Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y coordinador
Suplemento Tres mil
“Un día entero
Labrando el campo
En el mismo lugar”.
Masaoka Shiki
La vida da esa impresión. Uno busca crecer y actuar para llenar el tiempo y sin embargo siempre está en el mismo sitio y el mismo tiempo. En tanto el tiempo sigue su curso y las canas junto a las arrugas van mostrando que lo que era no será.
No existe el mañana, así como tampoco el pasado. Sólo existe el instante, el momento en que tenemos conciencia de que existimos, lo que denominamos presente. Todo lo demás es un sueño, la bruma de lo que fue y de lo que será. Aquello que se esfuma sin remedio.
Tanta complicación para darle nombre a los tiempos gramaticales, cuando el infinito lo habitamos siempre. No importa que afuera de nuestra mente las cosas sigan el curso impuesto, como una condena a muerte.
Es una pena que no podamos percatarnos que la muerte es sólo volver al lugar donde nacemos, como lo hace el salmón o la tortuga marina. Regresamos al lugar donde nacimos para hacer nacer a otros. Al morir sólo volvemos a ocupar el lugar que dejamos para dar tiempo a un cuerpo finito que habitamos menos de 100 años y siempre en un día.
Se escuchan tantos mitos acerca del tiempo. Algunos afirman que “todo sucedió el jueves pasado” y lo vivido es parte de algún implante que se añadió a los cerebros de las personas. No sé qué tan cierto sea esto. Lo que sé es que los griegos dividieron la forma del tiempo en dos instantes: cronos y kairos. El primero (Cronos) tiene que ver con esa forma de ir tejiendo los segundos, minutos y horas; el simple conteo de tiempo que vive la humanidad. El segundo (Kairos) es el momento justo, el que vives, donde no existe la referencia de ayer o mañana; en otras palabras donde todo sucede.
Uno de los grandes problemas de las personas es que viven sin darle sentido a su vida y se preocupan por el instante que parece interminable y agotador, en lugar de darle sentido a esos momentos y sentir el sabor del instante. Dejar de vivir en el cronos para sentir el kairos, en donde todo está vivo.
Un buen libro es la puerta a ese instante sin tiempo cronológico, una tarde en el parque viendo pasar los pájaros y la caricia de las ramas de los árboles, el tranquilo paso de las nubes, es la actitud que lleva el individuo que va sumido en la lectura mientras aguarda en su asiento de autobús cuando el tráfico desespera al resto de conductores. Conocernos a nosotros mismos, descubrir quiénes somos y para qué estamos acá. A veces un pequeño haiku se transforma en luz.