René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES
Al romper ideas petrificadas nos damos cuenta de que todo tiene su pregunta de rigor, aunque no necesariamente tiene sus causas, ya que creer eso es caer en el pensamiento teologal. ¿Por qué proponer epistemologías mundanas como criterio de autoridad y abordaje de la realidad para darle vigencia a la sociología, tanto en la universidad como en la calle, en las políticas sociales y en el imaginario? Para responderla es necesario deslindar el contexto histórico vivido y en el que hemos entrado a partir de marzo de 2018 y que se afirmó en febrero de 2019. En primer lugar hay que reconocer que el contexto político-ideológico de nuestro tiempo es muy difícil de decodificar porque depende de la ideología, del salario que uno reciba y del lugar de residencia que uno tenga: vivir en la San Benito o en la Santa Elena no es lo mismo que vivir en la Campanera o en Ciudad Delgado; ganar el salario mínimo no es lo mismo que ganar decenas de miles de dólares mensuales; viajar en un bus destartalado, flatulento y temerario donde los asaltos son un aura indeleble, no es lo mismo que viajar en auto de lujo o en helicóptero.
Todos los anteriores son en la actualidad contextos absolutamente distintos (la Babel de la pobreza y el Olimpo de la riqueza frente a frente), que impresionan muy distinto por tener diferentes imaginarios cuyos tentáculos tocan hasta la posición política asumida, la cual siempre es una posición de clase, lo sepan o no lo sepan las personas debido a que la realidad presente es muy diferente a la realidad pasada, porque hoy que teníamos las ciencias nos cambiaron los sujetos de estudio. Cuando llevamos esa realidad compleja a las páginas de la sociología nos damos cuenta de que (en la cotidianidad de la Babel de los pobres donde la cultura política depende, muchas veces, de las dádivas y de la demagogia) la diferencia es angustiosa. Es aquí donde tienen cabida las epistemologías mundanas, en tanto conocimiento-comprensión de los problemas del pueblo desde el imaginario del pueblo, desde su sentido común, el que siempre sabe qué hacer y cómo hacerlo.
Siendo así, la lectura de la realidad y sus códigos depende de la posición política y de los referentes ideológicos que uno tenga, los que son delineados por los ingresos y el lugar de residencia, que eso es el mundo sociocultural del que habla la Teoría Social Clásica. Pero ¿por qué, desde hace ratos, la preocupación central de la gente es la delincuencia y la corrupción y no los salarios miserables? Se trata de una crisis estructural de la seguridad ciudadana y de la gobernabilidad que lo signa todo. Esa es la crisis que la gente ve, o cree ver, en su cotidianidad. Lo patético es que quienes han provocado tal crisis –políticos y clase dominante- siempre se presentan en las elecciones como ajenas a ella y hasta hacen propuestas de solución que lógicamente no pretenden impulsar, ya que su preocupación es continuar y acentuar la injusta distribución de la riqueza que hace de cada país un crisol de la desigualdad social, la que se busca minimizar con una gobernabilidad represiva cuyo gendarme mayor es la impunidad.
El Salvador es una de las regiones donde más injustamente se distribuye la riqueza, y con una cultura política de súbdito propia de la Colonia que derivó en un bipartidismo de facto que desechó, tanto a la memoria histórica de las víctimas como a la utopía que se basa en una nueva forma de gobernar, y con ello en una nueva forma de democracia política y económico-social que empiece a resolver el problema de la desigualdad para resolver después el de la pobreza, situación que fue planteada por Marx en el “Capítulo Inédito de El Capital”. En ese sentido se entiende la afirmación de que estamos en un momento sociopolítico enrevesado, que no han logrado decodificar ni los partidos de izquierda (muchos de los cuales se han convertido en “el ala izquierda de la derecha”, para decirlo con Gramsci) ni los movimientos sociales, en tanto que hablan del fin del capitalismo, pero tienen miedo de ponerle fin, de la misma forma en que se tenía miedo de acabar con la Colonia. La respuesta que salta es que la imaginación del fin del capital brota, espontánea, en la cotidianidad del pueblo, y para sistematizar ese contexto es necesario recurrir a las epistemologías mundanas, pues es a partir de ellas que se podrá recrear, teóricamente, el carácter depredador del capitalismo. Si no se aborda de esa forma seguiremos viviendo la realidad –y analizándola- como si “no hubiera vida después del capitalismo” (el temor a la inestabilidad que provoca entrar en lo nuevo), o sea que seguiremos viviendo con el denso temor de que cualquier cambio impulsado le pondrá fin a lo conquistado hasta hoy, idea que quieren aprovechar los partidos de izquierda que ya no son “vanguardia”.
La democracia social antipopular, la izquierda como tentáculo de la derecha, la sociedad sin ideologías, el Estado Asistencialista son formas de imaginar una nación socialista que sigue siendo capitalista y además corrupta; son formas de ofrecer cambios sin cambiar nada sustancial; son formas de criticar el capitalismo sin salirse de él. Los países que como el nuestro vivieron procesos revolucionarios de liberación por la vía político-militar, no abandonan la misión de ponerle fin al capitalismo (como les pusieron fin a todos los modos de producción anteriores), en tanto que es un productor de desigualdades sociales en el marco de la pobreza. El problema es ¿cómo lograr el fin del capitalismo?, ¿cómo delinear una sociedad no capitalista que genere confianza porque no será peor que la actual?, ¿quién tiene las alternativas para transitar a una sociedad justa: la política o la sociología o todas las ciencias sociales juntas?, ¿cómo resolver el problema de la crisis de la democracia y del sistema de partidos políticos?, ¿cómo construir o replantear, si es que sigue siendo válida, la sociedad alterna -el socialismo- sin caer en la emboscada de la corrupción y la impunidad?
Lo único cierto es que debemos imaginar primero y construir después un nuevo tipo de gobierno, un nuevo tipo de funcionarios, un nuevo tipo de intelectuales orgánicos y un nuevo tipo de sujeto histórico (sujeto que denomino como la “pre-izquierda”, dadas las condiciones actuales) para poder dar los pasos necesarios hacia el futuro.