Luis Armando González
Al revisar la obra de Karl Popper no se sostienen las apreciaciones que hacen de él un neoliberal o un hayekiano, sovaldi y por supuesto tampoco un marxista. Sí tiene más sentido su adscripción a una especie de liberal socialismo, diagnosis con mayor énfasis en la filiación liberal que en la socialista. Es una conjugación difícil la que realiza Popper, pero es su apuesta por los individuos humanos la que prevalece frente a la realidad del Estado. “Esto supone –dice— que nuestro interés por la política o la sociedad se basa por entero en nuestro interés por los individuos humanos, nuestra preocupación por ayudarlos y nuestra responsabilidad con ellos” 1. En la relación existente entre individuos y Estado, en la que la balanza se suele inclinar del lado del segundo, Popper elige poner en primer lugar a los individuos: “a todas luces se trata de un individualismo, esto es, un individualismo altruista, sin duda, que conduce a la exigencia de que el Estado exista en aras de los individuos y no –como exigía Platón al igual que los fascistas— el individuo en aras del Estado”2.
No se trata de un Estado al servicio exclusivo de un individuo poseedor, sino de individuo altruista, es decir, de un individuo no sólo racional sino moralmente responsable. “Este fue en realidad el credo de muchos hombres desde los tiempos de Sócrates. Y es también, creo, la actitud cristiana, y citaré un pasaje que ilustra este individualismo del cristiano extraído de la disertación que pronunció el reverendo Merlin Davies: ‘Los cristianos –escribe el reverendo Davies— entraron en política con la convicción de que el ser humano, creado por Dios y redimido por Cristo, tiene un valor superior’”3. Es ese valor superior del ser humano –que Popper valora como uno de los legados más imperecederos del cristianismo— lo que inspira su liberalismo y su opción por los individuos frente al Estado.
En ese sentido, si la prioridad la tienen los individuos, lo importante no es preguntarse por la naturaleza del Estado, su origen o su destino, sino cuáles son sus funciones y sus obligaciones. Es decir, se trata de hacer un juicio moral en torno al Estado y no una reflexión ontológica sobre el mismo. “En lugar de preguntar, ¿qué es el Estado?, ¿cuál es su verdadera naturaleza?, ¿cuál es su significado real?, o en lugar de preguntar ¿cómo se originó el Estado y cuál es su destino?, deberíamos, creo, preguntar: ¿por qué preferimos vivir en un Estado bien ordenado a vivir sin Estado, es decir, en un estado de anarquía? Este modo de plantear nuestra pregunta nos ayudará a descubrir no la verdadera naturaleza del Estado, sino nuestros deseos, nuestras exigencias morales acerca del Estado”4.
Como se verá más adelante, en la visión de Popper, la única moral que existe es la de los individuos; y son estos, por tanto, los que valoran moralmente al Estado, a partir de si cumple o no con las exigencias que tiene frente a ellos. A la manera de Kant, la pregunta que el individuo se hace es la siguiente: ¿qué puedo esperar del Estado? ¿Cuál la exigencia más importante que le planteo? Y responde Popper:
“Si formulamos nuestra pregunta de esa manera, la respuesta del cristiano y también del humanitarista o del humanista será que aquello que exijo del Estado es protección, no sólo para mí, sino también para los demás. Exijo protección para mi propia libertad y para la libertad de los demás. No quiero vivir a merced de alguien los puños más fuertes o las armas más poderosas. En otras palabras quiero vivir protegido de la agresión de otros hombres. Quiero que se reconozca la diferencia entre agresión y defensa, y que la defensa se sustente en el poder organizado del Estado. Por mi parte estoy perfectamente dispuesto a aceptar que el Estado recorte en algo mi libertad de acción si eso permite obtener a cambio protección para aquella parte de libertad que aún me resta… Pero exijo que no se pierda de vista el propósito fundamental del Estado, me refiero a la protección de esa libertad que no perjudica a los demás ciudadanos. Por lo tanto exijo que el Estado limite la libertad de los ciudadanos de la forma más equitativa posible y no más allá de lo necesario”5.
