German Rosa, s.j.
La cuarentena de la pandemia del COVID-19 nos recuerda el significado bíblico del éxodo del pueblo de Israel para la liberación de la esclavitud en Egipto. Cuarenta años caminó por el desierto el pueblo de Israel antes de entrar en la tierra prometida (Dt 8,2-3; Ex 16,35). La “cuarentena” es un tiempo de 40 días, tiempo de cambio, de conversión y de liberación. La “cuarentena” es tiempo de desierto, de soledad, de intimidad, de aridez y también de manantiales… Atravesar el desierto puede ser una experiencia de gran desolación, sequedad, pero también pude ser un territorio para fecundar grandes esperanzas, descubrir fuentes de vida incógnitas dentro y fuera de nosotros mismos. Podemos incluso escuchar las voces en lo más profundo de nuestro interior, aquellas que hemos enterrado y las que no queremos prestarles atención, o quizá, nos atrevemos a sentir las voces de los insignificantes de la historia y también la voz de Dios, que sería una gran audacia biográfica, social e histórica. Es ahí cuando se pueden desvanecer los espejismos que frecuentemente nos invaden y tocamos la verdadera realidad de la vida, de la humanidad y de la misma ecología.
1) Recordemos la voz que gritaba en el desierto. En la vida corriente escuchamos muchas voces. Unas nos animan, nos fortalecen y nos dan el ímpetu para afrontar los retos de la vida. Otras nos desaniman, nos afectan moralmente e incluso destruyen la autoestima. En la situación en donde no hay esperanza, cuando ya no se ve la luz del futuro, ni se puede obviar la fuerza de imposición de los poderes de turno, surge una voz que grita en el desierto. Así ocurrió con san Romero de América. Fue una voz profética que expresó una esperanza histórica y una utopía que atrajo y arrastró a muchos dentro y fuera del país. ¿Por qué atrae y arrastra esa voz?, ¿cuál es la esperanza que renace en esa situación?
La voz que grita en el desierto es una fuerte interpelación para la constitución de un nuevo pueblo. Un pueblo que responda a lo más profundo de su propia identidad y su vocación para ser luz, de donde nace la salvación para tantos otros pueblos.
La voz que grita en el desierto nos recuerda a Juan Bautista que fue una voz constructiva de la identidad personal, comunitaria, social y cultural de su pueblo. Su voz fue identificada por tantos coetáneos y paisanos suyos que sentían que hablaba en nombre de Dios. Les remitía a sus fundamentos y raíces históricas y de la fe como no hacía ninguna otra voz en su contexto. Esto inquietó tanto a Herodes que aunque con sus dudas, dio la orden para asesinarlo.
Muchas voces hubieron en ese tiempo. Pero solamente la voz de Juan Bautista pudo seducir a las masas para volver al desierto, ser bautizados en el río Jordán y recomenzar nuevamente… Bautizaba Juan en el desierto y predicaba el bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados. Acudía a él todos los habitantes de Judea y de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados (Mc 1,4-5). La misión de Juan la realizó en el cruce del río Jordán a la altura de Jericó, ese era el lugar por el cual el pueblo de Israel había cruzado para entrar en la tierra prometida (Josué 3-4). Y también ese es el lugar en donde ocurrió el rapto del profeta Elías al cielo según la tradición (2 Reyes 2,1-18). Es la Betania de Transjordania de la cual habla el Evangelio de Juan (Jn 1,28; 3,26; 10,40).
Juan estaba vestido de pelo de camello, tenía un cinto de cuero alrededor de su cintura. Sus vestiduras son de un animal del desierto en donde no hay ganadería. Comía saltamontes y miel silvestre, alimentos típicos de lugares donde no hay producción agrícola (Mc 1,6). Esto hace referencia a la vida del pueblo de Israel en el desierto antes de entrar en la tierra prometida. Las vestiduras de Juan Bautista son un distintivo profético. Y fue esa voz que escuchó Jesús de Nazaret y que lo atrajo al desierto, para ser bautizado y quedarse ahí por un tiempo.
