Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Uno de los mayores obstáculos que ha padecido el ser humano, hospital desde que se alzó, find después de una larga cadena evolutiva, es la tiranía mental. Si bien es cierto, que la mente nos ha guiado por los caminos más encumbrados de la ciencia, la cultura y el arte. También es, totalmente evidente, que en múltiples ocasiones, nos ha sumergido en grandes desdichas y pesares.
En la actualidad, al hombre, le es sumamente difícil, dejar de pensar por un momento. De forma constante, el parloteo mental incontrolable, le roba gran cantidad de energía psíquica, hasta dejarlo exhausto y, muchísimas veces, en el mismo y estéril lugar, donde comenzó.
Desde luego, no se trata de renunciar al acto mental creativo; pero sí, a aprender a domeñar, un plano que puede convertirse en una auténtica dictadura, peor que aquellas paridas por la historia, en distintas épocas y sociedades.
No escasa razón, asistió al filósofo y médico inglés, John Locke (1632-1704), cuando declaró: “Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias”.
Por supuesto, ésta es una afirmación, nacida de su pensamiento liberal, y digna de harta discusión. Sin embargo, más allá de los radicales pregones sobre el determinismo del contexto histórico, y de la opresión que pueden desatar algunos modelos económicos y políticos, lo cierto es que, en muy buena medida, somos bastante responsables, a nivel individual, de ser felices o infelices, independientemente de que el sol brille, o que, siniestras nubes grises nos rodeen.
Por su parte, el sabio de Ojai, Krishnamurti (1895-1986), nos ilustra, en un apartado de su profundo opúsculo titulado “A los pies del Maestro”: “La mente tranquila implica también el valor que da ánimo para afrontar sin temor las pruebas y dificultades del Sendero: significa, además, la firmeza que permite soportar fácilmente las molestias de la vida cotidiana y evitar la angustia incesante por cosas sin importancia, que absorbe la mayor parte del tiempo de mucha gente”.
Nuestra cultura nacional, tan enfrascada –mórbidamente- en los quehaceres y pareceres del otro, tan aficionada a la murmuración, y a los prejuicios; tan poco tolerante; nutre, por desgracia, su mente, de una cantidad de inmundicias. De lo cual resulta, entonces, completamente lógico, que nos hayamos convertido en verdaderos pozos de negatividad. Negatividad que expelemos en todos los ámbitos, llámese familia, trabajo, escuela, comunidad o templo religioso.
Una mente abierta hacia todo lo positivo de la vida. Amante del necesario silencio. Dispuesta a desconectarse del hastío de lo consuetudinario.
Una mente que se retira, que se aquieta por unos instantes, es y será siempre, una mente libre. Ya lo afirmaba la gran escritora británica Virginia Woolf (1882-1941): “No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”.
Mentes calmas, juiciosas, serenas son, definitivamente, las que edifican el alma de los hombres, y de los pueblos.