Amndré Rentería Meza
Escritor
A los Oscar, sick a Rutilio y a Jesús, capsule por atrevidos.
Quien no conociera los antecedentes de Antonio García le hubiera parecido sorprendente que por culpa de sus ideas literarias terminara paralítico y confinado en un manicomio días después de haber presentado su tesis para optar al Doctorado en Letras en la universidad. Viniendo de él, illness cualquier cosa podría esperarse.
La divulgación de su estudio generó enorme expectativa en la comunidad universitaria, y como cosa rara, también atrajo la atención de connotados escritores, intelectuales, blogueros, periodistas, tuiteros y una cantidad no especificada de colados.
Alrededor suyo se hizo una parafernalia publicitaria: Antonio García sacrificó, literalmente, su columna vertebral durante el proceso de investigación, al terminarla cayó en estado de coma durante tres décadas, despertó sin que los médicos se lo explicaran y ahora se dispone a presentar los resultados al público. Era un evento sin precedentes.
***
La patología literaria de Antonio García comenzó cuando estudiaba en un colegio jesuita a finales de los años sesentas.
Una vez que aprendió a leer sintió fascinación por el mundo de los libros y a ellos se entregó en cuerpo y alma. Nadie podía sacarle los ojos de las páginas ni para comer. Cuando los sacerdotes encargados de la disciplina escolar lo obligaban a alimentarse para combatirle la severa anemia que padecía, Antonio García solía responder: “No solo de pan vive el hombre”.
Sus compañeros lo tenían por bicho raro. Al principio lo invitaban a jugar fútbol o una partida de frontón, pero su respuesta siempre fue negativa. Los sacerdotes intentaban por todos los medios que realizara ejercicio físico, pero era en vano. Antonio García prefería tumbarse al suelo a leer las grandes fabulaciones.
El padre superior pensaba que era un alumno brillante, por esa razón les pedía al resto de sacerdotes de la orden que no lo molestaran que lo dejaran leer con tranquilidad. Fue muy mala idea. La decisión del padre superior salió cara. Antonio García comenzó a encapricharse y a contrariar a los maestros, especialmente, al profesor de literatura.
Durante una jornada le espetó que lo tenía hasta la coronilla con los autores españoles que estudiaban en el método de Alfonso Landarech. También estaba harto de los griegos, de los africanos, de los ingleses, de los franceses, de los rusos, de los norteamericanos, y sobre todo, detestaba las constantes referencias al nuevo boom latinoamericano… lo que él quería estudiar a profundidad eran los italianos.
-Los italianos no están incluidos en el programa -le dijo serenamente el maestro.
-¡A mí el programa me la suda! -respondió airado García.
El castigo a su impertinencia fue predecible. Desde el incidente hasta el día de su graduación le prohibieron leer toda clase de textos que no estuvieran apegados al programa académico, lo obligaron a comer sano y lo forzaron a jugar frontón con sus compañeros.
Para bajarle los síntomas de ansiedad, lo sometieron a los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, y de vez en cuando, lo llevaron al jardín para que el padre Carranza le hablara sobre el valor de la obediencia.
Como si no bastara todo eso, todas las noches le programaron largas sesiones de contemplación en la capilla para que adorara al Santísimo Sacramento.
Fue entonces que ocurrió el milagro. Mientras veneraba en la soledad la pureza del pan sin levadura, depositada en la custodia de oro, Antonio García comenzó a escuchar unos coros celestiales que le anunciaban la buena nueva:
Aleluya, Aleluya
El hijo de Borges se ha sentado en el trono de Dante.
Gloria a Dios en las alturas y Octavio Paz a los lectores de buena voluntad.
Aleluya, Aleluya.
***
Años después, Antonio García se inscribió, como era natural, en la carrera de Letras. Buscó un programa de una universidad pública. De las instituciones religiosas estaba podrido. Pronto se dio cuenta que su elección había sido errada. Huyendo de los jesuitas aterrizó en el nido de los ateos comunistas.
