacional. Esas tareas urgentes son las que forman la ilusión colectiva.
En mis años en la guerra aprendí que la idea más importante de la teoría revolucionaria es la supresión paulatina de la desigualdad social llevando la democracia a las calles, los cantones, las familias, los almacenes, la universidad, la escuela, las milpas. Precisamente en esos lugares –y no en el discurso político- es donde nace la polarización de la sociedad. Esa idea de la teoría revolucionaria se fortalece con la democracia participativa que muestra que la participación popular no se reduce a lo electoral. No institucionalizar la participación directa del pueblo ha provocado que la democracia electoral muera en las urnas y en las vallas de propaganda. La exclusión, la desigualdad social, la injusta distribución de la riqueza y la polarización que de ellas se deriva ha sido el signo de las décadas anteriores. La pandemia puso en claro que vivimos en una sociedad retrógrada, reaccionaria e inhumana que amenaza con ser cada día peor para los sectores populares.
Nos guste o no, debemos entrar en un período de transición hacia la Sociedad del Quijote desde las condiciones heredadas para romper con el neoliberalismo y la corrupción galopante que nos ha privado de la inversión social. Es indignante que el 1 % más rico se quede con el 47 % de la riqueza mundial, porcentajes que se replican en cada sociedad en particular. Siendo así en el país, la cuestión jurídica del momento no es la reforma liberal de la Constitución liberal, sino su cambio radical para refundar el Estado como reflejo de una sociedad del bienestar colectivo. Eso sería hacer historia para dejar de seguir contando la misma historia con distintas palabras.
En este momento –sumergidos en las profecías citadas- el papel del sociólogo es decodificar los sentimientos de las personas hablando de igual a igual con ellas para aprender de ellas, que son las autoras intelectuales de todo lo que escribimos y publicamos. Estamos en el purgatorio sociocultural de la autocrítica que debe llevarnos a repensarnos a todos. Estamos en el momento de la autocrítica que es evadida por los partidos políticos caducos de todos los signos ideológicos. Es el momento de formular nuevas preguntas en lugar de estar dando respuesta a las preguntas viejas. Las viejas respuestas que siguen siendo válidas pueden servir en el momento político actual si las formulamos desde un nuevo paradigma civilizatorio debido a que las traiciones y los errores cometidos con el pueblo no pueden seguirse reproduciendo. La opción que nos queda es buscar la profecía de la Sociedad del Quijote para que no volvamos reproducir las profecías de la Sociedad del Noveno Círculo o la del Nuevo Mundo Feliz. La decisión es nuestra.