Por Mauricio Vallejo Márquez
La vida se va llenando de nostalgia, dolor, melancolía, angustia, duelo y tristeza con el pasar de los años. Interesante y trágico que el ser humano deba recorrer esas sendas durante el breve tiempo que habita la tierra. Esos sentimientos y emociones son parte de la humanidad, así como también es la alegría.
Veo a la gente añorando el pasado y preocupados por el porvenir, aunque por lo general esté lleno de incertidumbre. Y muchas veces uno vive extrañando lo que fue sin pensar que aún es momento de construir y disfrutar la vida.
El pasado es importante. El pasado es la esencia del presente y la demarcación que nos hace comprender el futuro, pero sobre todo es imprescindible para construirnos. Negar el pasado es negarse a uno mismo y todo lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Sin embargo la percepción que tenemos de lo que nos sucedió debe tener una lectura e interpretación más profunda que solo sentir dolor por lo que pasó. Sólo pensar que nos duele es algo sumamente superficial.
A mí me encanta escarbar en los días y redescubrirme, aunque siempre hay escenas de ese pretérito que aún me causan dolor. También hay situaciones que con el tiempo las he ido superando y me han vuelto más fuerte que en los años que siguieron a esos sucesos. Ahora, tengo la firme decisión de construirme, de sacar pendientes y sobre todo reescribir mis días libres, seguir otra agenda y otro guion que no sea la cotidianidad. Por ejemplo subiremos volcanes y viviremos el instante del mar y el cielo.
Crecí sin mi padre porque personas sin corazón lo desaparecieron, torturaron y asesinaron. Me privaron de su presencia, pero a la vez me dieron la oportunidad de tener devoción y aprender de ese jovencito de veintitrés años que dio su vida por lo que creía. Lo que viví no es para quedarme llorando y deseando venganza, fue mi oportunidad de crecer y perdonar. Definitivamente aquella desgracia terminó convirtiéndose en una bendición. No me fue posible encontrarle defectos, aunque los tuvo como cualquier criatura que camina sobre la tierra. Pero lo convirtió en un héroe, en un referente. Algo que me imposibilitó de ver en otros individuos algo parecido a excepción de mis abuelos, ambos ya fallecidos. Por eso no admiré caricaturas, a pesar de que me gustara verlas.
Mi abuelo materno falleció cuando yo tenía nueve años, en 1989, producto de un accidente automovilístico y mi abuelo paterno cuando yo tenía dieciséis, en 2016. El primero le llamaba papá Mauro y pronto cumpliría años, él fue un gran abuelo, cariñoso y entregado. Hasta la fecha creo que es el referente masculino que tengo, un hombre cariñoso sin ser empalagoso, pero determinado e irascible en el momento oportuno; protector y resolutivo, era un león resguardando a su entorno y resolvía como fuera. Además de empeñarse en enseñarme matemáticas y realizar las guías del Externado conmigo, se dedicaba a ilustrar mis neófitos cuentos y a elaborarme dioramas de lo que se me ocurriera. Era un hombre muy creativo y además de mi abuelo era mi amigo.
Durante la mitad de mi vida extrañaba con tristeza a mi papá Mauro. Ahora lo hago con nostalgia y con agradecimiento. Esos nueve años que lo disfruté junto a mí es posible que sea uno de mis referentes de vida, una guía e instrucción aunada al ejemplo diferido de mi progenitor.
Quizá al final de cuenta la nostalgia no sea mala, así como la tristeza. Solo son ciclos, momentos necesarios para nuestro crecimiento mientras logramos construir nuestra capilla Sixtina de vida. Sin esto, la vida no tendría sentido
Mtro. Mauricio Vallejo Márquez
Licenciado en Ciencias Jurídicas
Maestro en Docencia Universitaria
Escritor y editor
Coordinador Suplemento Cultural 3000