Estos solo entendían que las letras estaban en función de la huelga, de la lucha armada, de la arenga a las masas, del antiimperialismo, del porvenir del proletariado… El anonadado Antonio García solo quería estudiar a profundidad a los autores italianos y así los hizo saber a los catedráticos.
-¡A mí la revolución me la suda! -les gritó en un taller de lectura comprensiva.
Los compañeros de carrera lo marginaron, lo acusaron de blando, de pequeño burgués y de infiltrado. Estuvieron a punto de fusilarlo por enemigo del pueblo, pero entonces apareció en su defensa el eminente doctor Zanelly, a quien nadie se atrevía a llevarle la contraria por su destacada trayectoria.
Para el doctor Zanelly, Antonio García era el único estudiante de Letras que realmente sabía porqué se había inscrito en la carrera, el resto era eso, el resto.
Las críticas, las amenazas de muerte y las alabanzas no significaban nada para Antonio García, quien solo escuchaba el coro celestial dentro de su cabeza: El hijo de Borges se ha sentado en el trono de Dante.
Por esos días los batallones militares invadieron el campus universitario en busca de comunistas y células guerrilleras. Mientras hurgaban en los edificios de las facultades destruyeron todo a su paso. Sus objetos predilectos para quemar eran los libros.
Antonio García estuvo a punto de encararlos por su comportamiento de colonizador español o de nazi, pero otra vez el eminente doctor Zanelly lo persuadió para que no lo hiciera, no era prudente. Antonio García tuvo un arranque de indignación y le hizo saber espontáneamente su deseo de no asistir más a la universidad.
-Estudiar en estas condiciones es imposible -le dijo.
-Tiene razón, García -le respondió el doctor Zanelly, asustado por el operativo militar-. Vaya a su casa a estudiar, allí estará más a gusto.
Disparos disuasivos se oyeron en otro extremo de la universidad. Zanelly pensó que de esa no salían vivos, quiso salir corriendo, pero Antonio García ni siquiera se inmutó.
-Voy escribir mi tesis sobre -¡BUM! explotó una bomba a pocos metros de distancia, así que el doctor Zanelly no escuchó el tema propuesto por su alumno-. Me gustaría que usted la asesorara.
En el aire sonaban sirenas, disparos y gritos de multitudes.
-Con mucho gusto, García. Vaya a su casa y trabájela despacio -le dijo Zanelly para salir del apuro-. Me busca cuando la haya terminado-. Luego lo tomó del brazo y lo sacó casi a la fuerza del alma mater.
***
Antonio García se encerró en su habitación para trabajar sin descanso. Los días de adolescencia regresaron, nada ni nadie podía desprenderle los ojos de las páginas. No comió, no tomó agua, no durmió y nunca se levantó de su silla. Estaba poseído por el espíritu sublime de los libros.
Dedicó cuarenta días y cuarenta noches para investigar, tomar apuntes y corregir.
Poco a poco su cuerpo lo fue traicionando. Comenzó a sentir un profundo dolor en la espalda que lo hacía llorar involuntariamente. Pensó que debía detenerse, pero no lo hizo porque quería presentar su tesis al doctor Zanelly lo más pronto. Estaba convencido que el dolor era un espíritu de pereza que quería apartarlo de su encomienda.
Cuando se sintió satisfecho de la investigación y del análisis, se dio a la tarea de pasar en limpio el argumento de su tesis. Sin tomar un segundo de receso, inició la transcripción. Tecleó sin cesar las tipografías de la máquina de escribir. Las yemas de sus dedos se llenaron de ampollas, que luego se reventaron una y otra vez. Después vino el pus y la sangre que salpicaba las hojas blancas.
El dolor de su espalda era aún más tormentoso. Sentía que llevaba una pesada cruz a cuestas o que los centuriones romanos le pegaban furiosamente con sus látigos de cuero. La fatiga que habitaba en su cabeza le recordaba a una corona de filosas espinas incrustada en su frente.