Los simbolismos del desierto hacen alusión a la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto, la alianza con Dios y los cuarenta años recorridos antes de llegar a la tierra prometida. El desierto también es el lugar que transita el pueblo de Israel después del exilio como un nuevo éxodo para volver a su tierra (Is 40-55). La misión de Juan en el desierto indicaba un nuevo comienzo del pueblo de Israel. Juan bautiza para limpiar de la impureza al pueblo. El baño simboliza el tránsito de la frontera marcada por el río Jordán entre el desierto y la tierra prometida. Así el pueblo, contaminado por las infidelidades a la Alianza con Dios, después de ser limpiado podía entrar en la tierra que Él le había concedido. Solo un nuevo pueblo podía disfrutar de la tierra prometida. Después del bautismo de Juan seguiría el bautismo con fuego, que realizaría la purgación última, y el bautismo con el Espíritu Santo, que ya no los ejecutaría Juan.
Juan anunciaba la venida de Dios para la transformación histórica del pueblo de Israel dentro de una tierra renovada, así cambiaría la situación calamitosa del pueblo. El mediador para esta transformación sería el Mesías. Este sería un proceso dinámico que abarcaría dos estadios: el primero consistiría en un gran juicio de Dios a su pueblo; y el segundo consistiría en el estado del gran Shalom o de paz y vida plena del pueblo renovado por el espíritu de Dios (Cfr. Vidal, S. 2006. Jesús el Galileo. Santander, España: Editorial Sal Terrae, p. 56).
2) La voz de los insignificantes… Cuando Jesús fue bautizado en el río Jordán acogió el proyecto que ofrecía Juan Baustista. Además, lo acompañó temporalmente en el desierto. Impresiona tremendamente que el Hijo de Dios nació en un pesebre en un establo, pero también que se bautizó en un río que geográficamente está bajo el nivel del mar. “Jordán” significa “el río que desciende rápidamente”, porque pasa de una altura en su nacimiento de 520 metros sobre el nivel del mar a una de 392 metros bajo el nivel del mar cuando desemboca en el mar Muerto (Cfr. https://tierrasantaparatodos.com/agua-del-rio-jordan/). Sin lugar a dudas, Jesús se identificó totalmente con los Insignificantes en su nacimiento y en su bautismo.
Jesús al ser bautizado por Juan demostraba que compartía la esperanza de su proyecto como signo del nuevo comienzo de Israel, su nuevo ingreso en la tierra prometida. El bautismo también fue la unción mesiánica de Jesús antes de su ministerio público para realizar su misión mesiánica (Mc 1,9-11). El bautismo es la elección y la confirmación de Jesús como el Mesías por el don del Espíritu y la declaración de su filiación divina. Jesús es el Mesías que viene a proclamar e inaugurar el Reino de Dios en la historia.
Los cuarenta días de Jesús en el desierto fue un tiempo de preparación para comenzar el anuncio y la instauración del Reino de Dios. El desierto tiene su secreto. Dios lleva a su pueblo al desierto para liberarlo de la esclavitud de Egipto, también para enamorarlo y le dice: “Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón” (Os 2,14). Y luego le expresa: “Yo te desposaré conmigo para siempre: te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad y tú conocerá a Yahveh” (Os 2,19-20). El secreto del desierto es el secreto de la alianza del amor de Dios con los patriarcas, los profetas, Juan Bautista, Jesús de Nazaret y con todo el pueblo.
Así nos ocurre ahora. Vivamos este tiempo de cuarentena como un tiempo de desierto, un tiempo de preparación para algo nuevo. ¡Ojalá que fuera una nueva humanidad y una nueva creación!, ¡un nuevo pueblo!, que tanto nos hace falta. En cada corazón humano y en cada pueblo hay grandes esperanzas y sueños palpitando. Hay veces que soñamos despiertos y otras despertamos con los sueños cruzando fronteras y caminando hacia horizontes novedosos hasta entonces desconocidos… Es tiempo para renacer, pero con esperanza.
Aquel galileo, conocido también como Jesús de Nazaret, despertó algo extraordinario en todos aquellos que lo escuchaban. Jesús fue la voz de las multitudes Insignificantes de su tiempo. Él fue la voz de los sin voz que expresó lo que ellos no podían decir y lo que no se atrevían a expresar. Jesús hizo renacer la esperanza de aquellas multitudes de personas Insignificantes porque habían descubierto que la voz del Galileo era la voz de Dios y que les hablaba directamente a ellos. Continuaremos reflexionando en otra oportunidad, sobre la esperanza de Jesús conocido también como el Galileo…