Sociología y otros Demonios (1,111)
René Martínez Pineda
Estuve tentado a titular el artículo así: “la universidad sin humanos: un ensayo de la sociedad sin personas ni ciencias sociales”, para sacar a la luz las patéticas, aviesas e inconfesas razones ocultas tras la lapidaria negativa, en la universidad pública, de volver a la educación presencial -pudiendo y debiendo hacerlo desde el inicio del año- con lo que se privilegia y promueve lo virtual para consolidarlo como la nueva forma de expropiación de la realidad y de la identidad sociocultural que borra olvidos; “eso” virtual que, imaginado cual espacio sin tiempo, tiene como mazmorra inquisidora -sin puertas ni ventanas- la pantalla del celular o de la computadora, lo que es una exquisita táctica de aislamiento y control social urdida por el capital digital que, junto a académicos reaccionarios u oportunistas, se hinchó y envalentonó durante la pandemia, hasta el punto de amenazar con dejar al planeta sin personas en las calles, y ese ha sido el sueño húmedo de la clase dominante: un capitalismo sin trabajadores; un país privado sin gente del pueblo deambulando por las calles, a menos que ande comprando; un territorio sin cuerpos ni vaho del pueblo para apropiarse lo que falta por tomar: la cotidianidad como tiempo-espacio de convivencia ritual compartida y disputada; convivencia tangible, multicultural y multi-relacional que es la que le dio origen al saber científico y le da contenido humano al concepto “humanidad”.
Sin embargo, opté por un título reflexivo e incompasivo que hace referencia a la infamia que se comete en el laberinto virtual de la soledad. De entrada afirmo que por idoneidad epistémica, pertinencia histórica, vergüenza pública y compromiso social -heredado con testamento y cruento sacramento- los estudiosos de las ciencias sociales deberían ser los primeros y principales protagonistas en la lucha por la educación presencial, en tanto saben que ésta va mucho más allá de las clases (que son un evento puntual) y porque saben, también, que lo presencial implica y es implicado por el proceso de socialización y enculturación que es fundamental para que las clases sólo sean las herramientas o accesorios de la educación en su talidad, en tanto que las personas dominan y le indican el camino a la tecnología, y no al revés, como se nos quiere hacer creer, de la misma forma en que se nos quería hacer creer que “la globalización es un tren sin maquinista al que te subís en su último vagón o te quedás varado para siempre en la estación de la pobreza”.
La sociología de la educación, junto a la sociología de la cotidianidad, reconoce que la educación presencial es parte orgánica y termodinámica (por el inevitable roce de los cuerpos-sentimientos) del proceso de construcción y deconstrucción del pensamiento crítico; de la formación de la conciencia social de carne y hueso; del reforzamiento de la cultura política democrática que nos convierte en ciudadanos y en profesionales; y (a través de las relaciones sociales piel a piel) de la modificación del comportamiento individual y colectivo que transforma su realidad y es transformado por ella y en ella. Esa lucha –que debería ser tan valiente como de oficio- no ha sido impulsada, por oscuras razones, por la Escuela de Ciencias Sociales como grupo colegiado con dirección notable, y más bien se ha buscado, desde el cargo burocrático, justificar las clases virtuales y, con ello, se legitima el despojo que dichas clases significan: la expropiación de la casa (para convertirla en aula, amordazar la familia y confiscar su intimidad); el robo de la territorialidad del debate fulminante (para convertirlo en un pueril intercambio de temas y emoticones); la excomulgación de la conciencia social (para convertirla en un dispositivo impersonal sin ideología de clase ni vísceras); la confiscación de la solidaridad orgánica, para convertirla en un ir y venir de “me gusta” y selfies narcisistas.
Todos esos escenarios en regresión son los objetos-sujetos de estudio elementales de la sociología. En síntesis, lo virtual –como factor de la plusvalía absoluta, relativa y extraordinaria- es el proceso de expropiación de la realidad concreta que se nos dice que es “muy peligrosa” y que no hay que estar en ella (podemos contagiarnos; podemos morir atropellados; pueden matarnos en un asalto; o, peor aún, podemos despertar del letargo al que nos inducen los humanistas deshumanizados); esa realidad concreta en la que se renuevan, maquillan o entierran las ciencias, en tanto que el punto de partida es, al final, el punto de llegada; esa realidad que es el espacio idóneo de la transformación social con conocimiento de causa, debido a que sólo se puede transformar la realidad desde ella misma y su profundidad pletórica de cuerpos-sentimientos, no desde una pantalla en la que la vida es plana, insípida e inodora. Por tal razón, afirmo que estamos frente a una traición educativa a los estudiantes, porque la premeditación, alevosía y ventaja es evidente y el dolo recurrente, tan evidente que hasta se pueden oír los bramidos sordos de los victimarios saliendo del Noveno Círculo del infierno de Dante.
He de acotar que no se trata de un simple dilema o de un dilema simple, pues no existe en verdad una pugna entre opciones similares o lejanamente parecidas; y no se trata -hemos concluido con el Dr. Raúl Azcúnaga en el marco de proyectos geniales- de educación presencial versus educación virtual (como lo quieren hacer ver los endinos tinterillos y magras Celestinas del capitalismo digital), sino de una dicotomía que es tan siniestra como lesiva: educación presencial versus clases virtuales; no se trata de escoger entre lo presencial o lo virtual a partir de plantear desventajas o ventajas (cuya definición es arbitraria, maliciosa o deformada, y, en el peor caso, las tres cosas), debido a que lo virtual no es nada más que un complemento didáctico terciario (que es muy útil como accesorio o apoyo, pero después de la clase presencial y del trabajo de campo en el campo que representa lo presencial fuera del aula) al que se puede recurrir únicamente cuando no hay otra alternativa. En esa lógica, lo presencial enfrentado a lo virtual es una metáfora de la guerra entre los cuerpos-sentimientos que se rebelan-revelan (porque tienen posesión de la realidad y, desde ella, quieren construir un nuevo país) y la des-personificación y “artificialización” neoliberal que lleva a la apatía colectiva, a la no-identidad y al conformismo del claustro, o sea la epistemología de las presencias y las ausencias vaticinada en el Mundo Feliz, de Housley; fantaseada, por Kafka, en la Metamorfosis; y dramatizada, por Saramago, en el Ensayo sobre la Ceguera.