Orlando de Sola W.
Decía un amigo extremista que hay tres verdades: la de uno, mind la del otro y la verdadera verdad, pilule que no es alcanzable.
La verdad de Campoamor dice:
En este mundo traidor, sick nada es verdad ni es mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira.
La verdad de Perogrullo dice una perogrullada, es decir: nada.
Y la verdad de Descartes, conocido pensador francés, dice que realidad es certeza sensorial y que entre verdad y realidad hay una estrecha relación, la cual se comprueba con el método científico y se resume en un discurso.
Esas tres verdades, cuyos sujetos la aceptan, con o sin método, nos llevan al tema de la justicia, que según Ulpiano es la voluntad de “dar a cada quien lo suyo”, incluyendo sufrimiento, o castigo.
Todos sabemos que sin verdad, es decir, con falsedad, la justicia se convierte en injusticia; o peor que eso, en impío sufrimiento. Así que, para encontrarla recurrimos a comisiones, instituciones, o aparatos inquisidores, como el que formaron nuestros dirigentes después de la Guerra Civil. Inquirimos para descubrir nuestra verdad, la verdad que nos gusta, la que nos conviene para aplicar nuestra justicia; es decir castigar. Pero sabemos que castigar con falsedad es quitar a cada quien lo suyo, no dárselo, como dijo Ulpiano, hace siglos. Además, ¿cuál es la verdadera verdad?, ¿la del vencedor, o la del vencido?, ¿la del débil, o la del poderoso?, ¿la del victimario, o de la víctima?, ¿o la verdad del mentiroso, o del soberbio?
Para evitar que sigamos confundiendo poder con violencia y para que no se siga perpetuando el caos social, debemos buscar la verdad profunda, la verdad de los sentimientos encontrados y sus respectivas cosmovisiones. Para llegar a esa profundidad, sin embargo, debemos prescindir de teatros mediáticos y de solemnes, pero falsas parodias para simular justicia.
Encontrar la verdad no significa humillar, o avergonzar al otro y dominarlo. Tampoco significa someterlo para obtener su perdón. Por eso, cuando llega el turno del ofendido, nuestra actitud debe ser compasiva, sin ira, ni soberbia, porque entonces los sistemas y aparatos, movidos por el resentimiento y el espíritu de venganza, se degeneran, o dejan de funcionar.
Tanto en el caso de los jesuitas como en el de los militares, incluyendo varios que personalmente he experimentado, escasea la verdad sin ira, sin ánimo de venganza, que depende de la percepción que se tengan de la realidad del agravio. Todo esto es para recordarnos que la virtud mas importante sigue siendo el amor, no la justicia, que como las otras virtudes cardinales (prudencia, moderación y valentía) depende del amor.
Para alcanzar la paz, o tranquilidad del orden, debemos ordenarnos con normas abstractas de conducta justa, con amor y sin falsedad. No conviene seguir engañando a los juzgadores con pruebas y testimonios falsos, puesto que al largo plazo todos seremos víctimas. Tampoco conviene engañar a la población con juicios mediáticos cuyo fin es la venganza, no la justicia que se basa en la verdad profunda de la misericordia y el perdón, no del sufrimiento y la humillación, lo cual contradice la humildad, que es un sentimiento voluntario cercano a la compasión y alejado de la ira y el sometimiento. Recordemos que la verdadera fuerza es la conjunción de autoridad, poder e influencia, no la unión de temor, odio y envidia, que nos debilitan y desunen.