Luis Armando González
A la memoria de John Nasser
La situación del pueblo palestino es verdaderamente trágica. A su pobreza y abandono seculares, viagra se añaden acosos, store amedrentamiento y una violencia permanentes por parte de Israel. Cualquiera poco informado puede pensar que –en los casos de Israel y Palestina— se trata de dos naciones en igualdad de condiciones socioeconómicas, cialis sale políticas y militares, pero no es así.
Las disparidades, a favor de Israel, son abismales. Uno de los mayores problemas de Palestina ha sido el ser reconocido como Estado, lo cual lo ha llevado a una lucha incansable no sólo por lograr ese reconocimiento, sino para defenderse de las agresiones constantes de Israel, que precisamente –por no considerar como un Estado a Palestina— se ha abrogado el derecho a ocupar sus territorios y a encerrar a la población palestina en lo que sin reparos se puede llamar campos de concentración.
Por lo menos desde los años sesenta del siglo XX, los palestinos han bregado por su independencia y, en consecuencia, con tener un territorio que les sea propio y en el cual desarrollar su vida. Cerró el siglo XX sin que ello fuera posible. Y tampoco lo ha sido después que en 2012 la ONU reconociera a Palestina como un Estado. Israel –sus autoridades políticas y militares— se niega a aceptar ese reconocimiento, junto con las implicaciones que el mismo tendría, como lo son el abandono de los territorios ocupados y el cese del cerco militar permanente contra los palestinos.
En gran medida la identidad del pueblo palestino se ha definido por ese acoso y ese cerco militar permanente. Se trata de un pueblo con una profunda conciencia de su libertad y de sus derechos, pero que vive atrapado en un espacio controlado por otros. Los palestinos tienen conciencia de una libertad que no pueden ejercer, y eso explica en parte su más genuino espíritu de lucha y resistencia.
Sus precarias condiciones económicas, su abandono, el deterioro de su vida… esas y otras situaciones de atraso tienen su raíz en el cerco y acoso militar permanentes por parte de Israel, siendo los ataques militares actuales una pieza más en la cadena de acciones destructivas impulsadas por esta nación contra Palestina.
No hay comparación socioeconómica entre Israel y Palestina. Y tampoco la hay en el plano militar. Dejando de lado la tesis peregrina –e irracional— de que Israel es la nación elegida de Dios, lo cierto es que –tras el Holocausto— los judíos lo tuvieron todo a nivel internacional para desarrollarse y prosperar. Eso fue de justicia y nadie, en su sano juicio, puede dudar que se tenía una deuda que saldar con ellos. Quizás los alemanes –principales responsables del Holocausto—nunca salden esa deuda.
Con los palestinos todo ha sido cuesta arriba. Ni la comunidad internacional les ha dado lo necesario para desarrollarse, comenzando con asegurarles un territorio propio, y además tienen a su lado a un vecino hostil, que se considera elegido por Dios para dominar no sólo el territorio que le fue otorgado después de la segunda guerra mundial, sino los territorios aledaños. Como si los palestinos hubiesen sido los responsables del Holocausto, el odio de Israel –de sus sectores más oscuros y conservadores— se ha desatado con furia sobre ese pueblo, que además de vivir en condiciones precarias y de abandono, ve ahogada su libertad.
Ese odio se ve reflejado en los ataques arteros –verdaderos ataques terroristas—en contra de la población civil palestina, tal como lo atestiguan importantes agencias de prensa y organismos humanitarios internacionales. Es como si los judíos hubiesen olvidado su pasado de pueblo perseguido y doblegado por el terror, y aplicaran a los palestinos la misma lógica destructiva de que fueron objeto en el pasado. Pues eso es precisamente lo que están haciendo con sus bombardeos indiscriminados sobre poblaciones indefensas. Definir a esos civiles –niños, niñas, mujeres y ancianos— como objetivo militar es inhumano. Es aberrante asimilarlos a un ejército.
Lo que está en discusión no son los enfrentamientos militares entre fuerzas preparadas para ello. Si estas fuerzas se hacen daño o dan lugar a bajas mortales, esa es la terrible lógica de la guerra. Lo que está en discusión y lo que toca –o debería tocar las fibras de lo humano— es que la mejor capacidad militar de un contendiente –tal como sucede en la franja de Gaza y sucedió en El Salvador en los años ochenta— se utilice en contra de quienes ni son combatientes ni tienen la capacidad de defenderse (como es el caso de niños, niñas, mujeres y ancianos).
Que Israel proceda de esa forma es indignante y debería dar lugar a las mayores sanciones, que lleven efectivamente a detener esa masacre. Es absolutamente inhumano e irracional justificar esos asesinatos alegando la “legítima defensa” de Israel, su condición de “víctima” o de “pueblo perseguido”. Los tres tópicos legitimadores son aberrantes y faltos de sentido, pues colocan a Israel en una condición de inferioridad que no tiene, y dan a Palestina una superioridad que sólo existe en las mentes de personas imprudentes e ignorantes.
Entre estas dos naciones sucede más bien lo contrario. Como ya se dijo, entre ellas no hay paridad ni socioeconómica ni paridad militar. Todas las ventajas están a favor de Israel. El daño material y humano causado por el ejército de Israel en la franja de Gaza es la mejor expresión de ello. No hay un daño semejante causado por los palestinos en Israel, de tal suerte que la tesis de una guerra entre dos naciones en igualdad de condiciones se cae, lo mismo que se cae la tesis que victimiza a Israel.
Por último, hay quienes asumen una presunta neutralidad bajo lemas como los siguientes: “las guerras son malas vengan de donde vengan” o “un muerto vale lo mismo que mil”, etc. Esos juicios son propios de ignorantes que, además, sin darse cuenta (o dándose cuenta) se ponen de lado de los ganadores o de los que tienen mayores ventajas. En el caso que nos ocupa, la condena general a las guerras evita asumir una defensa urgente del pueblo Palestino. Y esas personas ignorantes y prejuiciadas deberían saber que en un conflicto bélico no sólo importa la cantidad de muertos sino la calidad.
Ningún soldado israelí que muere en combate tiene el mismo peso ético y político que niños, niñas y ancianos descuartizados por bombas lanzadas inmisericordemente sobre sus viviendas. Y, aunque todas las vidas humanas son valiosas en igual medida, una cosa es que mueran una, dos o tres personas y otra que mueran cien o mil. Aquí también Israel lleva una ventaja abismal sobre Palestina. Habrá quienes celebren esa capacidad de generar muerte como una señal de Dios, pero para efectos prácticos esa capacidad es un bochorno para la humanidad. Y si hay un Dios que celebre eso, lo mejor es renunciar a él por macabro e inhumano.
San Salvador, 6 de agosto de 2014