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La vulnerabilidad de los pueblos originarios de El Salvador

Iván Escobar
Colaborador

La herencia ancestral, al igual que otros componentes culturales, resulta un elemento complejo para la identidad de un salvadoreño o una salvadoreña promedio. Si puntualizamos aún más profundo, la negación estructurada de la presencia de Pueblos Originarios en lo que hoy llaman El Salvador acentúa una condición de vulnerabilidad identitaria en la población en general.

Poco o casi nada se reconoce de elementos culturales heredados de nuestros ancestros.  Para muchos, hasta hoy, ser indígena o nativo originario significa una persona derrotada o vulnerada. Al igual que muchos Pueblos Indígenas de Centroamérica el pueblo Nawapipil en El Salvador ha sido invizibilizado y desvalorizado, siendo violentados todos sus derechos fundamentales desde el encuentro con los conquistadores españoles, el surgimiento de la patria del criollo, hasta la llegada e instauración de las supuestas democracias.

Persecusiones, represiones y etnocidios han matizado la compleja actualidad del pueblo Nawapipil.

Las violencias estructurales y políticas ejercidas desde el Estado han imposibilitado procesos de recuperación identitaria o justicia restaurativa para los Pueblos Indígenas en El Salvador. Muestra de ello, es la enmienda constitucional ratificada apenas en junio de 2014; en ella un fragmento reza “El Salvador reconoce a los Pueblos Indígenas y adoptará políticas a fin de mantener y desarrollar su identidad étnica y cultural, cosmovisión, valores y espiritualidad”.

Es hasta cientonoventa y tres años después de la independencia de España y la patria del criollo que se reconoce de manera oficial la presencia indígena en el territorio salvadoreño, poniendo así en alto relieve la precariedad padecida de los pueblos originarios en el país.

Nuestros patrimonios siguen pidiendo que seamos guardianes celosos de nuestros saberes, que, son tan importantes, valiosos y profundos, tanto, como aquellos con los que nuestros ancestros se encontraron un día de forma inesperada. Así, consciente de ese valor y riqueza y los padecimientos vividos se delimita un punto de partida para visualizar la identidad indígena como un territorio en disputa en el actuar devenir.

Se abre entonces una puerta para la reflexión y es necesario preguntar ¿Qué es la defensa de nuestra identidad como territorio? ¿Qué está en disputa? ¿Qué bienes y saberes se enmarcan a través de la defensa? Surge una serie de elementos necesarios ante las preguntas planteadas.

Por un lado, desconfigurar y deconstruir el propio concepto de territorio, para no minimizarlo o darlo como algo dado y único, referido al espacio físico que está y existe independiente a los haceres y convivencia que se generan desde, y, en éste. Es así que las manifestaciones culturales, sociales, religiosas y otras que definen o diferencian a un grupo humano de otro se tornan territorios que al verse amenazados para despojar identidad o instrumentalizarlos para la sumisión o enajenación se vuelven territorios en disputa.

En pleno desarrollo del Siglo XXI muchas personas siguen manteniendo una actitud de superioridad hacia los Pueblos Originarios en su imaginario, esto, resultado de esa larga anulación y minimización en una configuración social que evalúa y acentúa el valor de la persona desde el lado invasor, eurocentrista en su mayoría, y otras tantas “yankeecentrista”; sumado a estas capas de discriminación, hoy, nos enfrentamos a un modelo que descarta, desconoce, anula e invisibiliza todo lo “anterior” a la llegada del poder de este modelo que se autoproclama como el hacedor de futuro, el arquitecto de la historia y la mano legítima que escribe la historia de un pueblo.

Aparecen así, en escena, los retos para nuestra identidad ante una sociedad que radicaliza lo temporal, fomenta el olvido de la memoria histórica, dispara contra la construcción colectiva e injerta elementos de una visión egocéntrica del ser para enajenar a las generaciones jóvenes. Para el pueblo Nawapipil la defensa de la identidad como Territorio en Disputa demanda fortalecer los espacios ganados, aunque pequeños pero ganados, en la lesgislación salvadoreña. Articular desde esta herramienta legal demandas de participación en espacios públicos superando la visión folcklórica implantada por un sistema segregador; además, urge la cohesión de los diferentes sectores y espacios que promueven la identidad Indígena en El Salvador.

Se vuelve fundamental purgar de nuestros colectivos y espacios intervenciones político-partidistas que han lacerado nuestra identidad y han demostrado en más de una ocasión la utilización de nuestras luchas como trampolines y negocios que nunca nos benefician. Es por eso que defender nuestra identidad como territorio en disputa es una realidad, y, demanda nuestros celos más ancestrales para no permitir que  nuestros derechos sigan siendo violentados.

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