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«La tarde, el viento y la tierra» Por Mauricio Vallejo Márquez

Por Mauricio Vallejo Márquez*

Mis pies volvieron a tocar la tierra. Tenía tanto tiempo que no recuerdo la última vez que caminé descalzo llenando mis dedos de polvo, sin contar mi andar en la arena del mar. La tierra y sus diminutas piedras se incrustaban en las plantas de mis pies en tanto me sentaba sobre el pasto y depositaba la mirada en el cielo, me embebía en él, observando el lento baile del follaje de los árboles que daban la impresión de acariciarse con sutileza al mismo tiempo que el viento murmuraba lo que cualquiera podía ver: la tarde se diluía.

Así dejaba escapar las horas de la tarde del domingo en el parque Maquilishuat, deseando en verdad que el tiempo no existiera y que ese presente fuera eterno, al igual que ese mítico paraíso del que nos hablan en las religiones. Un presente sin fin como el tiempo kairos donde habita Dios. Deseando que hubiera cientos de espacios así en nuestro El Salvador donde pudiéramos olvidar la mundanidad del ruido y la desesperación. Deseando volver a sentir los bosques y las fincas que ahora se han convertido en recuerdos.

Conectado con el mundo. Siento que soy parte de él y a la vez él, considerando que es cierto aquello del Todo y el Tao de Lao Tse y otros pensadores que nos brindan paz en su pensamiento. Una diminuta partícula de polvo entre el universo pretendiendo ser alguien en donde el todo es lo único que importa. Y en mi ínfima existencia soy parte de ese maravilloso conjunto que forma galaxias y esa dramática ilusión que nos tiene cautivos: el tiempo.

Mientras el viento se va colando entre las ramas y hace vibrar la hierba veo caer una hoja desde la copa de un árbol. Lentamente se desliza girando hasta llegar a mi pecho, para buscar refugio, para sentir el breve instante de conexión con ese árbol, el cielo, mi cuerpo y la tierra.

La tarde sigue trascurriendo en el movimiento de la gente que sigue recorriendo los alrededores, haciendo ejercicios, paseando perros, caminando, y la inclinación del sol que poco a poco nos va dejado sin luz para darle sentido a su existencia, para darle sentido a nuestra existencia.

Y sabedor que existe hora para cerrar aquel paraíso caminar de nuevo para volver a mi ínfima existencia entre el concreto y el pavimento para ganarme el derecho de existir en un mundo que hace tiempo dejo de ser nuestro cuando alguien le puso título de propiedad a cada parcela y ejido hasta convertirlo en estas cárceles donde decimos vivir, pero solo habitamos.

Y al caminar pienso: un día, será un día.

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 Licenciado en Ciencias Jurídicas
 Maestro en Docencia Universitaria
Escritor y editor
Coordinador Suplemento Cultural 3000

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