José M. Tojeira
Para mucha gente en El Salvador el hecho de que le nieguen la visa de los Estados Unidos es una especie de castigo. Especialmente para aquellos que se sienten superiores en el país, empresarios, políticos, profesionales, el no tener visa es una humillación. Como que la visa gringa fuera una especie de título nobiliario. Incluso nuestros hermanos mexicanos tienen estatalmente algo de esa tendencia a considerar de élite a los que tienen visa de Estados Unidos. Porque si tienes ese sello en el pasaporte ya no necesitas visa mexicana, aunque seas un corrupto de marca o un criminal evidente. Hablamos a veces contra el imperio del norte, pero tener ese pequeño cordón umbilical “made in USA” que es la visa, parece convertirnos en seres de primera categoría. O al menos a algunos les ayuda a reconocerse como tales. Ir al paraíso de Disneylandia, en Florida es el mejor regalo que ciertos sectores salvadoreños de élite (o que se creen de élite) le pueden hacer a sus hijos.
Por esa razón es noticia que le quiten la visa a los militares que están acusados de participar en el asesinato de los jesuitas de la UCA y sus dos colaboradoras. De hecho a los soldados que dispararon, que viven en pobreza, el tema de la visa les debe tener sin cuidado. Nunca se la hubieran dado, pensando que querían quedarse en Estados Unidos. Y si hubieran querido ir a Estados Unidos se hubieran ido sin papeles y a trabajar. El asunto en realidad le debe afectar a dos o tres de los trece mencionados por Mike Pompeo. Lo más curioso -y que merece comentario- es el final del comunicado del secretario de Estado norteamericano que dice: “Las acciones de hoy enfatizan nuestro apoyo a los derechos humanos y nuestro compromiso para promover la responsabilidad de los perpetradores y alentar la reconciliación y una paz duradera”.
En realidad poco énfasis en Derechos Humanos tiene una acción tan simple y que tarda treinta años en ser hecha. Cuando las víctimas o los defensores de derechos hemos solicitado informes de Estados Unidos sobre crímenes, los papeles que entregaron venían llenos de tachaduras revelando así la falta de colaboración con los Derechos Humanos. Recuerdo entre los papeles recibidos un documento desclasificado, precisamente del general Vernon Walters cuando era representante de Estados Unidos ante la ONU, criticando a monseñor Rivera por haber dicho en una homilía que a la testigo Lucía Serna, que vio a los del Atlacatl dentro de la UCA, la habían torturado psicológicamente miembros del FBI en Estados Unidos. Otro informe desclasificado de Bernard Aronson decía que yo tenía un resentimiento con Estados Unidos, por haber sabido en Honduras de los abusos de la United Fruit contra la gente y por eso les acusaba de poca colaboración en la investigación del asesinato de los jesuitas. Y por supuesto todo con múltiples tachaduras. En vez de ayudar criticaban a quienes reclamábamos algo.
En Estados Unidos -y en lo que respecta al caso jesuitas- hemos tenido espléndidos amigos, solidarios y colaboradores en la búsqueda de la verdad. Algunos como Joe Moakley o Jim McGovern merecieron incluso tener un doctorado honorífico de la UCA precisamente por su solidaridad. Pero otros, vinculados precisamente al Departamento de Estado, además de los dos mencionados, no tuvieron ni una pizca de empatía, mucho menos de esfuerzo, como dice Pompeo, “para abordar las violaciones y abusos de los derechos humanos en todo el mundo, sin importar cuándo ocurrieron o quién los perpetró”.
Dada la dependencia de Estados Unidos, mental, psicológica y afectiva, puede que la negativa de la visa ayude a algunos funcionarios salvadoreños a ser más diligentes. Solo imaginar los miembros de la Corte Suprema que les van a quitar la visa gringa por retardo judicial en casos de DDHH, le pondría la carne de gallina a algunos magistrados. Pero aunque el retardo judicial esté condenado en la Constitución salvadoreña y sea una violación de DDHH, tranquilos Srs. Magistrados: a tanto no llegará Don Pompeo.