José M. Tojeira
El individualismo, como absolutización del individuo, de sus ventajas, de su carrera hacia el bienestar, de su consumo y de su seguridad, trae siempre consigo males sociales. Pero en nuestros países pobres y con graves problemas sociales, genera una verdadera tragedia. La teoría de que el más rico, cuanto más rico más rebalsa hacia los pobres, es ciertamente una de las creaciones ideológicas del individualismo de los poderosos. Pero no pasa de ser una frase propagandística y encubridora al mismo tiempo. Una afirmación netamente falsa. Entre 2004 y 2013 los más ricos de El Salvador enviaron en torno a 17.000 millones de dólares hacia los bancos de los paraísos fiscales. Esos mismos personajes no han dado a los pobres de nuestro país en esos diez años una cantidad igual. Si hay rebalse, como dicen, es mas hacia fuera que hacia adentro. Eso no quita que entre los ricos haya personas con auténtica responsabilidad social y contribuyan al desarrollo salvadoreño. Pero viendo números, se puede pensar que son más la excepción que la regla.
Pero no sólo una mayoría de nuestros ricos están imbuidos de un atroz individualismo. También las clases medias, desde esa forma de individualismo que es el consumismo, sufren esa ansiedad personal y grupal que al final no hace sino voltearse contra la misma clase media. Personas educadas, que incluso han luchado por causas nobles, no tienen problema en pelear por escalafones que tienen no sólo aumentos salariales inviables en el largo plazo, sino que acaban dañando estructuras sociales básicas como lo puede ser la salud. Guardar el equilibrio entre lo que se solicita individualmente y lo que se necesita para dar una cobertura universal y de calidad en derechos básicos es necesario. De lo contrario, seguiremos construyendo una sociedad profundamente desigual, en la que los intereses individuales, convertidos en ocasiones en intereses gremiales o de grupo, se convierten en fuerzas sociales, a veces muy agresivas y de alto impacto, que acaban dañando el buen funcionamiento del conjunto social. Y no sólo dañando el conjunto social sino enturbiando el pensamiento desde los ataques, diatribas y reclamos que se multiplican por doquier. Un caso de este enturbamiento lo podemos ver en el caso de las pensiones. Cuando el problema principal de El Salvador en el tema pensiones es que solamente tienen pensión el 20% de las personas que por edad son pensionables, el debate de las pensiones se centra en los intereses de ese reducido grupo en vez de en las necesidades de la grandes mayorías del país.
Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, únicamente el 20% del país vive dentro de una economía y bienestar estable. El resto vive o en el sector que el PNUD llama vulnerable, con un pie dentro del desarrollo humano y otro pie dentro de la posibilidad de volver a la pobreza, más o menos un 48%, o el el sector de la pobreza, en torno al 32%. Dos sectores en flujo y reflujo dinámico, pero muy mayoritariamente al margen de las redes de protección social del país y con dificultades que van desde las extremas a las producidas por esta sociedad consumista que humilla al que no puede comprar y ensalza al que tiene cosas. El afán de seguridad se convierte en objetivo básico, cuando la inseguridad cubre a un tan grande margen de la población. Unos acudirán a la corrupción para asegurarse su futuro, y más al ser consciente que la política y sus liderazgos tradicionalmente han sido en el país un camino de enriquecimiento personal. El liderazgo tanto de ricos como de dirigentes no es el sector más ejemplar para las grandes mayorías del país. La energía juvenil, que quiere soluciones rápidas a los problemas, empujará a unos hacia la delincuencia como camino de asegurarse un futuro, mientras a otros los llevará a la migración, perdiendo el país personas con habilidades y capacidades que nos podrían beneficiar a todos. Al final, los climas de violencia e inseguridad acaban dañando a todos, dificultando la posibilidad de hacer negocios, de invertir en producción, y obligando a trasladar al consumidor los costos que pueda generar la delincuencia.
Leyendo los periódicos, escuchando radio o viendo televisión, se puede pensar que el individualismo ha vencido al pensamiento personalista, que defiende tanto los derechos sociales como los individuales. El simple caminar por algunas calles, plagadas de anuncios que en la noche enceguecen y ponen en peligro al tráfico vehicular, muestra ese dominio del mercado al que no le importan reglas ni consideraciones sociales. Sin embargo la situación es diferente. Detrás de este individualismo hay también una corriente de reflexión que lleva a la hermandad. Hay jóvenes que se preparan para una política que universalice derechos. Se observa un nuevo interés por la ética y los valores al mismo tiempo que abunda el cansancio frente a un tipo de sociedad donde el vacío y la estupidez se valoran más que el pensamiento sólido que mira con interés tanto al yo personal como al mundo y la sociedad que le rodea. Falta aún entender plenamente que el individualismo y el ansia individual de seguridad no logran nunca la seguridad colectiva. Queda por entender que no sólo la exclusión, sino incluso la vulnerabilidad en elementos básicos de la vida generan siempre situaciones conflictivas que pueden afectar a todos. El agua, la salud, la educación, el trabajo con salario digno, la vivienda, el transporte público decente, la seguridad ciudadana son temas básicos que hay que trabajar colectivamente. Las ventajas individuales no pueden convertirse en el objetivo único en una sociedad que tiene graves deudas sociales con su ciudadanía. Priorizar el individualismo significa en El Salvador optar deliberadamente por mantener una sociedad en permanente conflicto.