René Martínez Pineda
Desde que se decretó la suspensión de clases presenciales a raíz de la pandemia (hecha a imagen y semejanza de las necesidades del capital digital que busca otros espacios de revalorización ampliada con la expropiación de las calles, las casas, la educación y la socialización), la comunidad educativa tuvo que adaptarse para darle continuidad a las clases (no a la educación) haciendo uso de lo virtual como medida temporal. Ello implicó –aparte de premiar la desigualdad social y ampliar la distancia entre desiguales- una serie de apuros que fueron desde las condiciones básicas que debe tener un hogar para un amigable ambiente de recepción de “temas” (expropiación de la intimidad familiar aceptable sólo en los meses severos de cuarentena), pasando por las dificultades de conectividad de muchas familias, la falta de herramientas pedagógicas para monitorear un proceso de aprendizaje que se redujo a “bajar” temas y en el que todos hacen algo sin hacer nada.
Si bien el gobierno ha hecho esfuerzos históricos para hacerse cargo de algunas de esas dificultades (entrega masiva de computadoras) y apoyar a las familias “para pasar la tormenta” de la cuarentena, es necesario ponderar (sobre todo las ciencias sociales y humanidades) las secuelas negativas estructurales que ello trajo (lo virtual implica un retroceso educativo de al menos cinco años, según la UNESCO) y va a traer en el avance de las ciencias sociales y en el desarrollo social del joven si persiste lo virtual sobre lo presencial, no obstante las condiciones sanitarias permiten pasar a lo exclusivamente presencial, tal como hacen las universidades más prestigiosas del mundo, lo cual pone en evidencia la reiterada negativa de programar clases presenciales en la UES (usando la coartada democratista de hacer arbitrarias consultas con los sectores para saber “qué prefieren”, como si la educación fuera cuestión de gustos, de conveniencia personal o de buscar lo más fácil), negativa que es un Crimen de Lesa Educación que convierte a los estudiantes en la Generación Olvidada, crimen que unos justifican enumerando como “desventajas” de lo presencial (número escaso de aulas y el ruido, por ejemplo) los que sólo son retos de planificación fáciles de resolver, o como si los estudiantes tuvieran en sus casas mejores condiciones de estudio por contar con espacios propios aislados de la familia.
Y es que la educación presencial es “educación” porque combina el intercambio de saberes con el debate abierto y el convivio real tan elemental en ciencias sociales, en tanto tienen como sujetos de estudio privilegiados los sectores pobres, sectores que se pueden ver en una pantalla, pero no se pueden comprender ni transformar desde ella, y el aspecto fundacional de las ciencias sociales es transformar el mundo, no sólo explicarlo. Los resultados de múltiples estudios sobre educación revelan que las clases virtuales están lejos de ser un sustituto universal de lo presencial, y están aún más lejos de ser la alternativa de socialización de los jóvenes en esa etapa formativa de sus vidas que requiere que se pongan en contacto con ambientes más amplios y diversos que sus propios hogares. Y es que lo que le da carácter integral a la educación presencial es la relación dialéctica entre teoría y práctica (la práctica real con personas reales, no su simulación), y dicha práctica sólo es posible en la realidad concreta y con profesionales formados en el debate presencial que Boaventura define como el enfrentamiento multicultural.
Por otro lado, existe consenso en la literatura que lo virtual afecta la frecuencia y calidad de la interacción docente-estudiante, sobre todo en estudiantes de menos recursos. El desempeño académico frente a emergencias sociosanitarias implica, además, efectos negativos en el corto y largo plazo, lo que se traduce en menor aprendizaje significativo, mayor probabilidad de reprobación o abandono y menos posibilidades de acceder a posgrados. El espacio educativo de la presencia afecta positivamente el desarrollo de las habilidades socioemocionales y cognitivas (conciencia social, pensamiento crítico) reduciendo la brecha educativa y formando la solidaridad orgánica porque accede a lo real, por lo que ante un periodo prolongado donde el proceso de enseñanza es menos intenso y constante que el normal, dichas brechas aumentan. Se debe tener presente que la función de la universidad es inalienable, ante todo si se trata de estudiantes de ciencias sociales cuyo proceso educativo no se centra exclusivamente en transmitir temas, sino que incorpora la misión de transformar la realidad a partir de transformar el comportamiento y reconstruir la memoria, y eso no se puede enseñar de forma remota.
En el ámbito sociológico, la universidad es el espacio socializador por excelencia, en tanto permite la interacción real. Es en ese diálogo que los estudiantes adquieren elementos para formar su mundo sociocultural (Durkheim). Pero, frente al “cierre” de la universidad sin justificación válida, la posibilidad de interacción es prácticamente nula y las clases remotas son una falacia. En lo que respecta a la dimensión psicoemocional, la OMS señala que gran parte de la población tendrá episodios de ansiedad como consecuencia de la suspensión de las actividades educativas presenciales. Por ello, la UNAM define el regreso a lo presencial como una “experiencia positiva y entusiasta” y dicha universidad es sin duda un referente a emular.
A lo anterior se deben incluir los efectos nocivos que conlleva la exposición prolongada a una pantalla que nos recluye en un mundo sólo virtual para que no se transforme el mundo real. Por otro lado, las familias de los estudiantes no tienen la preparación, tecnología y medios necesarios para facilitar el aprendizaje, por lo que son más desiguales que la propia universidad que es un espacio de seguridad donde los estudiantes pueden poner “entre paréntesis” sus problemas personales, familiares y barriales.
En síntesis, si bien las clases virtuales son herramientas que complementan el proceso de enseñanza, se debe tener claro que no reemplazan a la educación presencial porque no son equitativas ni son lo mismo, lo que significa un aumento de las brechas de aprendizaje con los estudiantes de las universidades privadas que sí han retornado a lo presencial. En definitiva, la educación presencial no sólo tiene un fin respecto a proporcionar una enseñanza integral para el logro de los aprendizajes, sino que también permite el desarrollo socioemocional tan elemental en ciencias sociales.
En función de defender el derecho a la educación integral, es correcto que se programen clases presenciales para no afectar el aprendizaje y el desarrollo de habilidades sociales. Ciertamente, las supuestas desventajas que plantean quienes comenten el Crimen de Lesa Educación no son más que contextos y limitaciones fáciles de superar si se comprende en qué consiste la educación. Educar es construir debates con los ladrillos de las diferencias y el cemento de la confianza, no es un acto burocrático de “control” de los estudiantes (plantean que el control es una ventaja de lo presencial) y es hacer uso de la tecnología disponible, no que ésta nos use a nosotros (plantean que una ventaja de lo virtual es que se puede usar internet durante la clase -lo que no es una ventaja estratégica- como si los estudiantes no pudieran hacerlo desde su celular durante las clases presenciales en el remoto caso de que sea absolutamente necesario.
Educación presencial integral versus clases virtuales que desintegran a los individuos; relaciones sociales versus encerramiento solitario para no transformar la realidad en colectivo; apropiación de la territorialidad con las presencias versus expropiación de la realidad como espacio público aprovechando las ausencias, a eso se reduce esta situación educativa que no dejaré de denunciar.