Luis Arnoldo Colato Hernández
Educador
La violencia es un fenómeno inherente a la vida, por lo que cuando la inferimos a nosotros los humanos, podemos explicarla en términos biológicos y culturales.
No podemos connotarla como positiva o negativa, pues es violencia en sí, por lo que cualquier matiz es apenas una excusa.
Así por ejemplo al inferir que la violencia fue necesaria para llevar el saber y la religión a los pueblos originarios de Asia, África y las Américas, es apenas una vergonzosa excusa encaminada a enmascarar los intereses reales que movieron aquellas tragedias: el saqueo de las riquezas locales de parte de las potencias centrales.
Sin embargo, la violencia de carácter psicopática dirigida en contra de los demás, se corresponde con otras causales, por lo que su comprensión demanda más atención.
Así la podemos abordar desde varias aristas, pero para nuestro mediato interés la haremos desde lo cultural, diferenciándolo de lo estructural.
Ambas se relacionan, pero entendamos que la primera es consecuencia de la segunda.
Así las cosas, la de carácter cultural está constituida por elementos cotidianos tipológicamente violentos que orillan en consecuencia una respuesta violenta de parte del individuo.
La violencia intrafamiliar, escolar y social en general, como el acoso sexual, económico y laboral, etcétera, conforman algunos de los elementos que culturalmente orillan a las personas a actuar con violencia hacia su entorno.
Por otro lado, la exclusión y la marginación social, así como la negación de los más elementales derechos conforman aquellos aspectos que estructuralmente provocan en el individuo conductas violentas.
No es difícil concluir que una sociedad como la nuestra, con negaciones tan absolutas e históricamente huérfana de sus derechos, así como sujeta a reiterados actos de violencia tanto estructural como social, derivan en un creciente número de víctimas que se transforman en victimarios y verdugos de sus iguales.
Y ahí está el quid, en la naturalización de parte de la sociedad en general de la violencia como una extensión de su identidad, lo que hace de ésta un fenómeno que no supone extrañeza, y provoca una elemental pregunta: ¿porque no padecemos más violencia?
Así y para el caso, la serie de crímenes aún impunes cometidos por el estado y sus agentes, y bajo la lógica referida arriba, constituyen la justificación para que el criminal, sus complejos, prejuicios e insatisfacciones, la oriente hacia los demás.
En ese marco surgen las pandillas, quienes no fueron atendidos como se había previsto en los acuerdos de paz hacia el final del conflicto armado por el estado, negándoles la inclusión, a lo que se sumaron las privatizaciones, incapacitando al estado y transfiriendo a privados la riqueza de este para su particular beneficio, generando las condiciones que derivaron en los índices barbáricos de violencia que sufrimos.
Entonces la violencia es un fenómeno intrínsecamente estructural, que pervierte el ámbito personal, desnaturalizándola,
Menuda tarea.