Por Raimundo López Medina
Colaboración
“El paso implacable del tiempo ha borrado todas las huellas del combate, no hay rastros en las paredes de los impactos de las balas disparadas por el ejército ni otra señal del enfrentamiento, ocurrido la noche de 29 de abril de 1981 y la madrugada siguiente en una casa del reparto Jardín, del municipio de Mejicanos, en San Salvador, donde el comandante Feliciano libró su última batalla”.
Fue el momento cuando comenzó la vida nueva del comandante Feliciano, aunque ya no anduviera repartiendo su alegría de muchacho triunfador por las calles de San Salvador, entre jóvenes y adolescentes perfumados por sueños de libertad y felicidad para sus compatriotas.
Apenas vivió lo suficiente para que los hechos de su vida lo envolvieran en la leyenda de los héroes: 22 años, o casi 23, y lo pusieran a salvo del olvido, la muerte más triste para quienes lo sacrificaron todo por amor al prójimo. El primer párrafo es también el inicio del libro que escribí tras una intensa investigación con familiares, amigos, compañeros de lucha y la mujer que amó. Le puse por nombre Comandante Feliciano: una historia de amor y revolución. Fue exacto, porque así fue su vida.
Tomás Roberto García Vargas sorprende por todo cuando hizo en tan poco tiempo: buen estudiante y graduado de agronomía, campeón nacional y centroamericano de esgrima, subcampeón nacional de ajedrez, pianista concertista, y todo ese promisorio futuro lo puso a un lado para consagrarse a sus ideales y hacerlo con tanta inteligencia, audacia, que a los 22 años recibió una importante responsabilidad en la guerrilla.
Tomás Roberto, el comandante Feliciano, es también un símbolo de la hermandad entre dos pueblos, el salvadoreño y el cubano, la sabia de ambos nutrió su cuerpo e ideario.
Su madre, Ada Rosario, salvadoreña, y su padre, Roberto García, cubano, se encontraron en 1957 en el poblado de Guazapa, en uno de los cerros próximos a la capital, y nació entre ambos un amor a primera vista cuyo fruto fue Tomás.
El romance estuvo marcado por la condición de exiliado político de Roberto, quien debió ser sacado de Cuba en 1957 al amparo de la embajada de El Salvador como un perseguido de la dictadura del general Fulgencio Batista. Tenía entonces 17 años y consagró el resto de su vida a la Revolución y falleció hace un año, con el grado de coronel.
Un 29 de abril, hace 44 años, casi a la medianoche, Tomás Roberto empezó su última batalla. Cercado por tropas combinadas de la dictadura peleó hasta la madrugada junto a su madre y hermano menor, Raúl, hasta que las balas acabaron con la vida de los tres.
El coronel Roberto regresó a El Salvador medio siglo después a rendirle homenaje, con orgullo. El tiempo le alcanzó para recorrer los lugares por donde caminó su hijo, encontrarse con sus compañeros y ver cumplido uno de sus sueños: la vida de su hijo recogida en un libro.
Para ambos revolucionarios, padre e hijo, el homenaje en este aniversario luctuoso y por la nueva vida de quienes lo dieron todo por la felicidad de los demás sin pedir nada a cambio por el deber cumplido y mostrar el camino del bien.