Antonio García cayó al piso en tres oportunidades devorado por el dolor. “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz”, decía entre dientes, pero ninguna voz desde el cielo le contestó. Recordó que el dolor era un espíritu de pereza que lo quería apartar de su destino.
En su espalda aparecieron numerosas erupciones, como sebos de carne que le impedían respirar con facilidad. No se intimidó y siguió escribiendo su tesis día tras día, noche tras noche.
Una calurosa tarde de marzo de 1980 tecleó el punto final de su investigación. Antonio García suspiró profundamente, la sensación de la pesada cruz se había marchado por completo. Miró el tiradero sobre su escritorio y sonrió al comprobar que había finalizado con éxito siete tomos de investigación.
Miró el reloj de la pared. Eran las seis de la tarde. Pensó que todavía era una hora prudente para salir a buscar al doctor Zanelly y discutir el contenido de la tesis.
Cuando Antonio García se levantó de su silla tras un semestre de trabajo sin descanso y dio los primeros pasos rumbo a la puerta, sintió que le faltaba el aire, sus piernas flácidas y un profundo mareo. Un horroroso estruendo invadió su habitación. Apenas y sintió una leve pinchadura, pero su columna vertebral se había partido en dos.
Antonio García cayó inconsciente en el piso poseído por un profundo sueño negro.
***
Talan, talan, talan, talan… repicaba en su subconsciente. Talan, talan, talan, talan… seguía escuchando en su cabeza. El talan, talan, talan, talan era tan fuerte que lo fue sacando de la espesa penumbra. Talan, Talan, talan…
-¿Por quién doblan las campanas? -preguntó finalmente Antonio García al despertarse luego de tres décadas de permanecer en coma.
Abrió los ojos. Se descubrió postrado en una cama que no era la suya. Tenía barba y el cabello largo. Quiso levantarse, pero no sintió sus piernas. Vio que unas enfermeras miraban atentamente la televisión, desde donde provenía el sonido talan, talan, talan, talan.
-Señorita -repitió Antonio García con voz fuerte-, podría decirme, por favor ¿Por quién doblan las campanas?
-¡Beatriz, el hombre despertó, despertó! -expresó Florencia al borde de las lágrimas.
-¡Dios Santo! hay que llamar al doctor de inmediato.
Antonio García no se dio por aludido y repitió la pregunta.
-¿Por qué todo este alboroto?, ¿Por quién doblan las campanas?
Las dos mujeres lo miraban fascinadas, como incrédulas.
-Por Francisco -respondió Florencia-. Habemus Papam.
-Y es argentino -concluyó con orgullo Beatriz.
Una cortina de un inmaculado color blanco inundó la vista de Antonio García, recordó el pan sin levadura y la brillante custodia de oro del Santísimo Sacramento. Los coros celestiales volvieron a sonar claros en su cabeza como en la primera noche:
Aleluya, Aleluya
El hijo de Borges se ha sentado en el trono de Dante.
Gloria a Dios en las alturas y Octavio Paz a los lectores de buena voluntad.
Aleluya, Aleluya.
***
Los doctores le informaron que había pasado los últimos treinta y tres años de su vida en estado de coma. Era marzo de 2013. Mucha, muchísima agua había pasado bajo el puente. Ahora estaban en la era digital. El muro de Berlín había caído, el neoliberalismo y las privatizaciones ganaron terreno, murió Lady Di en una carretera de París, los Rolling Stones seguían tocando juntos, el mundo entró en pánico con el Y2K, los terroristas derribaron las Torres Gemelas, un afroamericano era presidente de los Estados Unidos, en la mayoría de países de Latinoamérica gobernaban las izquierdas, ocho copas mundiales habían transcurrido sin que ningún equipo superara la goleada histórica de Hungría sobre El Salvador de 10 goles contra 1…
Antonio García escuchó educadamente lo que le comentaban, pero cuando los médicos iban a darle los detalles sobre su padecimiento, los interrumpió iracundo.
-Necesito presentar mi tesis lo más pronto. Debo contactar al doctor Zanelly.
-Señor García, le recomiendo que en su estado lo mejor sea descansar.
Continuará…