Ya lo dijimos: en Popper el énfasis liberal es sumamente fuerte, por encima de los aspectos socialistas que él considera válidos. De ahí el peso decisivo que otorga a la libertad en su consideración de las principales obligaciones del Estado. Pero no se trata de una libertad no sujeta a ninguna restricción por parte del Estado ni tampoco de una libertad no sujeta a ninguna responsabilidad moral y política. El humanismo de Popper y la visión del ser humano que la sostiene permiten comprender mejor su idea de libertad, así como de los límites de la misma. Y también su noción del “Estado proteccionista. El texto siguiente es esclarecedor:
“A la concepción del Estado que hemos esbozado aquí se le puede dar el nombre de ‘proteccionismo’. El término ‘proteccionismo’ se ha utilizado a menudo para describir las tendencias que son contrarias a la libertad. Así, el economista entiende por proteccionismo la política de protección de determinados intereses industriales frente a la competencia; y el moralista, la exigencia de que los funcionarios del Estado establezcan una tutela moral sobre la población. Si bien la teoría política que llamo proteccionismo no está relacionada con ninguna de esas tendencias, y aunque en lo fundamental es una teoría liberal, creo que el nombre puede utilizarse para indicar que, pese a ser liberal, nada tiene que ver con la política del laissez faire. Liberalismo e intervención del Estado no son cosas opuestas. Al contrario, cualquier tipo de libertad es a todas luces imposible a menos que el Estado la garantice”6.
De nuevo, la difícil combinación liberal socialista que Popper intentó en repetidas ocasiones en sus escritos. Lo mismo que intentó una síntesis7 que recogiera lo mejor de ambas tradiciones en vista a resolver problemas concretos de las personas, tanto en orden a asegurar la libertad (liberalismo) como en orden a reducir las desigualdades socio-económicas y la explotación (socialismo): “pero podríamos incluso afirmar que la exigencia concreta socialista de que el Estado intervenga para evitar la explotación se puede derivar como una consecuencia del propio credo del liberal. Para el liberal, la protección del ciudadano contra la intimidación y la extorsión es una de las primeras funciones del Estado. Una vez que se acepta la argumentación socialista según la cual el económicamente más fuerte puede amedrentar y extorsionar a otro económicamente más débil, al igual que si usara la intimidación física, el liberal está obligado a admitir que la prevención de semejantes cosas es una función legítima del Estado”8.
En el intento de síntesis buscado por Popper lo prioritario es la libertad, pero su salvaguarda no obedece a ningún esquema rígido y predeterminado, sino que se trata de una búsqueda no exenta de ambigüedades. Eso es precisamente lo que él reconoce a continuación cuando escribe: “la cuestión importante y difícil de la limitación de la libertad no se puede solucionar con una fórmula estereotipada. Y es preciso aceptar con entusiasmo que haya siempre casos ambiguos, porque, sin el estímulo de las luchas políticas de ese tipo, la disposición de los ciudadanos a luchar por la libertad pronto desaparecería y, con ella, su libertad. (Considerado bajo este ángulo, el supuesto enfrentamiento entre libertad y seguridad, es decir, una seguridad garantizada por el Estado, resulta una quimera, porque no hay libertad si no se haya garantizada por el Estado. Y, a la inversa, sólo el Estado que es controlado por ciudadanos libres puede ofrecerles una seguridad razonable)” 9.
1.“Hombre moral y sociedad inmoral (1940)”. En Ibíd., pp. 112-113.
2. Ibíd., p. 113.
3. Ibíd., p. 112.
4. Ibíd., p. 113.
5. Ibíd.
6.Ibíd., pp. 114-115.
7. Trabajar por la unión de liberales y socialistas –dice en una carta a Hayek (1946)– “es hoy, sin exagerar, la principal tarea que tenemos todos nosotros”. “Unificar a los partidarios del humanitarismo (1943-1947)”. En Ibíd., pp. 166-170.
8. “Valores públicos y privados (¿1946?)”. En Ibíd., p. 180.
9. Ibíd., p. 115.