Mauricio Vallejo Márquez
Escritor, editor Suplemento Tres mil
La vida es una tormenta, o mejor dicho un huracán que puede modificar todo en un segundo. Así de vulnerable es la humanidad ante el tiempo. Desde el momento en que nacemos hasta el que morimos nos vemos sujetos a innumerables cambios, por lo que no comparar la vida con una montaña rusa sería como mentir (eso vivimos, un subir y bajar). Justo como se afirma en la letra de la canción que interpreta Mercedes Sosa, todo cambia. Nada permanece quieto.
Y mientras vamos cambiando no nos percatamos de ello hasta que las señales son evidentes, es decir cuando nos percatamos de que no existe marcha atrás. El niño llega a apreciar en las arrugas que se le marcan al llegar a su ancianidad, como el testimonio de que los tiempos terminan por marcarnos antes de que nuestros cuerpos se transformen en polvo para solo dejarnos como parte de la historia de nuestra sociedad o de algunos de nuestros descendientes y amigos hasta difuminarnos en el olvido.
La sociedad, igual que el individuo va desarrollando una metamorfosis de la que nadie se libra. Así es la política también. La historia demuestra que no existe estadista que se mantenga más de un lustro, hasta el más poderoso emperador llega a difuminarse con el tiempo.
He conocido personalmente a cinco presidentes de la república, a tres de ellos los acompañé en algunos momentos de sus campañas, no voy a negar que los apoyé, y los vi alcanzar su cumbre como estadistas. A cuatro los vi difuminarse con los años y me di cuenta que el tiempo hacía que la percepción de cada uno de ellos cambiara, así como sus propias acciones. A otro lo vi llegar a la presidencia después de que lo apoyé cuando fue candidato a la alcaldía de San Salvador, y aún se encuentra ejerciendo su periodo presidencial. En cada uno de ellos pude observar sus cambios.
Y así, incluso logré conocerme un poco. El niño que fui sigue vivo en mí, me sigo asombrando con la vida. Pero ese niño ahora tiene cuarenta años y ve como la vida se transformó desde aquel tiempo en que viajaba en sus juegos y libros.
He visto marcharse a muchas personas que peinaban canas, así como jóvenes. Para la muerte no hay edad. Y aunque resulte doloroso, he llegado a comprender la muerte como un parto o como la noche, solo un momento que trae otro momento, y así sucesivamente hasta la eternidad.
Por todo esto, lo único que al final importa es que seamos felices y aprendamos a disfrutar lo que en realidad tiene valor en esta vida.
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