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La solidaridad como ideal

Iosu Perales

Vivimos en un mundo que da la espalda a otros mundos. No los reconocemos y, con frecuencia, queremos pensar que nuestro mundo es el único. Desde este modo de ver la vida es difícil que nos hagamos corresponsables de esos infiernos en los que sobreviven cientos de millones de seres humanos invadidos por el sufrimiento. Qué lejos queda el mensaje del poeta lírico alemán nacido a finales del siglo XVIII, F. Hölderlin, al proclamar “El hermoso consuelo de encontrar el mundo en un alma, de abrazar a mi especie en una criatura amiga”. Más bien practicamos la indiferencia, el no querer saber para no desestabilizar nuestro mundo seguro, para no rasgar el paraguas bajo el que nos tapamos. Sin embargo es inútil hacer como que no sabemos, sabemos aunque no queramos, aunque solo sea por esa ventana al mundo que es la televisión por donde se nos cuelan imágenes a pesar de que nos protejamos con el zaping.

Frente a esta realidad, ante el nuevo año, deberíamos proponernos la recreación cotidiana, a través de la relación con el otro, de valores humanos que construyan nuevas relaciones sociales, sentimentales, el diálogo y el afecto, la imaginación y el gozo, una nueva mirada del mundo y de la vida. La solidaridad como ideal civilizatorio o punto de encuentro entre mundos. Esta solidaridad debería ser el principio vector de una lucha implacable contra la pobreza y la marginación, contra una desigualdad desbordante, contra todo tipo de dominación y presión. Lo humano del hombre y la mujer es desvivirse por el otro hombre y la otra mujer, escribió el filósofo judío Emmanuel Lévinas. ¿Un ideal ingenuo? No, más bien es la última oportunidad. Como dice el tango el mundo está hecho una porquería y sabemos que solo si el aire circula por todos los pulmones (no solo por los de los países ricos) podremos humanizar la sociedad deshumanizada.

Para recorrer el largo camino que conduzca a un mundo unitario hace falta que crezca en nuestra sociedad la indignación que convierte la solidaridad en la expresión de un pensamiento radical que va a la raíz de los problemas; de un pensamiento multidimensional; de un pensamiento que concibe la relación entre el todo y las partes, como se da por ejemplo en las ciencias ecológicas. Capaz de entender que nuestro modo de vida está directamente relacionado con otros modos de vida nada envidiables. Por eso no basta con la compasión, hace falta hacer justicia. La compasión, siempre necesaria, aborda los síntomas pero no ataca las causas. En cambio, la justicia, que es el valor central de la ética, se hace presente cuando pasamos a reconocernos corresponsables de los infiernos y actuamos en consonancia. En primer lugar deben colocarse las instituciones que deben liderar el combate contra la pobreza, las desigualdades, la marginación de poblaciones enteras, la explotación de menores, las discriminaciones de género, las epidemias evitables, etc.

Pero lo cierto es que las instituciones no están a la altura. Así por ejemplo, la Cooperación Internacional al Desarrollo, ámbito en el que la sociedad civil, a través de las ONG, implementa una solidaridad de calidad, ha descendido notablemente. Pero a pesar de ello, a pesar de los recortes sociales que aplican los gobiernos de países ricos, la solidaridad como paradigma debe erigirse como una fuerza para derribar los muros que separan los mundos, construyendo un internacionalismo del siglo XXI capaz de globalizar una solidaridad sin idioma hegemónico, sin espacio geográfico central, sin proyecto cultural único.

¿Saben una cosa? Escribo este texto después de haber echado un vistazo a los datos que ofrece UNICEF en su informe “Estado mundial de la infancia”. No les voy a saturar, tan solo estos datos: más del 80% de la mayoría de las muertes infantiles ocurrieron en Asia meridional y África subsahariana; en 2030, 167 millones de niños seguirán viviendo en la pobreza; en 2030, 750 millones de niñas se habrán casado siendo aún niñas; el número de niños que no asisten a la escuela aumenta cada año. Unos 124 millones de niños y niñas no acceden a educación primaria y secundaria; actualmente, entre 250.000 a 300.000 son niños soldado. Como dice UNICEF, mientras lees esto, las vidas de millones de niños y niñas están en peligro solo por haber nacido en un país y no en otro, en una comunidad y no en otra, con un sexo y no con otro. Les invito a visitar la web de UNICEF. Un espejo en el que debiera mirarse nuestro mundo para mejor saber cómo somos y qué podemos hacer.

La propuesta civilizatoria del capitalismo puede resumirse en una trinidad: Mercado, Capital y Explotación. Son dioses que han configurado una mercantilización universal que lo abarca todo, incluida la naturaleza, los derechos humanos y los sentimientos. Los efectos de esta teología dibujan un mundo de lucha de todos contra todos, de guerra permanente por el control de fuentes de riqueza y de extensión del poder. Además, el individualismo y la indiferencia ante el prójimo más vulnerable.

Pero nada es inevitable. Rosa Luxemburgo lo decía: “Solo la vida, en su efervescencia, sin obstáculos, es capaz de producir miles de formas nuevas de vida, de improvisar, de hacer surgir fuerzas creativas y de corregir ella misma todos los intentos equivocados”. Si esto es así, los determinismos históricos ya no tienen lugar en lo que debe ser un nuevo mundo subjetivo de la izquierda social y política. Luchar por la igualdad y la justicia sin saber cuánto podremos lograr, constituye una aventura moral de inspiración netamente humanista, radical. Y en este proyecto de vida la solidaridad se erige como el vehículo que debe llevarnos a otra sociedad en la que el núcleo humanista es el corazón en el que late el deseo de felicidad.

La solidaridad significa humanizar la sociedad deshumanizada, humanizar la política. Son numerosos los hilos de reflexión que se pueden escoger: el crecimiento selectivo, la decisión democrática sobre qué producir, el trabajo como satisfacción, nuevas pautas del consumo, la democracia genuina de los consumidores, una educación orientada al conocimiento y a la espiritualidad, el ingreso garantizado, el fin del militarismo, el rescate democrático de la política, la sociedad participante, la igualdad universal… Solidaridad es también el derecho a soñar.

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